Se pretende arrojar luz sobre la figura de Alberto Martín-Artajo Álvarez (Madrid, 1905-1979). Ministro de Asuntos Exteriores de los Gobiernos franquistas de la posguerra mundial hasta 1957 y principal representante de aquellos sectores católicos que protagonizaron en gran medida la política interior y exterior del Régimen en esta compleja etapa. Resaltaremos su papel en la vertebración e intento de reforma del sistema político de la Dictadura, para lo cual nos detendremos en su entorno familiar, juventud como militante social-católico y decidida adhesión al proyecto del Nuevo Estado nacido de la Guerra Civil, también en la actividad política y religiosa tras su abandono del Ejecutivo. De igual manera su intento de colaborar en la creación de una alternativa cultural-política de pensamiento conservador católico que pudiera pervivir tras los cambios sociales de las décadas de 1960-1970. Al frente de la acción diplomática, fue asimismo autor y gestor de políticas que legitimaron al franquismo en el nuevo concierto multilateral de la segunda mitad del siglo XX.
El personaje de estudio no puede interpretarse sin considerar lo que significó la participación política de −como se denominaron a sí mismos− minorías selectas, muchos pertenecientes a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNdP). En lo político autodefinidos como la corriente democristiana de la derecha española, formaron parte de los intentos del catolicismo español por incorporarse a la batalla política y cultural. Desde sus inicios a principios de siglo, su estrategia había sido participar en las estructuras del poder, pese a la oposición de muchos, compañeros propagandistas que les acusaron de colaboracionistas. Esta controvertida actitud generó una profunda división en las organizaciones laicas españolas, pero a su vez facilitó la evolución hacia nuevas formas de ejercicio en la acción política, que permitieron a los católicos jugar un papel importante en la oposición moderada del tardofranquismo.
Artajo y su grupo de militantes católicos compartieron con el resto de las corrientes conservadoras de la época los mismos principios (tradicionalismo religioso, defensa de la monarquía, orden social y patriotismo, confesionalidad del Estado, anticomunismo y repulsa del liberalismo), pero fueron aperturistas en lo económico y europeístas. Tanto en la política interior como exterior, contribuyeron con un espíritu reformista que fue crucial en la evolución de la Dictadura y que marcó el camino hasta la llegada de Juan Carlos I, siendo germen de la modernización de un país salido de una trágica contienda fratricida. Destacaron entre estos nombres personajes de la talla de Fernando M.ª Castiella, Alfredo Sánchez Bella, Joaquín Ruiz-Giménez, José Ibáñez Martín, Fernando Martín-Sánchez Juliá, Alfredo López Martínez, y un largo etc. En casi todos ellos prevaleció como cuerpo doctrinal el catolicismo social, así como las enseñanzas del jurista, periodista, futuro cardenal, Ángel Herrera Oria, quien desde su juventud había impulsado la entrada en la vida pública de los católicos, modernizando las vías de propagación política: sus seguidores se definieron a sí mismos como la Generación de Herrera.
Como entorno ajeno a las tentaciones totalitarias de parte de la clase política española que encarnó el partido único (FET-JONS/Movimiento Nacional), Artajo y los católicos militantes se convirtieron en su principal contrincante. Chocaron de igual modo en esta pugna por el control del Estado con sectores más integristas, representados por Carrero Blanco y sus tecnócratas, que se negaron a permitir una apertura acelerada, aunque compartieran la mayoría de los postulados doctrinales. En definitiva, es posible concluir que es difícil interpretar el franquismo sin comprender la relevancia del papel jugado por este sector del catolicismo político.
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