Tres novelas históricas constituyen el fundamento de esta investigación: Ursúa, El País de la Canela y La serpiente sin ojos, trilogía del Amazonas, del novelista, poeta y ensayista colombiano William Ospina (Padua-Tolima, 1954), considerado uno de los escritores más influyentes de la literatura y el periodismo colombiano de los últimos tiempos. Esta trilogía, cuyo protagonista es el conquistador navarro Pedro de Ursúa, recrea uno de los hechos históricos más trascendentales de la humanidad, la Conquista de América, concretamente el periodo histórico comprendido entre 1541 —momento en que Cristóbal de Aguilar y Medina (narrador y personaje de la trilogía) se unió a la expedición de Gonzalo Pizarro por el río Amazonas en busca del país de la canela— y 1561 —año de la muerte de Ursúa—.
La tesis inicia con una introducción en la que se destaca la vida y obra del escritor. Posteriormente, a través de un recorrido histórico y literario, presenta un marco conceptual que define y revisa la Novela Histórica y la Nueva Novela Histórica desde sus comienzos hasta la época actual. Los tres capítulos siguientes están dedicados al estudio y análisis de cada una de las novelas de la trilogía, y en el apartado final se descubre y se analiza el contenido estético y social de estas tres novelas.
Ursúa (2005), la primera novela de la trilogía, narra la vida de Pedro de Ursúa desde su llegada a América en el año 1943, con todas sus guerras, amores y proezas, hasta emprender el viaje al Perú en busca de Manoa, la ciudad dorada. En el segundo libro, El País de la Canela (2008), el protagonista, Cristóbal de Aguilar y Medina, reconstruye la odisea que vivió por el río y la selva, cuando Gonzalo Pizarro fue en busca del país de la canela y Francisco de Orellana descubrió el inmenso río del Amazonas. La última obra, La serpiente sin ojos (2013) narra la trágica historia de amor entre el conquistador navarro Pedro de Ursúa y la bella mestiza Inés de Atienza, atrapados en el remolino de un destino adverso, devastador, del que no pudieron escapar.
En principio, esta investigación se aproxima a una definición de los conceptos “historia” y “ficción”, desde la teoría semiótica del signo propuesto por el semiólogo norteamericano Charles Sanders Pierce. En este pensamiento, lo histórico y lo ficcional o, mejor, lo real y lo imaginable, se conciben como el contenido total de cualquier conciencia (“faneron”, Peirce). Desde esta perspectiva, la historia y la ficción establecen una relación con la conciencia del individuo, como realidades sígnicas, en cuanto surgen —independientemente si son reales o imaginarias— en una interacción de la mente y las cosas, en la medida en que son expresiones de hábitos mentales activos. Ahora bien, la realidad, sea dimensionalmente histórica o ficticia, es un signo que representa algo para alguien; no obstante, la historia y la ficción poseen un registro comunicativo distinto: la historia surge en la línea del tiempo para convertir el relato en pasado, mientras que la ficción surge en el espacio imaginable para convertir el relato en poiesis. En efecto, la novela histórica se define como la recreación de un discurso sobre el pasado en el que la literatura reescribe la historia y la reinventa artísticamente.
Formalmente, la trilogía del Amazonas se incluye dentro del canon de Nueva Novela Histórica (NNH), teniendo en cuenta las características expuestas por Seymour Menton, en La Nueva Novela Histórica de la América Latina 1979-1992, y las finalidades propuestas por Robin Lefere, en La novela histórica: (re) definición, caracterización, tipología, a la hora de tematizar la Historia en la novela histórica. En relación con los seis rasgos de la NNH, propuestos por S. Menton, en la narrativa histórica de Ospina destacan: la ficcionalización de personajes históricos, la metaficción o los comentarios del narrador sobre el proceso de creación, la intertextualidad y los conceptos bajtianos de lo dialógico. Por otra parte, las tres propiedades de la NNH, propuestas por Fernando Aínsa: anacronía, ironía y parodia, en la trilogía no tienen relevancia, puesto que ninguna de las tres novelas es fundamentalmente anacrónica ni irónica; quizás, paródica, en cuanto reescribe la historia. La risa y la mofa no son ostensibles en este tipo de narrativa, pero sí persiste en ella la voluntad de denuncia y de censura —sin el atisbo de imitación burlesca, por supuesto—. No obstante, al enunciar un compromiso con la historia y la literatura, con el fin de crear y recrear una realidad de interés social, las obras de Ospina trascienden cualquier clasificación o caracterización de la novela histórica tradicional o Nueva Novela Histórica.
Lejos de la tendencia de la novela histórica social realista del siglo XVII, donde el pasado era únicamente un lugar de acción o sólo importaba un personaje o un espacio remoto sin preocuparse por las costumbres o sus tradiciones, la trilogía busca exaltar las costumbres y el modo de vida de las circunstancias pasadas, otorgándole un carácter más vivencial a los hechos. Evidentemente, la novela histórica ha pasado por un proceso gradual, en virtud del cual ha dejado de ser lo que fue en el siglo XVII y XVIII —una experiencia literaria simplemente enunciativa, donde lo fundamental no correspondía a la exaltación de la tradición en sí misma— para convertirse, en la primera mitad del siglo XIX, en una novela con una imagen más comprometida, cuya ficción completaba el dato histórico. No obstante, hacia la segunda mitad del siglo XIX, este tipo de novela creó una fijación por el dato que iba in crescendo, menoscabando la ficción o artisticidad literaria. Adicionalmente, se pasó de una tendencia filosófica de la novela del siglo XVIII, a un pensamiento estrictamente histórico de ésta, en el siglo XIX.
La narrativa de William Ospina se inscribe dentro del marco conceptual de la novela histórica que, según Georg Lukács, surgió en el siglo XIX con Waverley, del escritor escocés Walter Scott. Sin embargo, al ser novela histórica, en ella se intertextualiza toda la tradición literaria de este género —desde la Antigüedad clásica, con novelas como La Iliada y La Odisea o, posteriormente, con obras como El Castillo de Otranto de Horace Walpole, El castillo de Rackrent de Maria Edgeworth, Salambó de Flaubert, Absalom, Absalom! de William Faulkner, Zama de Antonio de Benedetto, etc., etc.—, así como toda la trayectoria de la novela histórica latinoamericana —empezando por Jicoténcal (considerada la primera novela histórica escrita en español), hasta El reino de este mundo de Alejo Carpentier—. Indudablemente, las huellas de obras como El Carnero (fundadora de la literatura colombiana) de Juan Rodríguez Freyle o Ingermina (la primera NH colombiana), La marquesa de Yolombó de Tomás Carrasquilla, o la novelística inspirada en el periodo de la violencia, entre otras, resuenan en múltiples voces en la trilogía del Amazonas.
Por otra parte, el tema americanista es muy recurrente en la narrativa colombiana y latinoamericana y, dentro de éste, encontramos un cúmulo de novelas que, desde la perspectiva semiótica de Genette, pueden considerarse hipotextos de la trilogía, al ser voces que se escuchan en su interior. Algunas de estas son: las trilogías Episodios americanos del ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta, Memoria del fuego del uruguayo Eduardo Galeano y Crónicas mestizas del español José María Merino. Pedro de Ursúa, Inés de Atienza y Lope de Aguirre son tres personajes que se repiten en las novelas de otros autores que también se inspiraron en este tema; por ello, estos tres personajes se encuentran novelizados y teatralizados en diversos textos: El tirano Aguirre (1872) de Adolfo Briceño Picón; Un monstruo execrable (1880) de José Caicedo Rojas; Lope de Aguirre (1891) de Carlos Arturo Torres; El camino de El Dorado (1947) de Arturo Uslar-Pietri; La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964) de Ramón J. Sender; Daimón (1978) de Abel Posse; Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1979) de Miguel Otero Silva) y Crónica de blasfemos (1986) de Félix Álvarez Sáenz, entre otras obras de gran reconocimiento dentro de esta modalidad.
De manera puntual, podríamos afirmar que Ursúa es la novela del conquistador navarro Pedro de Ursúa y que su inmenso escenario es la guerra; que El País de la Canela es la novela de Cristóbal de Aguilar y que su gran fabulación es la selva; que La serpiente sin ojos es la novela de Inés de Atienza y que su tópico central es el amor. De este modo, Ospina, en sus novelas “redescubre” el pasado a través de la imitación poética de la historia, porque —ante todo y como lo diría Aínsa— es un “rehabilitador de la verdad histórica”.
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