Tradicionalmente, el objetivo en la producción ganadera radicaba en reducir el costo de producción sin menoscabo de la calidad del producto final. Si se tiene presente que en monogástricos la alimentación supone entre un 60 y un 70% del coste total, la clave de la producción consistía en mejorar el índice de conversión. Dentro de esta filosofía, las principales áreas de interés de científicos y nutricionistas, eran el estudio de materias primas alternativas de menor coste, la evaluación correcta de las necesidades del animal, y el uso de promotores del crecimiento y otros aditivos para mejorar la eficiencia de utilización del alimento y/o controlar patologías.
De este modo, uno de los pilares para el desarrollo de los sistemas de producción intensiva han sido los aditivos antibióticos que se han incorporado a los piensos de forma sistemática como factores de crecimiento, control de enfermedades subclínicas y prevención de procesos patológicos.
Los antibióticos promotores del crecimiento (APC) mejoran, sin lugar a duda, los rendimientos productivos de los animales debido a su capacidad de modificar la microbiota intestinal.
No obstante, en los últimos años el uso de APC en Nutrición Animal, ha sido objeto de múltiples críticas y presiones legales. La razón es debida a que estos agentes podrían ser los causantes directos del aumento en los casos de resistencia a los medicamentos administrados en medicina humana.
Como consecuencia, esto condujo a un proceso de retirada progresiva de los APC, iniciado en los países escandinavos y, desde su ingreso en la Unión Europea (UE), asumido por el resto de los Estados miembros. La prohibición total de este tipo de sustancias se hizo efectiva a partir de 1 de enero de 2006.
La retirada de los APC supone importantes repercusiones económicas al aumentar los costes medios de producción, como consecuencia del empeoramiento de los resultados productivos. Pero dicha prohibición ha ocasionado, ad
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