Eduardo Rodrigo Martinez López
Julián Marías es uno de los filósofos que más ha reflexionado sobre la felicidad, un concepto clave para entender la realidad de la persona humana y uno de los más complejos. El pensador español se ha referido a la felicidad como «el imposible necesario», una expresión paradójica con la que trata de sintetizar el drama humano consistente en el innato anhelo de ser feliz y el hecho de no poder serlo nunca plenamente. La presente investigación se propone descubrir qué piensa Marías sobre las posibilidades de acceso a una vida lograda. Si la felicidad plena no es posible en este mundo, ¿hasta qué cota se puede aspirar al menos? ¿Qué es lo que más nos acerca y nos aparta de la dicha? ¿Hay un camino hacia la felicidad común para todos o uno único para cada uno? ¿En qué medida depende de factores externos o de la actitud personal? Y se ha «preguntado» también a Marías por el papel que en todo ello desempeña el bienestar, el placer, el amor, el sufrimiento… En este sentido, ¿qué importancia tienen los bienes materiales y cuánta los espirituales? Y en cuanto a las dificultades inherentes a la vida, ¿se puede conservar la felicidad cuando irrumpe en nuestra existencia el dolor, la soledad o la injusticia? Además de dar respuesta desde el pensamiento de Marías a esas acuciantes preguntas, este trabajo doctoral contrasta también su visión con la que están ofreciendo en la actualidad diversas corrientes de hondo calado, como el relativismo o la llamada «ideología de género», que plantean presupuestos antropológicos y éticos muy dispares con respecto al raciovitalismo de corte cristiano de Marías. También se han introducido en la comparativa las dos líneas de pensamiento más opuestas hoy día a las tesis relativistas y de género: el personalismo y la doctrina católica. De los postulados antropológicos de cada una de ellas, de su concepción de la naturaleza y la libertad humanas, de su idea acerca de las fuentes de la moralidad, del concepto de amor o del sentido de la sexualidad que manejan cada una de ellas se desprende un modelo de vida, de estar en el mundo, que puede repercutir lógicamente en mayores o menores posibilidades de obtener una vida feliz. Durante la investigación, aparecen también otras filosofías y disciplinas que han pensado sobre la felicidad: desde la antigüedad clásica hasta el utilitarismo y desde el existencialismo y el ateísmo hasta la psicología positiva y la logoterapia, entre otras.
La principal conclusión a la que llega este estudio es que las personas, en cuanto al amor que se da y se recibe de ellas, son la mayor fuente de felicidad, según Marías. Y como el amor es un concepto entendido de manera dispar según quien lo invoque, el estudio ahonda también en la forma que tiene él de comprenderlo. Así, definiendo bien cómo es a su juicio el «amor auténtico», se podrá saber cuál es para él el camino más adecuado hacia la felicidad. En este sentido, Marías contempla el amor como una proyección hacia el otro, un movimiento benevolente de la persona en su integridad. No es, entonces, solo sentimiento, ni se reduce a lo meramente corporal, sino que concita todas las dimensiones de la persona. Y entraña, además, una cierta pretensión de irrevocabilidad. Marías se desmarca, así, de fórmulas más o menos extendidas de identificar el amor en la actualidad como el «amor sin compromiso» o su reducción a un sentimentalismo.
Por lo demás, el filósofo plantea un cierto nivel de voluntarismo en el logro de la felicidad, toda vez que otorga un peso mayor a la actitud personal ante la vida que a las circunstancias externas. Así, asegura que es posible ser feliz incluso en medio del sufrimiento, siempre y cuando éste no sea extremo. Pero, a la vez, reconoce que el bienestar o el placer pueden contribuir a obtener una vida lograda si son bien articulados.
Por lo demás, Marías cree también que requisito para la felicidad es seguir la propia vocación, vivir con autenticidad, con fidelidad a uno mismo o a quien se está llamado a ser, sin dejarse llevar ciegamente por las modas y las vigencias sociales. Esa llamada a ejercitar la libertad no obsta para que plantee también la necesidad de ser consecuente con la propia naturaleza humana, la cual marca unos ciertos límites que conviene respetar en aras de una vida lograda y de la cual se desprenden algunas normas morales de validez universal. Y dentro también del plano de la ética, otra actitud que a Marías le parece propiciatoria de la felicidad es la intensidad vital: vivir con profundidad, tanto en las relaciones humanas como en las actividades ordinarias, sin resbalar por las cosas, sin ser superficial, poniendo el máximo empeño en todo.
Finalmente, la investigación repara en la muerte como última barrera que impide una felicidad plena. Frente a ello, Marías trata de aportar desde la filosofía distintos argumentos racionales sobre la existencia de Dios y, por tanto, sobre la razonabilidad de tener esperanza en la «vida perdurable» o del más allá. Esa esperanza, así como un adecuado sentido de la vida, repercute también en el nivel felicitario de cada uno.
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