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Resumen de Micorrizas arbusculares en ecosistemas semiaridos. Respuesta a factores de estrés ambiental

Laura Beatriz Martínez García

  • Un objetivo esencial de la ecología es el estudio de las diferentes formas de vida y las interacciones que se crean entre ellas. A lo largo de los años se han identificado relaciones de competencia y facilitación entre plantas (Bruno et al., 2003; Callaway and Walker, 1997; Pugnaire and Luque, 2001) que varían dependiendo de la disponibilidad de los recursos: nutrientes, energía (materia orgánica o luz) y espacio. De este modo, muchos organismos interactuantes han desarrollado estrategias de cooperación específicas que en muchos casos, facilitan la supervivencia. A estos organismos los conocemos como simbiontes o mutualistas y encontramos múltiples ejemplos ampliamente estudiados como polinizadores y plantas, algas y hongos para formar líquenes, hongos y plantas que originan micorrizas, etc. Sin embargo, hasta recientemente los ecólogos no han mostrado un especial interés por los organismos que viven en el suelo. Un gramo de suelo puede contener hasta 109 microorganismos y miles de especies diferentes (Torsvik et al., 1998) y, al igual que sucede en la superficie terrestre, estos microorganismos interaccionan entre sí compitiendo por los recursos. Conocer la función ecológica de esta gran diversidad de interacciones entre organismos del suelo es clave para entender la estructura y funcionamiento de los ecosistemas (Coleman, 2008; Lavelle et al., 1997; Van der Putten et al., 2001; Wardle et al., 2004).

    Tradicionalmente, las comunidades que habitan la superficie terrestre y aquellas ubicadas en el subsuelo se han considerado como sistemas independientes entre sí. Sin embargo, estos dos sistemas están estrechamente ligados, porque las plantas están en contacto directo con la biota del suelo interaccionando con bacterias, hongos, nematodos, etc., de manera que las comunidades de organismos de la superficie terrestre determina en gran medida las comunidades de organismos de la parte subterránea y viceversa (Wardle et al., 2004). Entre todas las interacciones destacan, por su importancia ecológica y funcional, las micorrizas, simbiosis que se dan entre un hongo y la raíz de una planta. En líneas generales, el hongo transfiriere a la planta nutrientes minerales y a cambio recibe productos derivados de la fotosíntesis de la planta (Smith and Read, 2008). Los hongos formadores de micorrizas son simbiontes obligados y se encuentran en la mayoría de las plantas vasculares (Trappe, 1987) siendo así la asociación más ampliamente extendida en la Tierra. En los últimos años, la ecología de micorrizas ha realizado grandes avances, demostrando que son claves para entender la evolución de las comunidades vegetales y en general, la dinámica de los ecosistemas terrestres (Klironomos et al., 2000; Rillig, 2004; van der Heijden et al., 1998; Vandenkoornhuyse et al., 2003; Vogelsang et al., 2006).

    Se distinguen seis tipos de micorrizas entre los cuales las ectomicorrizas y las micorrizas arbusculares son las más abundantes y ecológicamente importantes (Read, 1991). Esta tesis incide en el estudio de los hongos formadores de micorrizas arbusculares (HMA) en ambientes semiáridos, donde la elevada escasez de agua y murientes hace que la existencia de micorrizas sea de especial importancia para la supervivencia de las plantas (Allen, 2007).


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