España no fue una excepción en la valoración y el desarrollo del hecho físico deportivo respecto a otros países de nuestro entorno geográfico y cultural. La implantación de las prácticas físicas entre la población española estuvo ligada y se desarrolló paralelamente al grado de industrialización y modernización cultural que sufrió nuestra sociedad durante el primer tercio del siglo XX. Fue a partir de 1910 y sobre todo en los años veinte cuando el deporte se popularizó como espectáculo y en mucha menor medida como práctica.
A finales del siglo XX miembros de la nobleza y la burguesía en Madrid y Barcelona comenzaron a practicar el sport inglés como una actividad distinguida y de signo social diferenciador. El sport viajó con estas clases sociales a sus lugares de recreo donde en buena parte se seguiría practicando por los habitantes del lugar, este fue el caso de San Sebastián desde donde el deporte se irradiaría al resto de Guipúzcoa y a la vecina Vizcaya. La influencia directa de los marineros y de la colonia británica en las zonas mineras españolas se dejaría sentir, sobre todo en deportes como el fútbol y otros deportes atléticos que, como es conocido, no era practicado por la aristocracia española.
Posteriormente la pequeña burguesía y la clase media (profesionales liberales, funcionarios, administrativos, empleados de la banca y el comercio, etc...) de los núcleos urbanos antes citados, comenzaron a ejercitarse en las prácticas físicas y deportivas. Era una forma de asemejarse a las clases altas y de acercarse a los hábitos de vida modernos y saludables que la sociedad anglosajona, tan admirada en España por aquellos tiempos, exportaba al resto del mundo. También un fin higiénico y saludable marcaba el sentido de sus prácticas deportivas. Educadores, militares, médicos e intelectuales españoles se ocuparon del hecho deportivo en el primer tercio del siglo XX.
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