Los sistemas fluviales ocupan un lugar muy especial en la biosfera, actúan como medio de transporte del exceso de producción de los continentes al mar. El material particulado (sedimentos finos, detritos y organismos) es transportado en suspensión y las sales y buena parte de la materia orgánica y nutrientes en forma disuelta. Este transporte viene regulado por la dinámica fluvial cada vez más influenciada por el proceso de antropización. Las intervenciones del hombre destinadas a estabilizar los cursos fluviales y a regular los caudales se contraponen con la dinámica natural de los ríos. En la Península Ibérica son pocos los ríos libres de regulación y todas las grandes cuencas se encuentran fuertemente reguladas por embalses.
La cuenca del Ebro con 85.000 km2 de extensión es uno de los principales sistemas fluviales de la cuenca Mediterránea, el tercero en extensión después del Nilo y el Ródano. En cuanto a los caudales su relevancia es menor, ello se debe a la aridez de buena parte de su cuenca. Los ríos de las zonas áridas o semiáridas se caracterizan por presentar regímenes de caudal muy irregulares. Ello a propiciado su regulación, el Ebro no es una excepción y puede definirse en buena parte como un río regulado. La obra de regulación más importante de la cuenca es el embalse de Mequinenza, situado en el tramo medio del Ebro donde el cauce divagante constituido por meandros libres da paso a meandros encajados.
La regulación de los sistemas fluviales supone una discontinuidad en los sistemas fluviales provocando cambios a todos niveles: morfológico, hidrológico y ecológico. El efecto más inmediato de retención y la disminución de la velocidad. Éstos cambios propician, por un lado, la sedimentación del material particulado, reduciendo la carga sólida transportada por el río, y del otro, favorecen la asimilación de nutrientes disueltos por parte de los organismos fitoplanctónicos, incorporándo
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