La representación política consiste en la presencia real, efectiva, de todo el pueblo en los órganos de decisión del Estado con la finalidad de que el hombre alcance la más plena realización de su libertad.
La doctrina liberal ante las dificultades del sufragio directo propugna, como es bien sabido, que el caude de representación del pueblo en la estructura del Estado sean los partidos políticos.
Junto a ello nos encontramos con la realidad, a nuestro modo de ver, completamente natural, de que los hombres aparecen unidos en la sociedad por vínculos de sangre, vecindad, trabajo o por ideas y creencias culturales o religiosas.
Esos vínculos y cauces de unión determinan la estructura de la sociedad la cual, lejos de ser una mera suma o adición de individuos, se articulo a través de un conjunto plural y orgánico de grupos intermedios, en cuyo seno desenvuelven los hombres su existencia.
Como consecuencia de ello la sociedad posee una naturaleza plural y orgánica.
La presencia de la sociedad en el Estado, dado el carácter plural y orgánico de aquélla, es susceptible de ser llevada a cabo, por múltiples vías, lo que implica una representación pública integral, plural (la total y no parcial presencia del pueblo en el Estado) la cual exige - de modo análogo a como sucede en el ámbito de la teoría de las formas políticas con la tradicional doctrina del régimen mixto - la adecuada mezcla y combinación de una representación ideológica con otra de carácter orgánico - que no tiene necesariamente una connotación autocrática -, que posibilite la presencia y participación en la legitimación, ejercicio y control del poder político de otros grupos sociales, distintos de los partidos, pero tan legítimos como ellos. Representación inorgánica y orgánica no son términos excluyentes sino categorías que deben y pueden integrarse y complementarse recíprocamente.
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