Streptococcus pneumoniae, fue descubierto simultáneamente por Pasteur y Sternberg en 1881, siendo uno de los primeros patógenos aislado, caracterizado y que jugó un papel muy importante en el desarrollo de la bacteriología moderna, la genética, la inmunología, la terapia antimicrobiana y el desarrollo de vacunas (1,2).
En la era preantibiótica la neumonía fue sumamente común, siendo responsable del 7% de los fallecimientos en Estados Unidos y Europa. La tasa de mortalidad más alta se encontraba entre los niños menores de 2 años, especialmente en aquellos con bronconeumonía o bacteriemia (2).
En 1886 se describrieron otras localizaciones en las infecciones neumocócicas asociadas a la neumonía, aislándose neumococo en un exudado de la piamadre de un paciente que falleció de meningitis. En pocos años se registraron otras complicaciones como la artritis, la endocarditis, la peritonitis o la bacteriemia sin foco que indicaban infección hematógena. Las manifestaciones de la infección primaria englobaban el tracto respiratorio, incluyendo la neumonía, la traqueobronquitis, la otitis y la sinusitis (2).
El descubrimiento de la penicilina en 1940 supuso un avance importante en el tratamiento de la neumonía, aunque en poco tiempo ya se habían seleccionado neumococos mutantes resistentes. Veinte años más tarde emergió el primer aislamiento clínico con sensibilidad reducida. En poco tiempo, aparecieron cepas resistentes en Papúa Nueva Guinea y en la misma década, cepas con resistencia intermedia en Sudáfrica, Europa y Norte América (3).
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