San Antonio de Padua, fraile menor contemporáneo de san Francisco, murió en las cercanías de Padua el día 13 de junio de 1231. En sus más de treinta años de vida, el santo contribuyó activamente a la formación de la incipiente Orden Franciscana, en la que pronto destacó por sus dotes como orador y eficaz combatiente de la herejía.
Sin duda los franciscanos originaron e impulsaron el culto del santo, que contó con el apoyo de la jerarquía eclesiástica, pero fueron las masas anónimas de devotos quienes reinterpretaron su figura, y le dotaron de una dimensión popular y pública.
La suma de ambas vertientes derivó en una atribución inmediata de milagros, que fueron recogidos en las hagiografías primitivas del santo. A partir de aquel momento, los relatos portentosos vinculados a san Antonio se multiplicaron y, llegado el siglo XIV, la composición del Liber miraculorum permite confirmar la constitución del principal corpus de prodigios antonianos.
Más adelante, ya durante la Edad Moderna, se gestaron algunos de sus cultos más extendidos: destacan entre ellos la protección a las mujeres y los niños, así como la invocación del santo para hallar los objetos perdidos, por los que aún se le conoce hoy. La devoción a san Antonio ha trascendido geografías y cronologías y, en la actualidad, sigue siendo uno de los santos más venerados de la cristiandad.
De todo ello se da cuenta en esta tesis, en la que se propone el estudio del origen y posterior desarrollo de un conjunto de devociones populares vinculadas a san Antonio.
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