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Resumen de ¡Sobrarbe y cierra Aragón!: afirmación, anquilosamiento y supervivencia de la identidad aragonesa en el siglo XVII

Víctor Manuel López Calvo

  • La unión de la Corona de Castilla con la de Aragón, la conquista de Granada y la posterior incorporación de Navarra, anunciaron el principio del fin de la división territorial de la península. Este proceso supuso, además del impulso definitivo para la construcción de la identidad española sobre las bases de la Reconquista, los antecedentes visigodos y el papel de la monarquía, un nuevo escenario para los habitantes de cada uno de los territorios particulares. Así, a la vez que se ponían los cimientos para construir la nueva identidad englobadora que necesariamente debía acompañar a la nueva superestructura, se iban acorralando los sentimientos de pertenencia de unas comunidades particulares que luchaban por sobrevivir.

    Pero mientras duró ese proceso de superposición, hubo ciertos territorios que tuvieron que desplegar todo un programa institucional para perpetuar las fórmulas que habían funcionado durante buena parte de la Edad media y justificar el universo de relaciones que amparaba un sistema de corte feudal frente al modelo centralizador.

    Uno de los protagonistas de este proceso fue Aragón, reino equeprincipaliter en la construcción del proyecto unificador hispano, subordinado a la potencia de Castilla, pero dotado de una poderosa personalidad jurídica y política, que le convertía en adversario y antagonista del modelo castellano. Su modelo se basaba en un supuesto pacto inicial del reino con el rey que limitaba su poder. Ese contrato, que convertía la monarquía en electiva, debía renovarse con cada nuevo soberano, lo que sancionaba, a la postre, unos privilegios y libertades que sólo gozaban los aragoneses.

    Pero con el advenimiento de los estados modernos, el punto de fricción entre los diferentes paradigmas político-jurídicos alcanzó un punto insostenible. Las instituciones regnícolas aragonesas optaron por plantar cara a la construcción de España recurriendo a una construcción identitaria paralela basada en mitos y lecturas del pasado en clave presentista. Es entonces cuando surge todo un programa para la configuración y conservación de una identidad aragonesa construida sobre el mito de Sobrarbe, aval de los derechos de los aragoneses para defender su libertad, su derecho de resistencia y su organización política.

    El problema radicaba en que tal construcción, heredera de las "Uniones" de la nobleza aragonesa, pretendía hacer pasar un sistema privilegiado como un sistema "democrático" y universal de derechos y libertades. El choque fue inevitable y, tras un siglo XVI plagado de inestabilidad, conflictos sociales y decadencia económica, en 1591, bajo la impronta del caso del ex-secretario Antonio Pérez, estallaron las conocidas como Alteraciones de Aragón. A partir de este momento, el sistema foral aragonés tuvo que adaptarse al proyecto homogeneizador de la monarquía hispánica. Primero cediendo ciertas prerrogativas al rey; después intentando esconder o justificar la gravedad de las alteraciones y desplegando toda una batería de argumentos para recuperar el buen nombre del reino y demostrar su eterna fidelidad e implicación con el proyecto de los reyes.

    En el camino de demostrar sus dones (Antigüedad, fidelidad, pureza, cristiandad) chocaron con el resto de territorios que pugnaban por encontrar su hueco en el nuevo escenario político. Especialmente con Navarra, con quien compartían mitos, fueros y glorias. Pero también con Cataluña y con otros territorios. Estas batallas historiográficas que recorrieron todo el siglo XVII representan ese afán por alcanzar un puesto de honor en el panorama hispánico y dotarse de argumentos de precedencia a la hora de reivindicar prebendas, puestos y privilegios.


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