El cáncer es la segunda causa de muerte en el mundo y su impacto económico es significativo. Adicionalmente, es fundamental una constante inversión en investigación para llegar a comprender los mecanismos de progresión/escape tumoral, los factores que condicionan el pronóstico y ayudar a diseñar nuevas terapias. Fruto de las investigaciones clínico-epidemiológicas se ha identificado el sexo como un factor relevante en el pronóstico oncológico.
El sexo es una característica intrínseca a cada paciente con reconocido impacto en la fisiopatología de la enfermedad. En lo que se refiere al cáncer, existe un dimorfismo sexual oncológico que se traduce en que, independientemente de otros factores particulares que afectan a cada tipo específico de neoplasia, las mujeres tienen mejor pronóstico oncológico que los hombres. Es particularmente interesante el hecho de que, en la gran mayoría de los cánceres, la ventaja pronóstica se acentúa en el subgrupo con menos de 50-55 años y posteriormente tiende a atenuarse, pudiendo incluso desaparecer. Las primeras interpretaciones de esta diferencia se atribuyeron a los diferentes comportamientos sociales mostrados frente a la salud por hombres y mujeres, pero los programas de prevención primaria no consiguieron eliminarlas. Por tanto, las causas han de residir en factores intrínsecos al sexo que influyen el proceso de génesis y desarrollo tumoral. A pesar de las diferentes conjeturas expuestas en la literatura, las bases de este fenómeno continúan siendo desconocidas en su mayor parte, y es necesario ahondar en ellas para, quizá, poder explotarlas como herramientas terapéuticas. Es esta línea la que se aborda en el presente estudio de investigación.
Nuestro trabajo parte de la hipótesis que las hormonas sexuales juegan un papel determinante en la ventaja oncológica mostrada por las mujeres.
Para estudiar esta premisa seleccionamos como modelo melanoma cutáneo y empleamos líneas tumorales humanas para desarrollar un modelo de experimentación animal reproducible sobre el que poder estudiar las repercusiones de las hormonas sexuales durante la implantación/desarrollo local y sobre la enfermedad metastásica.
Los datos obtenidos demuestran que existe un vínculo entre las hormonas sexuales y el pronóstico oncológico. Éste no parece ser resultado directo de la influencia de las hormonas sobre las células tumorales ya que, en nuestro trabajo, las células empleadas mostraron un comportamiento in vitro independiente de niveles hormonales fisiológicos (a pesar de presentar receptores para las mismas).
Asimismo, nuestros resultados demuestran que la progesterona muestra un perfil antitumoral, causando un retraso en la implantación y desarrollo local.
Esta interferencia condiciona igualmente una menor afectación metastásica sistémica, ya sea porque frena la capacidad de invasión local o porque impide un adecuado preacondicionamiento de los nichos premetastásicos. Igualmente, hemos constatado que la testosterona presenta un perfil protumoral bajo el cual las lesiones crecen más rápido.
Sin embargo, estos mecanismos pro y antitumorales son sexo-específicos, de forma que, ni la progesterona es capaz de revertir la predisposición oncológica de los machos al cáncer ni la testosterona puede favorecer la progresión en las hembras. De esta forma, las hormonas sexuales son un factor necesario, pero no suficiente para que el efecto pro o antitumoral pueda observarse y, consecuentemente, son necesarios otros factores intrínsecos al sexo, probablemente ubicados en la carga genética, para observar el cuadro completo.
Nuestro modelo nos va a permitir profundizar en los mecanismos gracias a los cuales las hormonas sexuales logran estos efectos. Quizá puedan ser consecuencia de la modulación de la interrelación tumor-huésped, conocido como microambiente tumoral, promoviendo microambientes favorecedores o inhibidores del crecimiento tumoral. Asimismo, podrá facilitar la investigación de los ¿otros¿ factores implicados.
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