Antonio Jesús Antequera Delgado
En 2008 se derribó la Cárcel de Carabanchel, un edificio que no estaba catalogado, pero que querían preservar los vecinos del barrio. Aquel edificio no era defendido por la población por su belleza o antigüedad, valores tradicionalmente atribuidos al patrimonio desde la versión institucionalizada del mismo desde los tiempos de la Revolución Francesa, sino que ante todo, era un elemento con unos valores simbólicos e identitarios muy fuertes para la población local. Todo ello en un barrio que ya había perdido anteriormente un patrimonio urbano valioso, pero desprotegido, dada su ubicación más alejada del centro histórico y propicia para la especulación inmobiliaria. Este hecho ilustra cómo puede existir una brecha entre lo que la ciudadanía entiende por patrimonio y el concepto del mismo por parte de la oficialidad. El patrimonio se convierte así en un motivo de disputa y de discursos enfrentados, un concepto contestado. Y es que el patrimonio es un concepto dinámico, en permanente construcción y sujeto a una continua reelaboración, en tanto que es una selección subjetiva que depende de unos valores y una época concreta. Surge así la necesidad de superar la, hoy obsoleta, visión estática, decimonónica y pretendidamente historicista, incorporando el carácter simbólico e identitario aportado por la ciudadanía, y apostando por procesos que impliquen de forma efectiva a la población e impidan la destrucción elementos que construyen la memoria (o memorias) de la ciudad. Asimismo hay que repensar los actuales catálogos de elementos protegidos, prestando atención a lugares que hasta ahora hayan pasado desapercibidos o se encuentren bajo el velo del olvido y del no-reconocimiento (patrimonio invisible); aportando así, nuevos elementos patrimoniales que repercutirán en nuevas interpretaciones y re-lecturas del fascinante e inacabable palimpsesto que es la ciudad contemporánea.
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