Alfonso Salgado Ruiz, Román Ángel Pardo Manrique, Francisco García Martínez
Este sencillo texto nace de una reflexión compartida en mesa redonda y cursos de formación organizados por el Centro Diocesano de Escucha de Burgos. Durante varios días fue compartiéndose la idea de que la conducta suicida es un fenómeno complejo que exige una mirada funcional y existencial que permita entenderla con acierto.
Entender la pluralidad de la conducta suicida desde un punto de vista psicológico es el primer paso, porque el suicidio es un comportamiento humano y como tal debe ser interpretado. Abordar con rigor la conducta suicida exige, ante todo, comprender qué factores están en el inicio y mantenimiento de la idea suicida como una posible –y hasta deseable– solución a un profundo malestar vivido como insoportable, cuáles son las trampas de razonamiento de esa idea suicida y explicar el tránsito de la idea a la acción, siempre con la intención de comprender, prevenir y abordar con eficacia un problema de salud pública de primer orden.
Entonces, como cualquier otro comportamiento que abarca a la persona entera, el suicidio exige una reflexión desde la ética, liberada de diferentes pesos que han contribuido al estigma, la culpa y a una visión y juicio social tan negativas y centradas en la aparente voluntariedad del acto que resultaron tan falsas como inútiles. Mejor será aportar una interpretación que subraye que cualquier decisión personal siempre tiene un componente social y comunitario. Y hacerlo desde una óptica positiva de crecimiento donde la pregunta no sea por qué evitar el suicidio sino cómo potenciar una vida más plena.
Y porque se trata de un comportamiento humano no puede tampoco obviarse la necesaria pregunta para intuir la relación de la conducta suicida con Dios. Si para el teólogo todas las experiencias humanas hablan de Dios ¿qué decir acerca del suicidio y cómo guiar su tanteo desde la revelación? Dos ideas parecen ayudar: el sinsentido que el hombre experimenta cuando su vida se quiebra no es ajena a la propia revelación cristiana de la misma manera que la presencia del desorden y la culpa acompaña igualmente la experiencia de Dios como un espacio donde ésta se da sobreabundando.
No se trata, en definitiva, de debatir si el suicidio es legítimo o no, sino de asumir como central la contradicción en la vida de los hombres y situarla en un marco mayor donde quepa una esperanza creíble y eficaz.
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