La exposición indirecta o ser testigo de violencia (EIV) es uno de los múltiples tipos de victimización a los que están expuestos los niños, niñas y adolescentes. Se trata de experiencias que pueden afectar a su personalidad en formación y a su desarrollo psicológico y social. La EIV es un concepto consolidado en ciencias sociales que se utiliza para explicar el origen de la conducta antisocial y delictiva, si bien su estudio sigue conllevando algunos problemas metodológicos relacionados con la complejidad de su evaluación. El silencio que suele envolver a estas experiencias hace que se trate de una forma de victimización invisible. Tradicionalmente, se ha estudiado como un fenómeno aislado y circunscrito al ámbito intrafamiliar, si bien la exposición a violencia comunitaria es un problema frecuente, especialmente en colectivos de jóvenes con conductas antisociales y disruptivas. En este contexto, el objetivo de esta Tesis doctoral ha sido conocer la prevalencia de la victimización por EIV a lo largo de la vida, en una muestra de adolescentes infractores implicados en el sistema de justicia juvenil de Catalunya, teniendo en cuenta el contexto en que tienen lugar estas experiencias y las características individuales (sexo, edad y país de origen) de los jóvenes. Asimismo, y en relación con el problema del silencio que parece envolver a estas experiencias, se ha analizado la respuesta conductual de los jóvenes en cuanto a si las cuentan o callan y, en su caso, quiénes son sus interlocutores. Finalmente, entrando en un campo de estudio reciente y con un enfoque innovador, se han estudiado las interconexiones entre los diferentes tipos de victimización infanto-juvenil, situando la EIV dentro del conjunto de experiencias de victimización de los participantes. Ello ha permitido observar relaciones de co-ocurrencia y el riesgo que puede suponer la EIV para vivir otros tipos de victimización en los que la violencia se ejerce primariamente sobre el propio menor.
La muestra se compone de 101 jóvenes de ambos sexos (81 chicos y 19 chicas) de edades comprendidas entre los 14 y 17 años (M = 16,08; DT = 0,99) en cumplimiento de medidas judiciales de régimen abierto o en centros de internamiento de Barcelona. El instrumento utilizado es la versión catalana-española del Juvenile Victimization Questionnaire (Finkelhor, Hamby, Ormrod, & Turner, 2005), que evalúa la exposición a violencia mediante un módulo específico compuesto por 9 preguntas relativas a experiencias de EIV en el contexto intrafamiliar y comunitario. Así, la prevalencia global de EIV ha sido del 97%. En el ámbito comunitario (EIV-C) los chicos (97,6%) y aquellos de mayor edad (95,9%) presentan los porcentajes más altos, mientras que en el ámbito intrafamiliar (EIV-F), las chicas (47,4%) y los de menor edad (59,3%) son los que presentan porcentajes más altos.
La conducta de no contar las experiencias es la más frecuente. Las experiencias de violencia en el ámbito intrafamiliar son las que más se callan, con porcentajes del 75% en la violencia de padres a hermanos y del 69% de los padres entre sí. En el ámbito comunitario la que menos se cuenta son las agresiones sin arma (57,5%). Los amigos son los interlocutores más frecuentes cuando los jóvenes cuentan sus experiencias de EIV. La experiencia de tiroteos o disturbios callejeros es la que más frecuentemente se comparte con ellos (45,2%), seguida por las agresiones con y sin arma (42% y 40%).
La EIV-F triplica el riesgo de ser víctima de maltrato por parte de los cuidadores (OR = 3,06) y la EIV-C triplica el riesgo de sufrir agresiones de iguales (OR = 11,59) y delitos comunes (OR = 31,33) como también, aunque en menor medida, de victimización sexual (OR = 1,20). Los elevados índices de prevalencia de la EIV a lo largo de la vida de los jóvenes infractores, más altos que los hallados en otros tipos de muestras de edades similares, los sitúa entre los segmentos de la población que más experiencias vicarias de violencia han tenido a lo largo de sus vidas. Las relaciones de co-ocurrencia de la EIV que muestran los resultados obtenidos sirven de alerta para la detección de otros tipos, incluidos aquellos en los que la violencia está primariamente dirigida hacia los propios jóvenes en múltiples contextos, también los centros de justicia juvenil. El silencio que guardan los jóvenes sobre estas experiencias contribuye a mantener la invisibilidad de la violencia y dificulta su prevención, por lo que conviene promover mecanismos de supervisión, procurar el diálogo proactivo con los jóvenes y trabajar para ofrecerles entornos y relaciones seguras donde crecer y desarrollarse saludablemente.
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