En palabras de John Rawls, el respeto por uno mismo (self-respect) es quizás el más importante bien primario social (TJ, § 67). Teniendo presente esta declaración de tan alta importancia nominal que el respeto alcanzaría en una teoría de la justicia social, distributiva precisamente de bienes primarios sociales, llama la atención que no encuentre en la obra de Rawls más que un desarrollo escueto en sólo un parágrafo de la Teoría de la Justicia de 1971, y algunas alusiones aparentemente desprovistas de sistematicidad en el conjunto restante de la obra del pensador norteamericano.
Esta asimetría entre la importancia nominal del concepto, y su desarrollo formal en el conjunto de los escritos de Rawls, es lo que mueve a esta reflexión sobre el respeto por uno mismo. El trabajo realizado en esta tesis procura, por una parte, entender el rol que desempeña el respeto por uno mismo en la arquitectura general de la teoría de la justicia como equidad y, por la otra, advertir dificultades que dicha noción encuentra al interior de la propia obra de Rawls cuando se la confronta con otros elementos del mismo sistema.
Tras una presentación general del concepto, de su lugar en la teoría de la justicia como equidad, y de su importancia para el éxito de la misma mirada como conjunto sistemático, es posible afirmar que el respeto por uno mismo es fruto de experiencias afortunadas de lo que en un sentido amplio podemos emparentar con la idea de reconocimiento mutuo. Rawls propone leyes psicológicas del desarrollo moral que descansan en experiencias tempranas de reciprocidad en contextos de aceptación y cooperación. Estas experiencias recurrentes sedimentan la predisposición motivacional al deseo de querer “pagar con una misma moneda” el buen trato recibido desde la primera infancia en ámbitos de socialización primaria, y más tarde en contextos sociales institucionalizados y poblados de interacciones sociales más abstractas y anónimas. Si las leyes del desarrollo moral se han llevado a cabo en términos afortunados, es posible que en cada persona se desarrolle una convergencia entre su idea del bien para sí mismo y su adhesión a los principios de justicia, vividos ya no como coacción heterónoma sino como componentes felicitantes de la propia concepción personal del bien. Así pues, el respeto por uno mismo que surge del hecho de contar con un plan de vida valioso (fundado por su parte en el principio aristotélico), dotado de la suficiente autoconfianza para llevarlo a cabo y del reconocimiento de su valor por parte de un entorno social significativo, opera simultáneamente en favor de la estabilidad de la sociedad bien ordenada de ciudadanos libres e iguales que se involucran en ella en tanto empresa de cooperación a lo largo de las generaciones, honrando cada uno de ellos su propio sentido de justicia.
La primera dificultad que la tesis aborda es la que se produce al contrastar las suposiciones antropológicas en que descansa la posición original bajo velo de la ignorancia (particularmente la naturalización y universalización de la racionalidad del homo oeconomicus como única racionalidad económica), y las pretensiones de estabilidad a que se aspira para la sociedad una vez que se descorre ese velo. Aunque Rawls no promueve la universalización del egoísmo como filosofía moral, más bien todo lo contrario, su experimento mental –construido a su juicio con suposiciones razonables y generalmente aceptables- no permite descartar la posibilidad del egoísmo como una psicología moral con una presencia social significativa o incluso generalizada. Así, a partir de la suposición de un agente racional maximizador y autointeresado, cabe más bien prever que la sociedad se configure más bien como un modus operandi que como una práctica de la cooperación estable en el tiempo, contra lo que Rawls desearía. El capítulo acude a la crítica que Dereck Parfit dirige al egoísmo como filosofía moral, cuya universalización termina siendo tanto inconsistente como contraproducente.
La segunda dificultad que se aborda se dirige al examen del criterio de reciprocidad que caracterizaría la relación mutua entre ciudadanos libre e iguales en la sociedad bien ordenada. La reciprocidad es insuficiente para caracterizar el origen de las experiencias del desarrollo moral de acuerdo a las leyes a que Rawls apela, así como lo es también para configurar del todo la vida en sociedad como experiencia cooperativa. Tratándose de la primera ley del desarrollo moral –“moral de autoridad”- a que Rawls recurre, ella se caracteriza por tratarse de una experiencia de amor incondicional con que el niño es tratado por quienes son al mismo tiempo las fuentes de autoridad normativa desde la temprana infancia. Por su parte, la reciprocidad como característica de la cooperación social sólo aporta un criterio de simetría en los comportamientos recíprocos, pero no permite discriminar entre reciprocidad de bienes o de males; y por otra parte, dicha reciprocidad tampoco permite explicar cómo es que se da inicio a la cooperación social. En efecto, la reciprocidad supone una respuesta a un comportamiento anterior, pero en ausencia de un primer comportamiento cooperativo, no puede desencadenarse una respuesta cooperativa ni un ciclo cooperativo posterior. Es por ello que un planteamiento más afortunado para el desarrollo de la cooperación social necesitaría tomar distancia de la sola idea de reciprocidad y orientarse hacia algo que se contiene en la primera ley del desarrollo moral pero que Rawls no advierte, y que es una lógica más próxima al don, que quiebra el criterio de la equivalencia para fundar la cooperación en una aceptación incondicional del otro y de su valor. Es lo que se sigue al examinar los comentarios de Claude Lefort a la polémica sobre la naturaleza del don, a propósito del ensayo de Marcel Mauss y las críticas que suscitó en C. Lévi-Strauss.
La tercera dificultad tratada en la tesis dice relación con la centralidad que el principio aristotélico tiene para el logro afortunado del respeto por uno mismo, al contrastarla con diversas realidades del mundo del trabajo. Rawls no aborda directamente la cuestión del trabajo, fuente primordial de vinculación social e identidad personal en las sociedades modernas. No obstante, la importancia del reconocimiento mutuo en la forja del respeto por uno mismo en la consideración del valor de los planes de vida que cada cual adopta, y de la importancia de las excelencias vinculadas al principio aristotélico para el valor de esos planes de vida, deja muy poco margen para una consideración de estos asuntos desvinculándolos de la consideración del trabajo como el espacio idóneo para la mutua exposición y evaluación de nuestros planes de vida. Y las realidades del mundo del trabajo no necesariamente refuerzan como regla general la posibilidad de respeto mutuo como Rawls la visualiza. Fenómenos de distinto tipo, como el desempleo, la descualificación en el empleo, o el empleo altamente calificado pero deficitario de reconocimiento (al modo en que queda esto de manifiesto en el monólogo “El Contrabajo” de Patrick Süskind), muestran que la vinculación entre principio aristotélico y expresión de respeto y autorespeto, es una vinculación precaria y alejada de un alcance generalizado. No se propone como contrapartida derogar la importancia del principio aristotélico como fuente de valor de las ideas individuales acerca del bien. Sin embargo, y tomando en este aspecto reflexiones de Richard Sennett contenidas en sus obras El respeto y El artesano, una base más segura para una experiencia bien lograda de respeto propio y mutuo descansa en primer lugar en el reconocimiento del valor de la cooperación social lealmente llevada a cabo, antes que en el principio aristotélico.
Las conclusiones insinúan algunas pistas que dentro de la propia filosofía de Rawls podrían ofrecer una justificación mejor a las posibilidades para una experiencia afortunada de respeto por uno mismo como fruto, en parte, de experiencias de respeto mutuo generalizadas. La primera ley psicológica del desarrollo moral en tanto descansando en la experiencia de ser recibido con amor incondicional (más allá de la mera recirocidad), y la visión de la sociedad como asociación de asociaciones cuyas ideas particulares del bien son de todos modos complementarias y por ello sensibles a la importancia y primacía de la cooperación social, brindan un marco de supuestos que facilitan una mejor justificación y viabilidad de la experiencia generalizada y bien lograda de respeto de unos por otros y de cada cual por sí mismo, propósito altamente estimable en la filosofía de Rawls.
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