El bombo con platillo del carnaval porteño ha sido protagonista en el tiempo de determinadas dinámicas sociales e indentitarias de la ciudad de Buenos Aires. Su participación en la conformación de memorias compartidas en la metrópolis argentina se remonta a las primeras décadas del siglo pasado, cuando el instrumento se afirma entre los conjuntos de carnaval de matriz hispana llamados murga. Cercano al bombo y platillo del sur de España y a los instrumentos dobles utilizados en los circos y en las bandas de música, el instrumento americano seguirá un recorrido único, conservando, de alguna manera, algunas características de la pareja instrumental bombo/platos. Aun considerando los procesos de cambio históricos y socioeconómicos de la Argentina, el bombo de murga parece conservar todavía hoy lo grotesco del circo, la función de sonido de llamada típico de los anuncios publicitarios callejeros de principios del 1900 y la marcialidad de las bandas de música.
Desde hace 30 años ha obtenido una gran visibilidad. Interpretado en las nuevas murgas, acompaña su danza y su proceso de difusión masiva. Éstas se vuelven omnipresentes en varios espacios de agregación, convirtiéndose en colectivos organizados de modo heterogéneo que son, a menudo, de grandes dimensiones. Bajo el lema “todo el año es carnaval”, en efecto, se convierten en la expresión máxima de la fiesta y también en centros de socialización artística popular costantemente activos en el territorio. El carnaval, entonces, perdiendo en parte su referencia temporal, representa hoy un verdadero “estilo de vida” para los murgueros. Los ensambles de percusión se amplían, los músicos y los bailarines practican durante todo el año. El bombo asume rapidamente importancia en el espacio sonoro de la ciudad, ejecutando un papel central en particulares ritos urbanos, tocado no sólo por las murgas, sino también en las canchas de fútbol y las marchas de plaza. Es el que ordena el espacio y el movimiento de los cuerpos en el campo ya expandido del carnaval. Convirténdose en un elemento indispensable en la articulación de performances culturales contemporáneas, parece poner orden en el caos semiótico y político de la ciudad.
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