La presente investigación tiene por objeto rastrear el uso de la idea de tradición a lo largo del pensamiento estético y la teoría del arte en la modernidad desde su configuración, a partir del Renacimiento, hasta nuestros días. El eje que organiza el trabajo es tomado de la estética modal de Jordi Claramonte, la cual da cuenta de dos fuerzas constitutivas de toda continuidad social a lo largo del tiempo. Por un lado, el polo de aquellas objetividades y recursos de todo tipo, los repertorios, con los que los sujetos se encuentran y a partir de los cuales se desempeñan. Por otro, el de las propias competencias y disposiciones de los actores participantes en cualquier sistema artístico, que muchas veces tienen intereses opuestos a lo demandado socialmente. El carácter de cada uno establece una serie de modos que, en nuestro caso, sirven para organizar el trabajo en tradiciones contingentes, imposibles, necesarias y posibles. Un sistema estético, o un modo de relación, los contiene a todos en grados variables, y la predominancia de uno u otro nos sirve para dotar de sentido narrativo a este trabajo. Las tradiciones contingentes son aquellas que concluyen en una clausura institucional que vuelve a los repertorios redundantes y entorpece el desarrollo disposicional. Las imposibles dan cuenta de movimientos, desde el romanticismo a las vanguardias, que buscan liberarse de las ataduras en busca de otros horizontes de tradición o, sencillamente, cultivando un antitradicionalismo contestatario. El pensamiento de la necesidad busca justificar un cierto orden tradicional como inevitable para todo orden social. Finalmente, las tradiciones posibles son aquellas que de manera efectiva son capaces de tramar su repertorialidad con las potencias disposicionales. Así, entre la institución y la práctica, las tradiciones artísticas tienen que ser capaces, para su supervivencia, de gestionar las amenazas y adaptarse a los cambios. En este sentido, será preciso atender no solo a la estética filosófica más canónica o al pensamiento propio de los artistas modernos, estas aportaciones se desbordan hacia otros campos como el folklore, la cultura popular, la vida cotidiana, etc. Por ello, habrá que detectar el origen de tantas distinciones de las que es partícipe la idea que nos ocupa, como por ejemplo Bellas Artes y artesanía, tradicional y moderno, alta y baja cultura, etc. En definitiva, la asimilación de la tradición para denominar lo fosilizado o antiguo frente a una modernidad que supuestamente se define por la innovación. A partir de aquí, una idea central que se expondrá será que la idea moderna de tradición incorpora un fuerte sentido dialéctico, aquel que la contrapone con la idea de progreso. Así, el tradicionalismo más literalista, ideología que reacciona a una modernidad entregada al progreso y la fragmentación, cooperará para la formación de un mito de la tradición opuesto al mito del progreso en tanto que devenir sin otro horizonte que la innovación incesante. El sentido metafísico de la tradición buscará ser extirpado por aquellas propuestas que comprendan esa dialéctica como el producto de una inherente tensión histórica entre los elementos retardatarios y las dinámicas del cambio que participan en los procesos sociales. De este modo, la idea de tradición resultante deberá poder mantener su sentido diacrónico junto al sincrónico. Por un lado, como proceso cultural en el que los sujetos participan en la transmisión y recepción de un determinado contenido y repertorio, bien sea porque el mismo da sentido a sus prácticas sociales o porque es prestigiado por una fuerte autoridad institucional, teniendo en cuenta que el mismo inevitablemente es adaptado a las circunstancias de cada momento. Por otro, se conserva el carácter de las tradiciones como estructuras o totalidades autorreferidas que, a partir de sus propias normas y valores, buscan mantener su coherencia tras el contacto con otras tradiciones y formas culturales.
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