El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad es el trastorno psiquiátrico más frecuente en la edad pediátrica y es una de las principales razones por las que los niños acuden a servicios de salud mental (Soutullo y Diez, 2007). La sintomatología de desatención e hiperactividad es un tema que reviste una gran relevancia e interés en el ámbito científico y clínico, y repercute a nivel social. A día de hoy, se plantea una controversia entre los autores que señalan la existencia del TDAH como una entidad separada, con causa orgánica, y los que sostienen que no puede hablarse de una categoría diagnóstica, es decir, que existen múltiples causas que pueden desarrollar síntomas de hiperactividad, déficit de atención e impulsividad (Janin, 2007; Rodulfo, 2011). En relación a este planteamiento, cabe señalar la falta de consenso respecto a las contribuciones que realiza la herencia y el ambiente en la expresión de los rasgos psicológicos. Como puntualizan Arranz y Oliva (2010), aunque algunos estudios han demostrado la existencia de una influencia genética sobre los rasgos psicológicos y comportamentales, no podemos obviar la influencia de los factores ambientales. De acuerdo con esta idea, debemos evitar un planteamiento dicotómico herencia vs ambiente, y proporcionar un punto de vista en el que podamos integrar ambas contribuciones, teniendo en cuenta la relevancia de las interacciones que se producen entre experiencia y genética en la etiología, desarrollo y pronóstico de los trastornos. Por tanto, los seres humanos se desarrollan por la combinación de dos fuerzas, la biológica y la ambiental (Cantero, Pérez y Navarro, 2011). Es decir, venimos preprogramados genéticamente, los genes contienen la información para la organización general de la estructura cerebral, pero es la experiencia la que determina qué genes llegan a expresarse, cómo y cuándo (Bakker y Rubiales, 2010; Castro, 2011; Lavigne y Romero, 2010; Siegel, 2007). Oliva y Arranz (2011) explican como la configuración de los rasgos y aptitudes psicológicas está influida por los genes. Estos influyen en las interacciones sociales y, por medio de estas, interfieren en el proceso de desarrollo. Es decir, las características del niño determinadas genéticamente intervienen en la repuesta que proporciona el padre o la madre. A modo de ejemplo, exponen que en el caso de un niño con un temperamento hiperactivo va a conllevar que los padres lleven a cabo comportamientos de control y vigilancia para evitar los problemas que van unidos a este temperamento. Y por lo tanto, este comportamiento repercutirá en el desarrollo del niño. A pesar de los estudios que se han realizado para constatar que el TDAH es un trastorno de origen biológico (Bayes et al., 2005; Pineda et al., 2003; Ramos-Quiroga, Ribasés-Haro, Bosch-Munsó, Cormánd-Rifá y casas, 2007; Soutullo y Diez, 2007), de probable transmisión genética (American Psychiatric Association [APA], 2002); sigue existiendo una gran controversia y desconocimiento del peso que tiene cada uno de los factores etiológicos, así como de la compleja matriz de interacciones entre los factores psicosociales (Raya, Herreruzo y Pino, 2008; Peris y Hinshaw, 2003) y neurobiológicos (Soutullo y Diez, 2007). De ahí la necesidad de seguir investigando para hondar en el papel mediador que pueden estar jugando estos y otros factores en el desarrollo y evolución del TDAH, y conseguir avances que nos permitan desarrollar tratamientos diversos y personalizados que puedan convertirse en intervenciones eficaces para cada uno de los casos que cumple con sintomatología de hiperactividad, déficit de atención e impulsividad. Debido a la necesidad de estudiar otros factores y a las notables implicaciones de las primeras interacciones de los padres con sus hijos en el desarrollo integral del neonato (Diaz, Perez, Martinez, Herrera y Brio, 2000; Fernández, 2005), unido a las evidencias de recientes estudios que han planteado que el TDAH podría darse en el contexto de un vínculo inseguro, teniendo en cuenta a su vez la existencia de aspectos relacionados con los estilos educativos parentales y las características del niño que conllevan mayores dificultades para crear un vínculo seguro (García e Ibáñez, 2007). Hemos querido seguir trabajando en este tema para constatar los resultados hallados mediante la exploración de las representaciones internas del vínculo en los casos con este diagnóstico. Así como también, basándonos en la idea de familia como contexto protector del desarrollo psicológico de los hijos que contribuye con sus patrones adecuados de comportamiento a evitar las disfunciones en las interacciones que desarrollan los comportamientos psicopatológicos (Arranz, 2004), nos planteamos observar las posibles relaciones entre la sintomatología de TDAH y las variables relacionadas con los estilos educativos. Hasta el momento, son escasas las investigaciones que se han centrado en el estudio de las representaciones vinculares en los casos de diagnóstico de TDAH. Sin embargo, los datos que se conocen confirman la existencia de una asociación entre TDAH y trastornos del vínculo (Clarke, Ungerer, Chahoud, Jonson y Stiefel, 2002; García y Ibáñez, 2007; Green, Stanley y Petters, 2007; Kissgen, Krischer, Kummetat, Spiess, Schleiffer y Sevecke, 2009). Además, los investigadores constatan en sus investigaciones que tener un vínculo seguro favorece el desarrollo de competencias en donde los TDAH tienen dificultades (Fonagy y Traget, 2002; Marrone, 2008). A través de las investigaciones se concluye que existirían dos patrones de apego relevantes en relación al TDAH. Un patrón ambivalente, también denominado ansioso o hiperactivado, y un patrón desorganizado (Clarke et al., 2002; Finzi, Manor y Tyano, 2006; Stiefel, 1997). Además, se han constatado diferencias en el tipo de apego en función del subtipo del TDAH que padezca el niño, los niños diagnosticados del tipo predominantemente hiperactivo-impulsivo o combinado obtienen mayores puntuaciones que los niños diagnosticados del tipo predominantemente inatento en vínculo inseguro del tipo ansioso o evitativo (Finzi et al., 2006). Se observan similitudes en los patrones de interacción entre padres e hijos en los casos de niños con diagnóstico de TDAH y en las familias con niños que han desarrollado un apego inseguro. Se caracterizan en que los padres responden menos a las interacciones iniciadas por sus hijos, por un estilo de respuesta negativa-reactiva, impositiva, controladora y con menos estrategias de parentalidad positiva (Danforth, Barkley y Stokes, 1991). Además, son menos afectuosos y presentan un estilo educativo más negligente (Goldstein, Harvey y Friedman, 2007; Raya et al., 2008). Y una mayor gravedad en las conductas de hiperactividad, impulsividad y déficit de atención han sido directamente asociadas con niveles más bajos de cohesión, expresividad e independencia en el clima familiar (MontielNava, Montiel-Barbero y Peña, 2005). Desde las concepciones etiológicas de la psicopatología de los niños y adolescentes se ha concedido un papel relevante a la familia (Trallero, 2005). Concretamente, se ha señalado que los estilos educativos parentales tienen una influencia en las características psicológicas y/o patología que es coadyuvante en el inicio del trastorno y posteriormente influye en su evolución (Fornieles, 2005). En relación al TDAH, la mayor tensión de crianza de los hijos ocasiona que los padres desarrollen patrones de disciplina ineficaces que pueden dar lugar a un estilo educativo punitivo (Healey, Flory, Miller y Halperin, 2011; Stormshak, Berman, McMahon y Lengua, 2000; Wolfon y Grant, 2006) o permisivo (Keown y Woodward, 2002; Raya et al., 2008). Los autores han concluido que las conductas coercitivas contribuyen al mantenimiento y exacerbación de los síntomas conductuales del TDAH (Daley, Jones, Hutchings y Thompson, 2009) y al desarrollo de problemas externalizantes (Prinzie, Onghena, Hellinckx, Grietens, Ghesquière y Colpin, 2004). A su vez, las conductas permisivas, apoyan un desarrollo inadecuado de la autorregulación de los impulsos y de la tolerancia a la frustración (López y López, 2008). En relación a los estilos educativos, se encuentran diferencias en función del subtipo del trastorno. Se han observado mayores niveles de estilos de control en padres con niños diagnosticados de TDAH subtipo predominantemente hiperactivo impulsivo que en padres con niños diagnosticados de TDAH subtipo predominantemente inatento (Finzi et al., 2006). Por todo lo expuesto con anterioridad, estamos de acuerdo con Jarque (2012) en que es necesario poner el énfasis en seguir hondando en el abordaje del TDAH desde una perspectiva psicosocial. Para ello, debemos plantearnos la necesidad de contemplar dentro de las evaluaciones para efectuar un diagnóstico de TDAH, la evaluación del apego (Kissgen, Krischer, Kummetat, Spiess, Schleiffer y Sevecke, 2009) y de los estilos parentales (Fornieles, 2005), para conocer la influencia que están teniendo estos factores en el inicio y la evolución de los síntomas característicos del trastorno (hiperactividad, impulsividad e inatención) y poder determinar cuáles son los aspectos sobre los que debemos intervenir para evitar que se agrave la sintomatología (Iglesias y Romero, 2009).
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