El pensamiento científico se sostiene en buena parte gracias al principio de la enumeración. Todo cuanto es susceptible de indagarse debe, en primer lugar, participar de una razón numérica.
Leonardo, paradigma de cómo deben ordenarse las cuestiones que atañen al cuerpo y a su composición, cifra en dieciocho las operaciones posibles para el organismo. Si bien su conjunto estará determinado por la ponderación, será no obstante la alusiva a la representación de la carga donde mayor celo imprimirá para que el cuerpo no colapse.
En el organismo se suceden los hechos del declinar. El cuerpo, a perpetuidad, resulta una entidad que refleja cíclica o linealmente la idea de la fractura.
Los términos comunes que nos han sido filtrados expresamente por el lenguaje - el de la pesadumbre y su contexto de plena rotundidad formal- serán contestados y resueltos, también en la representación artística ante el convencimiento del declive padecido por todo organismo.
Mediante las dieciocho operaciones que dispone el hombre para mostrar alguna actividad reside un hecho incontestable: todo movimiento nacerá de la desigualdad con que son compuestos los miembros. El cuerpo se expresa mediante las articulaciones. Todo cuanto se extravía del centro del cuerpo deberá ser considerado susceptible de recomposición. La observación del mundo aparente consistirá por tanto en saber aplicar el método de la equiparación. A modo de exigencia perpetua, al individuo, vivo, se le exigirá tanto un estado de conciencia para soportar el propio peso como un estado de "desconcierto", condiciones indispensables para poder restaurar con eficacia sus anomalías.
Leonardo parece desconfiar de todo lo que induce a la inestabilidad. Los miembros que deben estribar, el peligro de irse abajo, la necesidad de que el peso esté compuesto, lo accidental de las cargas opuestas, la urgencia de contrapesar; incluso en la variedad, también en el contraste, toda oscilación deberá ser filtrada primero y administrada más tarde mediante el "juicio".
Del resultado de las operaciones aparecerán posturas, gestos y expresiones. La articulación no deja de ser más que una división ficticia de las cosas enlazadas y sin embargo, el doblez resulta una parte intrínseca del organismo y de su medio expresivo para sostenerse. Término de aplicación universal, lo vertebrado, remitirá a la compostura de aquello que "hace uso" de esta facultad como "realidad material y técnica". La carga, más que una cuestión de magnitud, es más bien un suceso determinado por los síntomas. El concepto sublime, donde se sostiene, connatural a toda manifestación afectada, resulta apropiado cuando aluda a lo elevado y no tanto a lo abundante. Será en las exigencias, en las aflicciones del alma, donde se entreverán los efectos visibles de esas causas opacas. Los síntomas permitirán el conocimiento de lo cierto mediante el juego de las apariencias. En la flojedad de la cabeza, de enorme significado y amplia representación en las artes, se observará la extrema facilidad con la que se exteriorizan las extensiones del alma. El desplome de "la sesera", se convertirá en el síntoma más rotundo de cuantos constatan la verdadera magnitud que atesora la carga.
La verdadera percepción de la pesantez se dirime no tanto en el propio término-poco desarrollado a causa del tratamiento huidizo con que ha sido mencionado en los estudios estéticos- sino más bien en la lectura de sus opuestos y en aquellos que han resuelto auxiliar o definir su significado para las artes.
El término de la carga, diseminado en los más insospechados y en ocasiones obtusos ángulos de la representación artística, debe su consideración a una inmutable presencia y, en último término, a su condición de depositario del "carácter incontestable" de entre los elementos esenciales. Sus "formas"distintivas permitirán un continuo deslizamiento indefinido en este forzoso topos, "el lugar común" de la expresión y de la longevidad. En la persistencia de las formas se tercian así mismo los "modelos de supervivencia". La representación de la carga obedece a los mismos principios que rigen las obsesiones perdurables por cuanto ambas han emergido a través de la correspondencia; una constante que debe su perseverancia a la animosidad del hombre a enfrentarse con su propia condición.
Tan solo los síntomas y el análisis de los gestos inducirán a pensar que la naturaleza del peso será inherente a la presencia de la deformación.
Los organismos que se ven afectados por la carga serán desenmascarados por medio de las habilidades artísticas que serán, a su vez, las responsables de identificar las formas de padecimiento; considerarán tanto los síntomas como las consecuencias, las evidencias.
La figura humana transforma su naturaleza debido a los episodios gravosos. Son un gran número. Desde los que revisten una apariencia inofensiva hasta los que despiertan un verdadero estado de angustia. De un lado, las imágenes del hombre cargado, retóricas y con muy acusadas fórmulas de proyección. De otro, mucho más próximas y lesivas, las que conciernen a lo más recóndito de la conciencia, tanto las referidas a la expresión como aquellas otras que emergen desde las pasiones y los movimientos del alma.
La carga si bien resulta una figura esencialmente grave, su representación tenderá a la retórica y será mostrada bajo el aspecto de una "efigie" omnipresente y en permanente transformación. Para inmiscuirse, será necesario tratar con los términos proporcionados más que con términos semejantes.
La "apoyatura" en las analogías, un armazón ético bajo el cual se ilustraban los movimientos de la conciencia y los conceptos éticos inherentes al hombre, se justifica no tanto con el propósito de remover una serie de coexistencias forzadas, sino más bien en constatar que las condiciones en las que se manifiestan son, en último término, traducidas por las posibilidades expresivas del organismo. Unas condiciones que acabarán por formularse mediante un orden preciso. La representación de la carga no siempre estará sujeta a un solo argumento, en la mayoría de las ocasiones dispensará guiones inconclusos y puras alusiones. La variedad demostrará que en la representación todo tiene cabida porque la carga y los desequilibrios que la acompañan representan la actitud prototípica del desajuste.
El desequilibrio, estado connatural en la totalidad de las pasiones, es advertido como la mayor causa de debilidad. Así, la apariencia externa del individuo está determinada por su actividad, su trabajo o bien sus circunstancias.
El cuerpo es una entidad que persevera en los estados de reposo salvo cuando se ve obligado a mudarse a causa de las acciones exteriores que, deshaciendo el estado ideal de la figura plantada, imponen a su vez los movimientos contrarios a la razón producidos por la inconstancia; las denominadas servidumbres de las acciones. La vertiente exclusivamente fisiológica de esos movimientos atendería así a sus actos reflejos, reafirmándolos como una "necesidad mecánica". Estos funcionamientos, estudiados con amplitud en los gestos "indicativos", mantendrán la capacidad para expresar la singularidad de las emociones mediante modos comunicativos, intelectualizados y dispuestos para una observación reflexiva.
Las posturas son en realidad auténticas soluciones para resolver la brevedad de la representación. La obviedad de las acciones reside en que se presentan como sustitutas de las evidencias; las acciones necesariamente deben fingirse, concediendo por lo tanto a la gravedad, que todo lo domina, un peligro permanente de fractura con la realidad.
Las dieciocho operaciones del Tratado de pintura, un verdadero repaso por la certidumbre, es a su vez una advertencia sobre la propia realidad de las contingencias, esto es, frente aquello que resulta improbable que suceda. La fuente principal para sugerir el movimiento se basa en la destrucción del equilibrio.
Los episodios de carga padecidos por el organismo se visualizan mediante los juegos articulares del propio cuerpo. Estas modulaciones salvaguardarán momentáneamente la inestabilidad que pueda derivarse de una condición abrumada. Entre la pura mecánica y la representación sensible se establecerán diálogos memorables.
Las paradojas respecto a las artes son totalmente lícitas. Aquello que se afirma, se ejecuta o puede obrarse, se sustenta habitualmente en una "representación", en una apariencia de cierta dramaturgia.
Tanto la curva biológica como cualquier otra manifestación menguante asociado al fenómeno de la carga hará visible, a partir de la fractura, los efectos de una evidente pérdida en la rectitud del cuerpo. La falta de tensión, en efecto, no habrá de repercutir directamente sobre la acción sino más bien alrededor de sus consecuencias, de su apariencia. La condición humana recomienda evitar el peso como una prioridad. El afectado por los dobleces de la postración, así como el que se encuentra sometido a la tristeza, perderá todo cuanto pretendía ser armonioso y equilibrado de los movimientos situándose en el extremo más trágico de la cadena del peso.
La solidez discursiva de las actividades que llega a realizar el hombre se asienta en el esfuerzo incómodo pero, ante todo, en el esfuerzo inútil.
Resulta imposible delimitar la imagen del sufrimiento, del dramatismo y la predestinación de aquello que debe soportarse. Así, la idea de firmeza nace como advertencia y sustancia previsora ante la torcedura. El peso es, en definitiva, un compañero al que puede considerársele en todo momento como inseparable.
La carga, convertido en un extraordinario proceso reflexivo, permitirá examinar cuidadosamente en qué consiste y cuál es la naturaleza de la decadencia del ser. La representación, cuando utiliza este modelo pesaroso, no necesita valerse de la certidumbre porque para reparar en ella bastará con indagar en todos los des-órdenes y en todos los sitios.
La carga, mejor que cualquier otra acción, dará cuenta de la redundancia expresada por la presión y la deformidad, siendo a causa de la obviedad física que los movimientos del alma serán perceptibles.
Pender, sostener, precipitar, colapsar. Mediante estas cuatro acciones se tiene conciencia del alto grado de las cargas, queda resuelta la visión del declinar del individuo y al mismo tiempo se compone la impostura para poder obviarlas. Forman parte de los posibles y sin embargo no responden a ningún orden, ni a la certeza del recorrido vital. La imitación resulta una equidistancia que, por cuenta de la misma experiencia, se sucede y es observada como la viva imagen del deterioro del organismo.
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