En el proceso de asunción de la modernidad por parte de la arquitectura española iniciado a principios de la década de 1950 hay un elemento de partida inequívoco. La referencia de lo propio se encuentra en la base de todo este proceso. Por otra parte, aunque la mirada histórica barre todas las arquitecturas populares españolas mostrando una variedad tan amplia como la variedad que presenta el territorio, el foco se centra en dos piezas principales. En primer lugar, la Alhambra como modelo de edificio y, en segundo lugar, los barrios hispanoárabes del sur peninsular como modelo urbano. Sin embargo, se puede detectar un primer elemento de tensión en estos postulados. La arquitectura moderna es, en gran medida, expansiva y abierta, siendo la relación entre interior y exterior uno de sus temas principales. Sin embargo, los dos modelos de partida escogidos encarnan seguramente lo opuesto. Se trata de arquitecturas introvertidas, con la concavidad (según los propios arquitectos de la época) como características más relevante. Por otra parte, basándonos en Bruno Zevi, la diferenciación entre arquitectura edilicia y urbana o entre arquitectura de exterior y de interior es un error en sí misma ya que es un único espacio indiferenciado el que se ordena. Así, ese lugar que se encuentra entre el edificio y su observador, indeterminado en sus límites pero en el que el edificio se relaciona con el espacio general y los edificios se relacionan entre sí, queda aparentemente excluido del proceso.
A partir de estas premisas la tesis examina la resolución de este equívoco inicial desde tres temas. El primero, la geometría, hace referencia a la organización en planta de los conjuntos examinados. En esta faceta, la inspiración en la Alhambra produce edificios de recorridos segmentados, ejes fraccionados en elementos concretos que necesitan mecanismos muy elaborados para escapar de su propia contención. La presencia de lo propio se mantendrá en este apartado hasta entrados los años 70, una vez superada incluso la etapa moderna. El segundo apartado trata sobre la materialidad, entendida como la cualidad en la que la carga expresiva de la arquitectura recoge todo el bagaje histórico y cultural de las distintas localizaciones en las que actúa esta arquitectura. Se trata de la más inaprensible de las cualidades tratadas, debiendo recurrirse, por parte de los arquitectos españoles a la aportación de pensadores de otras disciplinas con objeto de articular un discurso coherente. Finalmente, en el capítulo dedicado al espacio, se recoge la evolución desde el modelo cerrado en general y el desarrollo final de soluciones que resuelven las propuestas en base a una acertada lectura del lugar. De esta manera se consigue una integración plena de la forma moderna de enfrentar el proyecto arquitectónico y la aportación de lo propio social y geográfico.
Finalmente, la puesta en crisis de la arquitectura moderna a finales de los 60 deriva en la aparición divergente de propuestas que o bien desequilibran la balanza del lado del observador, con un exceso de carga en la faceta expresiva, o bien se diluyen en lo efímero, con un planteamiento hipertecnológico que constriñe la capacidad de diseño del arquitecto.
Con independencia de este final, es cierta la aportación que realiza a la arquitectura española la incorporación plena del espacio inmediato al proyecto arquitectónico ya que, a decir de Carlos Flores en 1970, "Es sólo y apenas en el tercer género de espacio señalado, el espacio interior-exterior (que el arquitecto ha de proyectar como una parte más del edificio) donde podrá hallar ocasión de desarrollar sus ideas (...)
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