¿Que por qué así? No es muy dulce la palabra, lo confieso. Mas, de esa extraña amargura la explicación está en esto: después de llorar mis lágrimas ásperas como el ajenjo, me alborotó el corazón la tempestad de mis nervios. Siguió la risa al gemido, y a la iracundia el bostezo, y a la palabra el insulto, y a la mirada el incendio...
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