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Resumen de Del idealismo al realismo crítico. La política como realización en José Ortega y Gasset

Dorota Leszczyna

  • José Ortega y Gasset (1883-1955) es uno de los más significativos e importantes filósofos españoles en la historia de este país. Adquiere fama por ser el autor de la doctrina del raciovitalismo, excelente articulista y lúcido observador de las trasformasiones que afectan la realidad cultural, social y política. La actividad intelectual de Ortega toma como misión “construir una nación sobre las ruinas”, es decir, una España nueva y vital. España es para él “el primer término de su circunstancia, como el último es... tal vez la Mesopotamia”; por ello, de acuerdo con su lema filosófico, salvarla conlleva salvarse a sí mismo; en tanto su propio destino lo entiende vinculado al destino de su pueblo; el cual a su vez se realizará a través de su europeización. Las circunstancias españolas que determinan el pensamiento de Ortega le llevan, de forma natural, a involucrarse en los problemas políticos nacionales, y a ser uno de los más importantes activistas a favor del interés de la II República de establecer en España una sociedad civil consciente de sí misma y de las necesidades históricas de su nación. Según Ortega, esta intervención civil en la vida nacional, en el “problema de España”, requiere implantar en la mentalidad de los españoles una actitud abierta, integradora y creativa frente a la realidad, basada en una discíplina intelectual y en un pensamiento sistemático. En suma, requiere educarlos en la cultura concebida como un conjunto o sistema de ideas firmes sobre lo que es el Universo, ideas que sean a la alltura de los tiempos. Para conquistar este nivel de la vida española es imprescindible contaminar a los hombres con entusiasmo y extender los contornos del concepto “política”. Según Ortega, la política tradicional, cuyo objetivo consiste en ejercitar el poder, es una función externa de la vida, una actividad de tercera fila muy superficial. Por ello, los problemas políticos son siempre un síntoma de una enfermedad mucho más profunda y grave – una enfermedad de la nación, su “anemia vital”. El remedio para curarla vendría de dotar a la política de una misión educativa, y transormar la política tradicional en la política que proyecta la realidad nacional, que despierta en cada individuo su entusiasmo y creatividad.

    DESARROLLO TEÓRICO Esta política que postula proyectar y transformar la realidad nacional se llama “política de realización”. El concepto clave que la determina es, pues, “realización”; que significa, según las palabras de Ortega “el mandamiento supremo que define el área política”. El filósofo madrileño, dialogando con Hegel, retoma con ello sus conceptos de “realización” y “finalidad interna” (innere Zweckmäßigkeit). Considera que el fin contiene en sí la actividad de realización –Hegel lo llama Tätigkeit des Realisierens–, lo que permite superar el cáracter subjetivo del fin y convertirlo en algo objetivo. Ortega, como antes Hegel, establece que el ideal no puede ser abstracto y vano, sino que tiene que realizarse. Sin embargo, a diferencia de Hegel, definirá la conexión de ideal y realización. Mientras que Hegel “saca lo real de lo ideal, disolviendo lo concreto en la abstracción”, Ortega buscará los ideales en las cosas mismas. Así, aparecerá en él un proyecto de superar la antigua “política de ideas”, negando su contenido subjetivista, elevándola al nivel de la realización. Según Ortega, el error de la política idealista consiste en extraer subjetivamente de nuestras cabezas los ideales y subordinar la realidad a las ideas, cayendo en la trampa de lo que “debe ser”, típica del subjetivismo práctico. La alternativa que propondrá es una política realista, la cual “no rechaza el ideal, no va contra él, sino que le impone concreción y disciplina”; de modo que no lo saca subjetivamente de nuestros deseos, sino objetivamente de las cosas. Así, este tipo de política intenta desarrollar y perfecionar un potencial que ya posee cada nación; y, en lugar de aceptar la realidad nacional, postula transformarla según las ideas extraídas de su “contextura real”.

    El concepto de “realización” es muestra, a mi parecer, de la evolución de la filosofía orteguiana tanto en el ámbito metafísico como en el social-político. En ambos, transcurre Ortega de las posiciones idealistas, que caracterizan su filosofía juvenil, al realismo crítico que determina su pensamiento maduro y que según sus palabras es “una actitud mucho más exigente”. El realismo crítico significa hacer filosofía más allá del idealismo y realismo ingenuo. Por ello, requiere superar las limitaciones de ambas teorías y establecer su síntesis más alta. El concepto “superación” nos lleva directamente, como el de “realización” a la filosofía de Hegel, en la que aparece el término Aufhebung, de doble sentido, que significa tanto “conservar, mantener, como, al mismo tiempo, dejar concluir, poner un final”. Así, la superación no significa una simple negación, sino una negación determinada, que es un motor de la dialéctica hegeliana. Hegel demuestra que en el mundo de las ideas, cada concepto nuevo, más alto, contiene en sí todos los anteriores, los integra, pero además trae consigo un contenido nuevo, más amplio, que confirma el caracter evolutivo de este sistema. Ortega, eliminando de la dialéctica de Hegel un elemento puramente racional, lógico y escolástico, retoma su mecanismo, basado en el concepto Aufhebung, convirtiéndolo en una “asimilación integradora”, para llevar a cabo su proyecto de integrar, con ello superar, idealismo y realismo. El concepto Aufhebung, modificado y expresado por Ortega a través de la palabra castellana “superación” se revela como una base de la política de realización, que evita los extremos del idealismo y realismo políticos. La encarnación del idealismo en el área política es el liberalismo abstracto, cuyo error consiste en afirmar la vana idea de libertad. Según Ortega, la libertad, si se la trata como una idea pura, a priori y fuera del espacio y del tiempo, no es más que una forma que necesita un contenido. Por ello, criticará el lema fundamental de los liberales: “Libertad ante todo”, que conduce a la abstracción, al puro formalismo. La libertad solitaria es como “un vaso inane” con el que no se puede hacer nada. El adjetivo “liberal” debe ser dotado del sustantivo; de modo que la política, antes de ser liberal, tiene que ser política en realidad. Esto significa que es imprescindible convertirla en una actitud histórica, es decir, en una política que es consciente de la vida de la nación, sus necesidades y limitaciones. Ortega postula una política consciente de sí misma, que indaga en el espíritu de su nación, y conoce bien su sustancia. Mientras que el idealismo político se revela en el liberalismo abstracto, el realismo ingenuo se manifienta en las actitudes pragmatistas y materialistas, que no respetan ningún ideal. La política realista, en el sentido tradicional e ingenuo de la palabra, es egoísta e idólatra. Consiste en saciar los intereses particulares de los individuos o grupos determinados. Su base es “una cultura de medios” que reduce el pensamiento “a la operación de buscar buenos medios para los fines, sin preocuparse de éstos”. Es la política en la que se afirman “los hechos consumados” y no se advierte la necesidad de modificar lo ya existente. Ortega, negando el contenido determinado en ambas teorías, es decir: en el liberalismo abstracto, su formalismo, subjetivismo y utopismo; y en el pragmatismo-materialismo, su postura egoísta y la falta de objetivos ideales que realizar, establece su propio proyecto de la política de realización. Esta última expresa su realismo crítico en el que se postula la fidelidad a las cosas, o sea, “transformar la realidad según nuestras ideas; pero, a la vez, pensar nuestras ideas en vista de la realidad”. Este tipo de política no aspira a crear un cuerpo social perfecto a través del método more geométrico, sino que observa humildemente la realidad, para sacar de ella los ideales verdaderos y realizar las más urgentes necesidades históricas de la nación. Desea perfeccionar sólo los elementos que ya existen en la nación y pertenecen a su estructura real.

    CONCLUSIONES Como la superación del subjetivismo teórico será en Ortega su metafísica raciovitalista, tanto la superación del subjetivismo práctico, consistirá, en mi opinión, en el proyecto orteguiano de la “política de realización”, en la que se critica el fenómeno “de lo que debe ser”, y se lo supera a través del concepto “realización”. Así, se enlanza lo ideal con lo real, estableciendo una síntesis dialéctica superior entre lo que es y debe ser. De esta conclusion principal en mi trabajo se siguen otros atributos que determinan la política de realización en Ortega.

    El primero, es su carácter dinámico, ya que este concepto sufre en Ortega unos cambios que demuestran su evolución interna en la que se supera la actitud idealista para defender el realismo crítico. Principalmente la política de realización es una pedagogía filosófica, cuya meta consiste en reformar radicalmente la mentalidad española. Ortega considera imprescindible arraigar en los españoles el espíritu de la ciencia y filosofía para eliminar su “gran pecado contra el Espíritu Santo: la incultura”. Está convencido de que la pedagogía y no la política, tiene la fuerza de transormar la gente, la sociedad y la nación. Tal afirmación muestra la influencia que el pensamiento pedagógico de los neokantianos marburugéses, especialmente de Paul Natorp, ejerce en el proyecto político de Ortega. Retomando las ideas natorpianas de la comunidad y de “la escuela de trabajo”, el filosófo madrileño convierte la pedagogía en programa político para establecer en España una cultura de ideas en general y una idea de liberalismo en particular El sentido del término “liberalismo”, tan importante para entender la idea de la política de realización, también sufre en Ortega unos cambios Primeramente se puede entender como un liberalismo social que destaca la necesidad de socializar al hombre y dotarle de una conciencia cultural, y que Ortega identifica con el ideal moral y educativo que falta a España. La misión del liberalismo social es “educación por la comunidad y para la comunidad”, la cual requiere, sobre todo, la secularización de las escuelas y de la universidad. Por otra parte, en el mismo contexto del liberalismo social aparece en Ortega el problema de la democracia que se defiene como un renacimiento moral de los españoles y de su trabajo común para la cultura nacional. En los años siguientes el liberalismo social, bajo el influjo de la fenomenología, se convierte en Ortega en el liberalismo nacional y vital, en el que se define la nación como un conjunto de fuerzas vitales, como un proyecto del porvenir común. En esta época el filósofo madrileño lucha contra el sistema arcáico y corrupto de la Restauración. Según Ortega, la cuestión más importante es la escasa o nula participación de la ciudadanía en la vida de la nación; situación en la que los españoles no quieren dedicarse a la política y huyen de la responsabilidad que es imprescindible para la buena gobernanza del país. Sin embargo, Ortega está convencido de que el estado fatal de la política española es un síntoma de “una enfermermadad de la nación en su sustancia histórica”. La política es “la función más externa, y resultante del resto de la vida social”.Por ello, lo más Ortega amplía el concepto “liberalismo” en la etapa madura de su pensamiento, en los años 1928-1955; lo vincula con el problema de la aparición del hombre-masa y con el fénomeno de la revolución de las masas. Así, su reflexión política se centra, no como antes en la cultura nacional española, sino en la cultura occidental, en la cultura europea, investigando su relación con el liberalismo que se entiende como ethos crítico, abierto, y no como una ortodoxia.

    El segundo atríbuto que determina el proyecto orteguiano de la política de realización es la necesidad de convertir política estatal en política nacional16. Ortega casi desde princiopios de su actividad intelectual distingue las competencias que pertenecen al Estado de las que tiene la nación. El Estado es para él una fuerza anónima que extrangula la libertad y creatividad de los ndividuos. Por ello, critica el estatismo que consiste en la intervención del Estatdo en la vida de la sociedad. Según Ortega, el Estado es un mecanismo que asegura la actividad social de los individuos, pero no puede pretender sustituirla. Es un órgano de la vida nacional; pero “ni el único ni siquiera el decisivo”. La nación es el primer término de la vida social, es la realidad histórica, y su progreso depende no del Estado, sino del nivel de la conciencia histórica y de la vitalidad de los ciudadanos. El conocimiento de la historia nacional, de la estructura histórica de la nación, permite ver mejor su ideal y, en consecuencia, permite realizarlo. La historia, según Ortega, no es capaz de prever el futuro, pero sí permite evitar los errores cometidos en el pasado. El tercer atríbuto muestra que la política de realización supone la necesidad de “organizar la sociedad en dirigidos y directores de un montón humano”, pero no en sentido político que supone gobernar, sino espiritual para inyectar en la sociadad española una nueva religión – la Cultura. Según Ortega, cada sociedad sana es una síntesis entre masa y minoría. Por la masa se entiende un organismo docil. Por la minoría, un grupo de individuos que a través de su actividad cultural crea la realidad histórica de la nación. La sociedad es siempre un compromiso dinámico entre ambas y requiere su mutua cooperación. El problema de la política europea en general y de la española en particular es, por un lado la falta de influencia de las minorías selectas y, por otro, la falta de docilidad que presentan las masas. Por ello, uno de los objetivos principales de la política de realización es generar las minorías responsables, capacez de influir en las masas, para que actuen a la altura de los tiempos. El último atributo de la política de realización es el proyecto de establecer la unidad europea. Ortega, en la etapa madura de su pensamiento social y político, considera que Europa tiene que revisar su propio concepto. Sin embargo, la crisis europea no significa para él, como por ejemplo para Spengler, el crepúsculo de la civilización occidental, sino puede convertirse en algo positivo, o sea, en un renacimiento de Europa. La duda no es un síntoma de agonía de Europa, sino una garantía de su vitalidad y supervivencia. Lo mismo vale para el hombre, en el que la duda es “el elemento creador y el estrato más profundo y sustancial”.


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