Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña
En este breve ensayo me propongo hablar de las luces de la Edad Media occidental, una época maravillosa caracterizada no solo por “la fidelidad, la jerarquía y el honor” o las abadías y catedrales, sino también por singulares hallazgos éticos, estéticos e intelectuales. En este ensayo queremos que Dante, “profeta”, filósofo y poeta, haga las veces de Virgilio. Es decir, si Virgilio fue el guía de Dante en el mundo de ultratumba, por nuestra parte tomaremos a Dante por guía para viajar en el tiempo a la edad de oro de la Cristiandad medieval, ese tiempo que Jacques Le Goff ha bautizado como “la Bella Edad Media”: el siglo XIII y la primera mitad del siglo XIV. Un periodo luminoso (más allá de las sombras propias de toda época de la historia humana) comparable a la Atenas de Pericles, la Florencia de los Medici o la Roma de Augusto. Nos serviremos de la gigantesca figura de Dante y de su obra inmortal para intentar comprender mejor esa Europa floreciente del año 1300, en particular la compleja cosmovisión cultural, política y espiritual del Medievo latino.
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