La obra de Carlos Murciano (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1931) es una de las más extensas de la generación a la que pertenece. Enmarcado en el llamado “Grupo del 50”, son más de un centenar los libros que avalan una trayectoria literaria expandida a la poesía, a la novela corta, al relato, al ensayo, a la traducción, a la crítica… Pero de todos estos géneros, es el de la poesía el más abarcador con relación a su universo creativo.
En 1954, publicó su primer libro de poemas, El alma repartida (Lírica Hispana. Caracas, Venezuela); y, en 2017, ofrece su última entrega, Desde otras soledades me llamaban (Lastura. Ocaña. Toledo).
En estos 63 años transcurridos, la poesía española ha experimentado un sinfín de vaivenes. La variedad de estéticas, tendencias y propuestas acontecidas en estas seis décadas son un excelente ejemplo de la notoriedad y buena salud de la que ha gozado -y goza- este género en nuestro país. Uno de los estímulos que me lleva a profundizar en la obra lírica de Carlos Murciano nace precisamente de cómo, durante este tiempo, su quehacer ha ido creciendo y renovándose, lo cual le ha permitido mantener una permanente vigencia en el marco de la poesía del siglo pasado y principios de éste.
Tal y como proponemos, la diversidad temática de la obra poética de Carlos Murciano es una de sus virtudes y uno de los argumentos más motivadores a la hora de plantear este estudio. Ámbitos como el de la música, la pintura, la naturaleza…o protagonistas y escenarios como los ángeles, los pájaros, las sombras, el mar, la luna… han ido apareciendo -y aún hoy día resurgen- en muchos de sus poemas, e incluso, en algún caso, han llegado a ocupar la totalidad de un libro.
También, su decir ha ido abriéndose a aspectos tan variados como el misterio de la existencia, la búsqueda de Dios, el regreso al territorio de la infancia, a las raíces de sus primeros paisajes…, tamizados, todos ellos, por un enriquecido imaginario y una sugerente simbología.
Pero, por encima de todos ellos, sobresalen tres apartados que quieren ser el objeto de este estudio: el tiempo, el amor y la muerte; temas constantes desde sus primeros pasos poéticos trascendentes y recurrentes en la lírica universal de todas las épocas y en el conjunto de su producción.
Como hemos adelantado, la obra lírica de Carlos Murciano supera los 50 poemarios, pero nos ceñiremos a cinco que enmarcan de manera sobresaliente estos tres citados argumentos. Además, los volúmenes seleccionados, obedecen también a unos años (1970 - 1983) muy significativos en la producción del poeta arcense, en donde su labor encuentra una voz propia, madura, jalonada por destacados reconocimientos.
Tanto en Este claro silencio (1970, Premio Nacional de Poesía), Yerba y olvido (1977, Premio “González de Lama”), Del tiempo y soledad (1978, Premio “Francisco de Quevedo”), Meditación en Socar (1981) e Historias de otra edad (1983, Premio “Leonor”), el tiempo, el amor y la muerte se manifiestan de manera singular y múltiple, y desde una perspectiva íntima, objetiva, experimental, clásica, crítica, vanguardista, simbólica y meditativa.
A través de estas visiones, pues, surgirá una poesía en soledad y una poesía en comunión, es decir, reveladora de una batalla interior en la conciencia del sujeto lírico y con la intención de alcanzar la esencialidad de la palabra y del mensaje más humano. Empero, al mismo tiempo, aspira a hacerse cómplice y vivificante frente a la identidad de cualquier lector o amante del verbo como ejercicio de libertad e integración.
Respecto a la temática amatoria, se pueden extraer patrones que responden al amor fatuo, existencial, platónico, erótico, familiar, al figurativo, ontológico…, En lo concerniente al tiempo, hay ejemplos de tiempo ficticio, histórico, memorial, diacrónico y sincrónico, alternativo, subjetivo, de metafísico… Al hilo de la presencia de la muerte, surgen una serie de arquetipos que tienen relación con la espiritualidad, la otredad, el rechazo al Más Allá, la resignación, la pugna frente a la finitud, el ámbito de lo metafísico, la representación de lo simbólico, la vigencia de lo purificado, el ritual del adiós ….
Como apuntase Octavio Paz en su ensayo titulado La casa de la presencia, “La poesía es la memoria (…) y una de sus funciones, quizá la primordial, es precisamente la transfiguración del pasado en presencia viva. La poesía exorciza el pasado; así vuelve habitable al presente. Todos los tiempos, del tiempo mítico largo como un milenio a la centella del instante, tocados por la poesía, se vuelven presente. Lo que pasa en un poema, sea la caída de Troya o el abrazo precario de los amantes, está pasando siempre (…) El poema es infinitamente frágil y, no obstante, infinitamente resistente”.
Así, al revivir a través de estos cinco poemarios la poesía de Carlos Murciano, no sólo intentaremos acercar el ejercicio de un autor de oficio sostenido y vigente quehacer, sino que presentaremos estas tres tipologías como nexo común y aglutinador de más una década de producción literaria.
Igualmente, dedicaremos un espacio a resaltar la pluralidad versal y estrófica con la que el escritor andaluz aborda sus textos. A su hábil manejo de las tonalidades rítmicas, se une su solvencia para con cualquier estrofa; de ahí, que su poesía se mueva con igual soltura en el verso libre -sobre todo en la silva de versos impares- como en la décima, la lira, la soleá… y, sobre todo, el soneto.
Además de los aspectos mencionados, plantearemos, también, la relevancia de un autor y de una obra que se han visto, en cierta medida, desplazados y subestimados por una parte de críticos y estudiosos, quienes se han afanado en limitar la llamada “Generación del 50” a un grupo reducido de poetas. Tales poetas han aparecido, en demasiadas ocasiones, con el sello exclusivo generacional de una hornada lírica que, a decir verdad, vinculó a una promoción mucho más amplia y heterogénea y con una obra multiforme y atractiva.
Ante una tesis de corte tematológico como ésta, he tenido que escoger entre las múltiples opciones que van desde las antropológicas y del imaginario de la escuela Gilbert Durand o Gaston Bachelard (quien refrendó la necesidad de temporalizar el acto creativo como representación del retiro voluntario del creador), hasta otras bien conocidas, como las más significativas de Charles Mauron o las isotopías discursivas de Greimas.
Al cabo, me he decidido por la multiplicidad y libertad de puntos de vista que concede el análisis hermenéutico de Hans-Georg Gadamer. La conexión planteada entre la comprensión y el lenguaje permite adoptar una posición ontológica desde la cual abordar el estudio de aquello que no comporte un simple modelo empírico.
Para Gadamer, tal y como afirmaba en un pasaje de su artículo publicado en 1970, “Lenguaje y comprensión”, “todo entendimiento (Verständigung) es un problema del lenguaje y se logra o se malogra en el medio de la lingüisticidad. Todos los fenómenos del entendimiento, del comprender y el malentender que forman el objeto de la llamada hermenéutica manifiestan una forma de aparecer lingüística (…) No sólo el procedimiento interhumano de entendimiento, sino que el proceso del comprender mismo representa también un acontecer lingüístico cuando se dirige hacia un objeto extralingüístico o escucha la voz en sordina de las letras escritas, un acontecer lingüístico de la misma índole de la conversación del alma consigo misma, tal y como caracterizó Platón la esencia el pensamiento”, Así que, en Gadamer, la palabra poética puede llegar a recuperar el sentido de lo transfigurado y revelar una serie de significados configurativos que se alejen de aquella idea de literalidad que propugnase Jakobson. Gadamer insiste en que la representación del lenguaje “no es un encantamiento en el sentido de un hechizo que espera a la palabra que lo deshaga, sino que se trata de la redención misma y de la vuelta al ser verdadero”.
Al cabo, esta tesis, quiere mostrar desde la experiencia hermenéutica gadameriana la esencia de una obra apoyada en una dicotomía espiritual y humanista, que crea interrogantes vitales y nace desde los adentros de un escritor que ha sabido hallar el mestizaje entre la meditación y la introspección, entre la tradición y la modernidad. Y para profundizar en todo ello, proponemos el modo en que Gadamer funda la idea de que el acto creativo no es finito, de ahí que cualquier texto pueda ser estudiado y reconstruido desde una perspectiva que se convierta en un objeto interpretativo múltiple y heterogéneo, en un diálogo, en suma, entre la objetivación especulativa y la estructura dialéctica.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados