El sistema visual, a lo largo del proceso evolutivo, se ha adaptado para maximizar la detección y reconocimiento de estímulos importantes para supervivencia, extrayendo información a partir de la luz que reflejan los objetos hacia el ojo y suministrando datos de vital importancia para la supervivencia del organismos. La influencia que los factores ambientales y etológicos ejercen sobre la estructura y función del sistema visual ha sido objeto de numerosos estudios, teniendo como partida los estudios de Ramón y Cajal (1892) sobre la retina de los vertebrados. La conclusión más significativa de los estudios de Retina/Hábitat es que la morfología de la retina en una especie dada no se halla determinada por la clasificación taxonómica, sino por los requerimientos funcionales que los factores ecológicos y etológicos imponen al sistema visual (Wagner 1990).
En este sentido, los cetáceos presentan una oportunidad única para examinar el curso de la evolución de los procesos visuales en su adaptación desde el medio terrestre al acuático, convergiendo éstas con las de otros vertebrados, como los peces, que desarrollan su vida en el mismo Hábitat y, sin embargo, dado que son mamíferos originariamente terrestres, no se han desprendido totalmente de las características que permiten la visión en el aire (Dawson, 1988).
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