Francisco Imperial se coloca en el medio de dos tradiciones muy fuertes y complejas, que han conformado la historia de la lengua y de la literatura italiana y española, debido muy especialmente a sus origines genoveses y a su experiencia andaluza. Por esta razón, a partir del título pensado de la tesis, se ha puesto en primera posición la alegoría que él parece introducir por primera vez en la península ibérica, y en segundo lugar, el género de cancionero. El trabajo está pensado como un viaje que empieza por una presentación histórica de un periodo muy articulado como fue la Baja Edad Media, en una perspectiva doble italo-española, para luego pasar a los temas poéticos castellanos en el segundo capítulo, al Cancionero de Baena y, finalmente, a la producción poética de Imperial que se recoge en este. La parte que contiene el apéndice propone un proyecto de edición crítica de dicha obra, de la que se presenta asimismo una traducción al italiano y un aparato de notas y comentarios que recogen los estudios filológicos hechos hasta ahora, con algunas otras observaciones señaladas puntualmente. Antes de adentrarnos en el estudio, parece útil también en esta ocasión dedicar espacio a una primera introducción sobre la Edad Media en sí misma. Una obligación que se debe al hecho que es este el periodo durante el cual nacieron las profundas revoluciones sociales, políticas, económicas, lingüísticas y literarias que formarán el fundamento de los Siglos de Oro literarios de Italia y España. De hecho, la tradición manualística se ha dedicado con mucho interés al estudio de esta larga temporada, indicando, como es bien sabido, el 476 y el 1492 como límites cronológicos reconocidos por la mayor parte de los estudiosos. Como siempre pasa cuando se intenta poner fronteras a una realidad histórica o cultural, las fechas son únicamente indicativas, y no podrían ser unívocas, ni absolutas. De hecho, en la historia del Occidente europeo, también el saco de Roma de 410 y la conquista de Constantinopla de 1453 se podrían considerar años aptos para la determinación del período. Y si se observan los eventos que afectan a cada país, las referencias pueden modificarse más; es el caso de Inglaterra, que vio en el 1485 –con la llegada de la dinastía Tudor- el fin de la antigua ideología y el comienzo de un nuevo mundo y enfoque sociocultural. O de Francia, donde el fin de la Edad Media coincide con el 1494, cuando empezaron las grandiosas conquistas de Carlos VIII. Y a estas cuestiones se añada también la que se refiere a la percepción de la Edad Media en la historiografía, cosa que nos muestra bien cómo este periodo ha sido muy complejo y articulado, diferente en cada sitio y en cada tiempo. La percepción humanística de la Edad Media –que en los siglos XV y XVI quería conectarse directamente al mundo clásico de la antigüedad griega y latina, suplantando la obscura età di mezzo, caracterizada por guerras, pestilencias y carestías- ha sido completamente invertida por los historiógrafos que han vuelto a iluminar el periodo, subrayando sus muchos estímulos innovadores y revolucionarios que son la base más fuerte del actual Occidente. Cierto es que durante la Edad Media el viejo mundo entró en profunda crisis, así como no cabe ninguna duda que entre los siglos V y IX se advirtieron fuertes señales de dicha crisis -tanto en lo económico como en lo cultural-, de disgregación y descomposición de los tejidos sociales superados: muchas ciudades se despoblaron, las vías de comunicación se interrumpieron, algunos centros de instrucción se abandonaron. Y también desde el punto de vista lingüístico la disgregación fue mucha, con la progresiva sustitución del latín por los vulgares románicos. Sin embargo, estaban por llegar una contra tendencia, un impulso innovador hacia la reconstrucción y nueva fundación de los sistemas políticos, económicos y sociales, gracias al nombramiento de Carlo Magno como emperador. Aunque a pesar de esto fue después del año Mil cuando la situación cambió sensiblemente, con el arranque del desarrollo económico y demográfico, el renacimiento de las ciudades, la difusión de una economía monetaria renovada y del comercio, con los consiguientes trueques culturales che favorecieron la creación de las literaturas protonacionales. El definitivo cambio de tendencia se refleja en las definiciones de Alta y Baja Edad Media, que, una vez más, no tienen las mismas cronologías para todos los países. En los anglosajones, por ejemplo, con High Middle Ages se hace referencia a los siglos XII y XIII, mientras que en Alemania con Frühmittelalter (Primera Edad Media) se refieren a los siglos V-VIII, con Hochmittelalter (Alta Edad Media) se indican los siglos IX-XI y con Spätmittelalter (Última Edad Media) se caracterizan los siglos XII-XV. Aunque cada uno mantenga sus propios matices lingüísticos y diferencias temporales, la idea de una falta de homogeneidad de los diez siglos medievales es común a todos. La llegada a la era moderna representa el resultado de un largo proceso, que en gran medida se inició en los siglos XIII-XIV-XV. En este contexto de transformación continua, de innovación y revolución se produjeron también los primeros importantes cambios que habrían llevado a la difusión cada vez más rápida de las literaturas europeas, y es en este contexto que se compiló en España la primera antología en lengua castellana -el Cancionero de Baena- que contiene casi todos los versos de Francisco Imperial que hoy podemos leer. Por lo tanto, parecía importante que el viaje en el tiempo y en el espacio que conducirá al estudio de lo que podríamos definir clásicamente corpus Imperialis y de su nuevo sistema literario a caballo entre alegoría y cancionero comenzara con un capítulo dedicado a la contextualización histórica. El primer párrafo del capítulo que abre la tesis dirige una mirada de conjunto a la Italia de la Edad Media en su unicidad, para luego adentrarse en la compleja situación de la península ibérica, de la Reconquista en el segundo, y al importante papel de las dos ciudades de Imperial en el tercero. Génova y Sevilla son dos centros que han fundado la riqueza medieval en un florido pasado: ambas tuvieron que luchar contra el enemigo árabe, aunque lo hicieran de manera, con medios y con tiempos diferentes; ambas guardan su riqueza en el agua y, si la presencia del mar ha hecho posible la magnitud de Génova y la idealización de su imagen en el mundo de januensis ergo mercator, notoriamente desde la antigüedad fueron los ríos una de las vías de comunicación principales, y fue el Guadalquivir el verdadero oro de Sevilla. Finalmente el cuarto y último párrafo se centra en la actividad del genovés en la Reconquista del Mediterráneo y a la participación genovesa en Sevilla, tras el repartimiento de la capital. Los temas afrontados son muchos y no pretenden abarcar las infinitas cuestiones que dicho tiempo lleva consigo. Más bien en el primer capítulo del trabajo se quiere hablar de cómo las dos tierras estuvieron conectadas durante estos siglos, en un primer momento juntadas por la lucha al común enemigo árabe, un enemigo que en realidad representó el medio de unión de los reinos españoles. Génova y Sevilla con sus comercios tuvieron que mantener relaciones económicas importantes, que consintieron que muchas familias ligures se mudaran a la capital sureña y, entre estas, la propia de Imperial. El camino hacia la obra de nuestro autor sigue con un segundo capítulo que está dedicado a la poesía de cancionero, la cual se desarrolló en este contexto dinámico y conflictivos, puesto que fueron sobretodo la lucha contra el enemigo común y la tentativa de consolidar los poderes locales respecto al mundo islámico las que favorecieron una reorganización interna de la política y de la economía de España. Y de todo esto, por cierto, hubo consiguientes repercusiones en el mundo cultural, facilitando también el nacimiento de una nueva lengua única y unificadora. Tras la muerte de Alfonso XI (1349) empezó una época de duros conflictos, caracterizados principalmente por las luchas dinásticas y la creciente ambición de la aristocracia. Fue así durante los reinos de Pedro I (1350-1369), Enrique II (1369-1379) y Juan I (1379-1390). La siempre más poderosa nobleza y la Corona se vieron siempre más entrelazadas cuando salieron al trono Enrique III (1390-1406) y Juan II (1406-1454) y, a pesar de los esfuerzos de don Álvaro de Luna, privado de Juan II, protector de comerciantes y conversos, che intuyó la necesidad de forjar una monarquía autoritaria aliada con la clase mercantil, continuó el deterioro de la institución monárquica frente a las iniciativas de la nobleza. Es bien sabido que la crisis social y política que atravesó la Península Ibérica implicó también a la Corona aragonesa, principalmente por motivos dinásticos: la muerte de Martín el Humano (1410) dejó sin herederos directos a la Corona di Aragón, lo que hizo más fuerte el poder de la burguesía. Los dos pretendientes al trono fueron Fernando I de Antequera, futuro rey, hermano de Enrique III de Castilla y nieto de Pedro IV el Ceremonioso, y Jaime, bisnieto del mismo monarca. Si la unión de Castilla y de Aragón, a finales del siglo XV, hizo posible la pacificación de los dos grandes reinos de la Península, hay que decir que la alianza fue precaria, puesto que existía solamente a nivel de los reyes y de la aristocracia, mientras que los pueblos seguían utilizando sus propias leyes y costumbres. Sin embargo el centralismo de la monarquía logró cambiar el rumbo de la energía conflictiva peninsular, dirigiendo las miras expansionistas y guerreras hacia la definitiva expulsión de los árabes y el Oeste del mundo. A la confusión política y a la consiguiente degradación de la imagen pública de reyes y señores se respondió con la búsqueda de una renovada cultura que supiera limpiar lo que los intereses personales y económicos habían ensuciado. Nace entonces la poesía cancioneril, que se hace testimonio de una cultura señorial en declive, registrando la apariencia, el auge y la decadencia de la aristocracia palaciega en el otoño de la Edad Media. Los cancioneros se convierten en una oficina de prensa ante litteram, que tuviera que construir la nueva imago maiestatis. Dentro de este segundo capítulo, siguiendo la perspectiva comparatista, al igual que en Italia se habla difusamente de le tre corone con referencia a Dante, Petrarca y Boccaccio, se presentan las tres coronas españolas por excelencia: Santillana, Juan de Mena y Jorge Manrique. Sus nombres son tan altisonantes que acercarse a ellos nos hace sentir como hormigas frente a imponentes montañas, pero no habrían podido faltar en este estudio, puesto que, como se verá, Santillana y Manrique estarán presentes también en el volumen que acoge el único ejemplar del Cancionero de Baena (PN1). Sobre ellos se han escrito miles de páginas, en estudios de elevado interés que miran a estudiar en concreto cada palabra y cada verso de los autores, mientras que aquí se ha intentado cerrar el campo para hacer una presentación breve pero que fuera funcional a la perspectiva comparada, con un análisis de las principales características de sus poéticas y versos. Entre todos los cancioneros –que según lo que indica Brian Dutton en su magna obra El cancionero del siglo XV, c. 1360-1520 se recogen más de siete mil composiciones de unos setecientos poetas-, sin ninguna duda el de Baena ocupa una posición privilegiada. Esto no sólo porque, como se ha dicho, contiene la mayoría de los versos de Imperial, sino porque recoge las composiciones de las dos escuelas poéticas que están a la base de la construcción literaria castellana. El tercer capítulo presenta el análisis del único códice que actualmente se conoce y que está custodiado en la Bibliothèque Nationale de France (Esp. 37), del cual se han producido varias ediciones críticas, presentadas en el tercer apartado del segundo párrafo. Hoy en día se hace siempre más complicado tocar con la mano el volumen, ya que la biblioteca se ha preocupado de proporcionar una digitalización completa de la obra, extremadamente útil para algunas consideraciones, pero no suficiente para observar detenidamente el papel, o para volver a estudiar la encuadernación. La monumental obra contiene una copia apócrifa del Cancionero, que el poeta andalusí habría entregado a Juan II en la primera mitad del siglo XV, aunque el manuscrito que ha llegado al siglo XXI contiene más cosas. En este capítulo las preguntas que nos hacemos y a las que intentamos dar respuesta son las que indico a continuación, si bien no todas encuentran una resolución: ¿que más hospeda el códice? ¿Y por qué? ¿Cuál es el testimonio más antiguo de la obra así como la leemos? ¿Qué Cancionero y cuáles otros textos tenían los copistas a la hora de la compilación de los 205 folios recogidos en PN1? ¿Cuántas personas han trabajado en su redacción y en qué momentos? Todas estas llevan a la pregunta clave: admitiendo que, como es cierto, el Cancionero de Baena ha sido parte de la biblioteca de El Escorial, ¿se ha guardado ahí el actual códice alguna vez? Finalmente el cuarto y último capítulo de la tesis entran dentro de los textos de Imperial, empezando por la indispensable reconstrucción biográfica del poeta, aunque aparezca todavía rica de huecos históricos. En los últimos años han sido varios los nuevos estudiosos que se han acercado a Imperial, y con esta son tres las tesis que en la última década se han acercado a su obra: Thomas Aquilano, en 2010, con un trabajo interdisciplinar sobre el tema del sueño, Laura Garrigós Llorens, en 2015, con un análisis de la obra de Imperial del Cancionero de Baena y de las dos composiciones conservadas en el Cancionero de Palacio en el de Gallardo, y esta, que aquí se presenta. A partir de América, Imperial ha vuelto a España y, en fin, a Italia. Desde el 1977 la única edición crítica completa e imprimida de la obra de Imperial es la de Colbert Nepaulsingh, esencial referencia para este trabajo, con sus comentarios y análisis filológicos. De elevada importancia científica es también el trabajo de Dutton y González Cuenca de 1933, a los que se debe la última edición crítica del Cancionero de Baena y que, al margen de muchos versos, han propuesto la traducción de algunas palabras oscuras al español moderno, cosa muy útil también a la hora de proponer una traducción al italiano de la difícil poesía del genovés. En este sentido, sería justo afirmar que los reflectores sobre Imperial se encendieron por primera vez gracias a José Amador de los Ríos, responsable de una primera biografía del poeta áspera e imprecisa, llena de conjeturas pero interesante a la vez, sobre todo porque ha llevado a muchos críticos a hablar de Imperial, para defender su obra o para erradicarla duramente. El capítulo sigue con la presentación de la poesía en su dialogo con los géneros y temas en boga en su momento. En el Cancionero de Baena, como he afirmado, se cuentan dieciocho poemas de nuestro autor, algunos de ellos de atribución dudosa, pero atribuidos con cierta seguridad. La organización cronológica es bastante complicada, ya que no hay muchos elementos internos a los textos que permitan colocarlos a un lugar determinado. De hecho, solo en una ocasión se encuentra el momento cronológico de la composición, el nacimiento de Juan II, lo que permite definir el 1405 como año de composición. Ya en el índice se presenta la obra de Imperial dividida en temas, pero una presentación más completa se encuentra en el índex del apéndice, que contiene también la poesía relacionada a la de nuestro autor. Imperial se dedica inicialmente a dialogar con sus colegas andaluces, cuestionando sobre los temas que más ocupan los pensamientos de sus contemporáneos. Así participa e inaugura ciclos de preguntas y respuestas sobre el tema de la Fortuna (CB 548, 245, 247) y el del papel de Dios en la vida humana y del libre albedrío (CB 521). Sucesivamente se presenta el famoso grupo de obras dedicadas a la Estrella Diana, la mujer a través del cual la alegoría aparece por primera vez en la poesía Imperial. Se trata de un debate que empezó Imperial que ocupa las composiciones 231-236, y en el que el genovés interviene, como se verá, en varias ocasiones. Los encuentros femeninos alegóricos continúan a lo largo del Guadalquivir, con las figuras de Angelina de Grecia (CB 240; 237), Isabel González (CB 238; 239) y una misteriosa mujer (CB 248), que parece guardar ecos de las tres mujeres amadas por el poeta y ya presentadas y que, sobre todo, presenta la imagen de la poesía provenzal que se inclina ante el genovés. El decir se transforma así en una invectiva a Sevilla –tema que estará presente también en el 241, abriendo la poesía a la cuestión política, muy frecuentada por el modelo Dante y presente también en el ilustre poema a Juan II (CB 226). Antes de dejar las reuniones alegóricas, Imperial compone "En un famoso vergel..." (CB 242) en el que, de nuevo, trata de las mujeres queridas. El tema del amor -ya protagonista del ciclo a la Estrella Diana- reapareció en el juego de adivinanza que comenzó Imperial (243), y en el que interviene Villasandino, dando forma a una auténtica controversia sobre la poesía. Es en esta ocasión cuando nos encontramos ante el choque de las dos escuelas poéticas en el Cancionero de Baena del que ya hemos hablado. Por último, a los poemas más famosos de Imperial está reservada la parte final del análisis. Se trata del Decir a Juan II (CB 226) y del Decir a las siete Virtudes (CB 250) sobre los cuales mucho se ha dicho y que se presentan una vez más para completar el trabajo de Imperial en el interior del Cancionero de Baena. Completando el ciclo de estudios modernos hechos por los nuevos investigadores, -empezado por Thomas Aquilano (2010) y seguido por Laura Garrigós Llorens (2015)-, así se concluye el trabajo sobre la obra de un hombre que, como muchos, encontró su fortuna fuera del país natal y que ha representado el puente entre la alegoría italiana y la poesía de cancionero, llevando consigo el Trecento italiano que sin duda alguna contribuirá a hacer grande el Cuatrocientos español.
Francisco Imperial moves his steps between two important centuries, in an articulate time characterized by fuzzy linguistic contexts and national definitions in the making, finding his Fortuna in Andalusia. Straddling two complex systems such as the Italian allegory and antologic spanish cancionero, the Cancionero de Baena gather eighteen compositions of the poet, stored in the code (PN1 - Esp. 37 - BNF). Inside the volum also collect some poems of Santillana –who liked, as is known, Imperial- and Manrique, crowns of the Castillian literature. The necessary historical and literary context leads to the analysis of the CB –possible also thanks an important and recent digitization of the precious volume- and themes presented in the Imperial’s words; finally in the second volume, it will be present a new critical edition of decires contained in the CB, for the first time accompanied by a proposal of Italian translation.
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