La representación figurativa llevada a cabo en el Renacimiento y Barroco por, El Greco, Velázquez y Rembrandt evoluciona en concatenación con el devenir del pensamiento hasta asumir, durante el Romanticismo, la exaltación de los individualismos personales y dramáticos.
La actitud romántica del arte, sustentada en los azaroso de la realidad humana se enfrenta con la vigencia de otro concepto más racionalista y teórico. Sin embargo, la presencia de lo traumático parece haberse impuesto en nuestra contemporaneidad, aunque tamizado por la inclusión de factores inherentes a la experiencia reflexiva.
Goya, Van Gogh o Munch plantearon su discurso plástico al margen de lo convencional.
La vivencia creativa se desarrolla a partir de entonces en coherencia con las dramáticas convulsiones que marcan el destinto de Occidente, desembocado todo ello en las Varguardias Europeas de principios del XX, las cuales definirán los lenguajes pictóricos de la actualidad.
El siglo XX exacerba el valor de los elementos materiales y abstractos de la pintura como evocación de las conmociones inherentes a los colectivos sociales y a la personalidad de los artistas. Igualmente, en nuestro tiempo se están desplazando los supuestos humanistas que antes definían nuestra identidad espiritual, lo cuál conduce a la liberación de la entidad individual de los artistas.
En este contexto, el artista y el loco -como seres fronterizos- se sitúan al margen de la sociedad convencional dando testimonio de una percepción inesperada sobre la vida, la cuál surge distorsionada merced a la originalidad particular que se elabora dentro de su espíritu.
Pero, en todo caso, la acción creativa del perturbado psicológico no emerge estructurada ni integrada en el proceso del pensamiento intelectual y, mucho menos supone una voluntad de trascendencia con validez cultural.
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