La teoría evolutiva suele entenderse como una teoría causal donde las causas principales del cambio evolutivo son identificadas con la selección natural, la deriva genética, la mutación y la migración. Siguiendo este razonamiento, muchos biólogos y filósofos de la biología han estructurado la teoría evolutiva de forma análoga a la mecánica newtoniana, entendiendo la teoría evolutiva como una teoría de fuerzas. El punto clave en el que se sustenta la analogía, es que la estructura de la mecánica newtoniana permite identificar los elementos causales del sistema de interés. De esta manera, la teoría evolutiva encuentra una útil imagen explicativa del fenómeno evolutivo, estructurándose como una ‘teoría quasi-newtoniana’. Esta forma de estructurar o conceptualizar una teoría de forma similar a la newtoniana ha sido utilizada en diferentes áreas: en la composición de colores, de deseos, de servicios, en la composición de “fuerzas sociales”, de deberes, en cuestiones éticas, y en la composición de poderes causales en general.
Esta analogía, sin embargo, ha sido desafiada en la última década, mostrando no sólo las limitaciones de la misma, sino postulando una visión radicalmente nueva según la cual las entendidas como fuerzas o causas evolutivas no serían más que pseudoprocesos. La acción causal se encontraría en el nivel de los individuos siendo la selección, la deriva, etc., resúmenes estadísticos de dichos hechos. Lo que nos proponemos en este trabajo es analizar esta polémica, mostrar las bondades pero también las limitaciones de la analogía de fuerzas y, sobre todo, vislumbrar cuál es la estructura adecuada de la teoría evolutiva, prestando especial atención a la deriva genética por ser el factor causal que peor encaja en el marco de las fuerzas.
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