Vivimos sumidos en complejos entramados de convicciones preconscientes –llámeseles superestructura, ideología, cultura…- cuya función principal es hacernos conformes al status quo. En tanto que preconscientes, estas convicciones irracionales forman parte ineludible e imperceptible de nosotros mismos por más que ya lo dijera Benjamin: “No hay un documento de cultura que no lo sea a la vez de barbarie”. Fundamentales para estructurar la convivencia social, este género de convicciones ha existido desde siempre, si bien su alcance actual es cada vez, y a la vez, más amplio y más preciso. Las formas de preservación y reproducción de estas “verdades” han evolucionado en paralelo a la sociedad, hasta alcanzar un nivel de sofisticación apabullante.
Si en las sociedades autoritarias históricas su sostenimiento se basaba en la represión y el ejercicio monopolístico de diversas formas de violencia, la evolución hacia las primeras sociedades democráticas –y capitalistas- precisó de medidas más sutiles. La reversión, o la capacidad del capitalismo de volver en su favor aquello que se le opone, le ha permitido, no sólo sobrevivir a sus opuestos –a los que ya no se podía simplemente aniquilar- sino incorporarlos a su propio progreso y crecimiento, depurándolos a su vez de su carga de negatividad. “Toda crítica racional del capitalismo, lo refuerza”, dirá Carrera, comentando a Cacciari, toda oposición redunda en su crecimiento y abre para él un nuevo ámbito que conquistar. Finalmente, el imparable desarrollo de un capitalismo convertido en “forma de vida total” (Harvey), hacia su expansión sobre todas las manifestaciones de la vida ha ido relegando a la reversión a la irrelevancia, toda vez que la existencia de un contrario, un posible exterior al propio capital, se torna más y más improbable. En consecuencia, el mecanismo por excelencia de preservación del capitalismo tardío es la obliteración, sustituto y heredero perfeccionado de sus formas de reproducción. Desde Bernays a Clinton, el proyecto capitalista de democracia lleva en sí incluido, y se desarrolla a la vez que los procesos de obliteración.
Si Foucault llama “aleturgia” (manifestación de verdad) al conjunto de los procedimientos posibles, verbales o no, mediante los cuales se saca a la luz lo que se plantea como verdadero, en oposición a lo falso, a lo oculto, a lo indecible, a lo imprevisible. Al olvido” y la asocia al ejercicio del poder, llamaremos obliteración a los procedimientos por lo que se condena a lo falso, a lo oculto y al olvido a aquello que se quiere hacer desaparecer en favor de lo que se hace aparecer como verdadero. Es la obliteración el procedimiento por el que se imponen esas aleturgias, esas “verdades” que, sumadas, acaban por constituir nuestra ideología, aquello que constituye nuestra forma de pensar y de producirnos, aquello que somos. Y a su vez es la obliteración la que naturaliza la ideología, la que la torna indiscutible y preconsciente, la que la torna, en palabras de Ramonet, transparente.
La primera parte de la presente tesis doctoral, tratará de alumbrar algunos de estos procesos desde sus formas más primitivas, concomitantes a la instauración del propio capitalismo, hasta sus evoluciones contemporáneas más depuradas y complejas. Desde la conformación de las nociones de tiempo y espacio, a la propaganda de guerra, y a la publicidad en paz a través de mass media siempre crecientes, y siempre más concentrados; de la represión social a la expresión individual y a los modernos procesos de subjetivación, a través de la influencia de lobbies, manipulaciones, desregulaciones, especializaciones, abstracciones y todo tipo de dispersiones, el de la obliteración es un viaje que pretende abarcarlo todo acercándose siempre más. Extenderse siempre más, y llegar al mismo tiempo más cerca, hasta meterse virtualmente “bajo tu piel”.
Por su parte, la arquitectura, congénitamente adepta a los mecanismos del poder –tarea de cortesanos à la Castiglione-, no es en absoluto ajena a estos procesos. Sus permanentes y elaborados intentos de vinculación a “causas superiores” como la filosofía o el arte no son sino expresiones, especialmente explícitas una vez vistas desde la óptica adecuada, de sus muy específicos mecanismos de obliteración. Su pretendida autonomía, el más eficaz vehículo de la misma.
En el segundo bloque de la tesis se incidirá sobre los procesos obliterativos aplicados a la arquitectura. El relato histórico disciplinar paralelo al anterior recogerá las influencias de las corrientes generales en el ámbito de la arquitectura, pero desplegará también el desarrollo de un trasunto obliterativo específico a la disciplina y el estatuto de la arquitectura. La creación –ya en sí misma reversiva- del Movimiento Moderno y su posterior reversión americana en el MoMA prepararán el traslatum imperii que se hará efectivo en Bretton Woods. El desarrollo de los conceptos de autonomía, obliterados de Kant a Kaufmann, y sobre todo en adelante; la influencia del individualismo americano, tan afín al desarrollo social capitalista; la especialización, que derivará en separación espectacular; el surgimiento, a partir de lobbies arquitectónicos específicos, apoyados en los conceptos ya obliterados de autonomía e individualismo, de sucesivos grupos sancionados por el poder; su deriva final hasta invocar de nuevo en el concepto de “genio”, tan útil a los intereses tardocapitalistas; y la degeneración final de todas estas estructuras de poder, se enlazarán en sus líneas tratando de alumbrar una perspectiva un tanto diferente sobre la historia y la crítica arquitectónicas construidas sobre las cenizas del moderno.
A la luz de todo lo anteriormente expuesto, las conclusiones tratarán de verter alguna luz sobre el estado actual de la arquitectura y de su potencial capacidad de acción política y social y, muy especialmente, sobre la necesidad de una renovada crítica capaz de orientar sus intereses algo más allá de los del capital.
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