María Martín de Vidales García
El retrato ha estado presente de forma continua en el desarrollo de la Historia del Arte, pero sus usos y funciones han ido variando a medida que la sociedad iba configurándose, entendiéndose éste como herramienta de ostentación, de presentación en sociedad o como recurso propagandístico, entre otros. Es por ello que no puede obviarse la importancia que tuvo su función política y social. Numerosos reyes, reinas o personas de la alta nobleza encargaban su retrato o el de algún miembro de su familia con una intención propagandística pues estos retratos servían de herramienta para publicitar en ellos su buen gobierno o el poder que poseían, al incluir en estas composiciones algún tipo de alegoría o elemento significativo. Los retratos podían mostrarse en las propias residencias de aquellos que los habían encargado o ser enviados a otras cortes o casas señoriales para, de esta manera, darse a conocer. De esta forma se puede advertir como fueron muchas las funciones adscritas al retrato, correspondientes a las múltiples tipologías que existían, entre las cuales destaca el Retrato Mitológico.
El Retrato Mitológico se puede definir como, fundamentalmente, un retrato en el cual el modelo es representado bajo la apariencia de un personaje de la mitología clásica. Es decir, teniendo en cuenta esta premisa, quedarían excluidos otros personajes del mundo de la Antigüedad como personajes históricos o personajes literarios. Es común encontrar estas obras en museos o instituciones y son muchos los autores que han dedicado su trabajo al análisis de esta manifestación artística, aunque fuese de forma indirecta, aunque no se ha llegado aún a un acuerdo en la comunidad científica sobre su condición ni siquiera se ha acordado si puede ser considerado una tipología específica. Lo mismo sucede con su definición, estos mismos autores hicieron referencia a estas obras de varias formas diferentes utilizando acepciones como «Pintura Mitológica» o «Fancy Pictures». Por otro lado, en relación al carácter interpretativo que debía asumir el modelo en el momento de posar se llegó a denominar «Retrato Teatral» e, incluso, algunos autores se referían al mismo como «Role Play». Por último, también fue denominado «Ritratti Istoriati» por ser asimilada este tipo de composición a la pintura de historia, aunque hubiese grandes diferencias entre ambas.
Que exista esta diversidad de opiniones, ha supuesto la necesidad de definir con exactitud cuáles fueron las características que definen al Retrato Mitológico. Esta tesis doctoral surge de esta premisa y se plantea como una vía para el estudio de los retratos mitológicos que se llevaron a cabo durante el siglo XVIII, mayoritariamente, en Europa. Pues retratos mitológicos hubo desde la Antigüedad, aunque proliferó su producción de forma considerable durante el siglo XVIII, debido a varios aspectos entre los cuales destaca la influencia que supuso el mundo antiguo en esta centuria. Se ha tenido muy presente en el desarrollo de este estudio el hecho de que se iniciase en esta época un proceso de redescubrimiento de la Antigüedad impulsado por varios acontecimientos entre los cuales destacan, sobre todo, dos: el Grand Tour y el hallazgo de las ciudades sepultadas por el Vesubio.
El Grand Tour es considerado uno de los fenómenos culturales más importantes de la Historia, el cual influyó en las corrientes artísticas del siglo XVIII, en concreto en el Neoclasicismo. Consistía en un viaje que normalmente realizaban personajes de las altas clases sociales por Europa, el cual poseía un fuerte componente educativo que se llegó a relacionar con las teorías ilustradas. Numerosos jóvenes de familias de alto rango social procedentes, generalmente, del norte de Europa iniciaban este viaje en búsqueda de conocimiento y con el objetivo de descubrir otros lugares, entendiéndose el viaje como un proceso de maduración del propio espíritu. Era común que fuesen acompañados por sus maestros quienes les daban consejos, les proporcionaban explicaciones o gestionaban los trámites que iban surgiendo, pues se debe tener presente que realizar un viaje en el siglo XVIII era atrevido, además de que suponía un elevado desembolso económico. Generalmente, preparaban con antelación el itinerario que comenzaba en el país de origen y se dirigía de norte a sur atravesando otras naciones y terminando en Italia donde se realizaba un interesante circuito por las ciudades en las que se encontraban las instituciones, colecciones y restos arqueológicos más conocidos en el momento. Fue Roma el destino más pretendido por todos aquellos viajeros, pues la ciudad eterna destacaba por custodiar numerosos bienes patrimoniales, colecciones o ruinas arqueológicas. La mayoría de viajeros se detuvieron en Roma realizando allí una etapa considerablemente larga, aunque se debe tener presente que a partir de mediados de siglo, se comenzó a alargar el itinerario con una nueva etapa finalizando, así, bien en Sicilia o bien en Nápoles, atraídos por los hallazgos arqueológicos que se habían producido o interesados por la huella del mundo griego que se estaba comenzando a tener muy presente gracias a los esfuerzos de teóricos como Winckelmann. No solo fueron jóvenes de la alta clase social los que se animaron a realizar el Grand Tour, muchos artistas también lo hicieron, y muchos de ellos fueron autores de retratos mitológicos.
El descubrimiento de Pompeya, Herculano y Estabia impulsó en gran medida la atracción por el mundo antiguo. Dirigido por el rey Carlos VII de Nápoles, se iniciaron los trabajos de excavación, al inicio con un único objetivo: obtener piezas para la decoración de sus palacios y, finalmente, con una consciencia muy singular y llamativa sobre la importancia del desarrollo de la propia excavación inaugurando lo que se entendería más tarde como la ciencia de la arqueología. El rey procuró catalogar todas aquellas piezas, pinturas, lugares que iban descubriendo sus ingenieros recopilando todo en un libro conformado por varios tomos y denominado L’Antichità di Ercolano Esposte que, aunque al inicio se reservaba para consulta de unos pocos privilegiados, llegó a ser una de las fuentes más importantes en la Historia del Arte a partir de la segunda mitad del siglo XVIII.
Junto a estos dos fenómenos hay que tener en cuenta otros aspectos que influyeron en el descubrimiento de la Antigüedad, como la consideración de que el mundo antiguo no solo englobaba el periodo romano sino que se debían tener en cuenta otras civilizaciones como la egipcia, la griega o la etrusca como bien diferenció Winckelmann en su obra Geschichte der Kunst des Altertums (1764). Estos acontecimientos configuraron un escenario en el cual la sociedad se sentía atraída por la definición de la Antigüedad, pretendían asociarse de alguna manera a un mundo que cada vez resultaba más interesante, lo que impulsó una producción artística en la que se percibe un altísimo componente clásico. El interés del cliente se centraba en la Antigüedad, y esto implicó al artista en su descubrimiento.
Por tanto, no resulta extraño que la producción de retratos mitológicos aumentase de forma muy intensa. Además, a este interés por la Antigüedad, hay que añadir que la adquisición de retratos comenzase a ser más asequible para el conjunto de la sociedad, por lo que multitud de individuos de la nobleza o familias de buena condición social demandaron ser retratados en sus propiedades o, incluso, en medio de escenarios fantásticos que pretendían otorgar a la composición un carácter vinculado a la Antigüedad. Es así, como los retratos mitológicos proliferaron en el siglo XVIII.
Esta tesis doctoral propone recoger todos los retratos mitológicos que se llevaron a cabo durante el siglo XVIII para poder, de esta manera, identificar a los artistas que se ocuparon de este tipo de producción y estudiar en profundidad el significado de las composiciones. También, se ha planteado poder analizar las figuras mitológicas a las que se asimilaron los y las modelos y, por último, definir cuáles pudieron ser los usos que se asignaron a este tipo de retratos pues se intuía una especial relación entre la figura mitológica y el o la modelo en cuestión. De la misma manera, era necesario responder algunas cuestiones que influían en la comprensión de los significados como, por ejemplo, saber si estas obras podrían considerarse una tipología específica de retrato o no.
Para alcanzar estos objetivos se consideró oportuno llevar a cabo un catálogo de piezas en donde se pudiesen recopilar, organizados por artistas, todos los retratos mitológicos que hubiesen sido identificados. La elaboración del catálogo ha seguido un proceso específico que ha permitido establecer un criterio común. En primer lugar, la metodología de trabajo elegida se ha basado en el análisis teórico de la obra, prestando especial atención a aspectos como la fecha de creación, la técnica utilizada, su ubicación, etc. En segundo lugar, se ha realizado un análisis formal donde se han podido contextualizar aspectos históricos o biográficos del autor en relación al análisis de la propia pintura. Por último se ha incluido en el análisis una imagen de cada una de las piezas con el objetivo de realizar un catálogo completo que permita profundizar en el verdadero significado del Retrato Mitológico.
La revisión de todas las obras organizadas en este catálogo permite profundizar en dos aspectos de vital importancia. El primero de ellos versa sobre el conocimiento de las figuras mitológicas escogidas y el segundo, presta atención a la relación que se estableció entre modelo y artista. Las figuras mitológicas fueron diversas aunque destacan algunas por su uso repetitivo en los retratos mitológicos, como sucede con Diana o con Flora, por ejemplo. Es oportuno tener en cuenta los esquemas iconográficos que se generaron al asimilar a la persona retratada como una figura de la mitología clásica, pues a través de ellos se podrán distinguir las fuentes de las cuales se sirvieron los artistas. Si se hace un recorrido a lo largo del desarrollo iconográfico de cada uno de estos personajes mitológicos se puede comprobar cómo el periodo de la Antigüedad o de la época moderna a través de la actividad de los maestros clásicos fueron momentos fundamentales para el desarrollo iconográfico que experimentaron estos retratos. No obstante, es sugerente la idea de que existiesen más fuentes en las cuales se hubiesen podido inspirar los artistas para retratar a sus modelos asimilados a figuras mitológicas y este estudio trata de analizar cada una de ellas.
En relación a los artistas identificados en el catálogo, aunque la mayoría de estos fueron hombres, es muy significativo que aparezcan entre ellos cinco mujeres que también produjeron retratos mitológicos. Como es fácil imaginar, durante el siglo XVIIII no era común que la mujer destacase en el ámbito artístico, y en este caso, aunque se dedicasen al género del retrato, el cual era considerado uno de los pocos géneros pictóricos permitidos para ellas, sorprende que hubiese una presencia tan alta. Aunque las mujeres procedentes de las altas clases sociales recibiesen una exquisita educación orientada al mundo cultural, que se dedicasen profesionalmente a esta actividad no era una circunstancia aceptada de buen grado por la sociedad, el beneficio económico que obtenían no se entendía como algo decoroso para una dama distinguida, lo que producía numerosas dificultades para el buen desarrollo de la actividad de estas mujeres. Aun así, muchas se sintieron atraídas por la pintura e iniciaron su actividad tratando de salvar las dificultades que se iban presentando. No obstante, las mujeres que realizaron retratos mitológicos aprovecharon al máximo posible sus habilidades y la posibilidad de pintar acercándose incluso a otros géneros más codiciados como la pintura de historia, obteniendo una numerosa clientela y haciéndose respetar en la actividad artística que se estaba generando en ese momento.
Una situación similar se produjo con los modelos, los cuales eran mayoritariamente mujeres. Fueron muchas más mujeres que hombres aquellas que posaron para ser retratadas como figuras mitológicas, aunque es cierto que también existieron modelos masculinos pero en menor medida, al igual que también se han encontrado retratos mitológicos de niños, que solían ser asimilados, como no podía ser de otra forma, con Cupido y, en alguna ocasión, con Baco o Mercurio. Estas mujeres, que pertenecían a las altas clases sociales, fueron numerosas pero también diversas, es decir, presentaban situaciones diferentes lo que ha obligado a analizar su presencia en estas obras pictóricas teniendo en cuenta su condición social. Esta división se ha organizado en torno a tres grupos que se corresponden con los siguientes: personajes de la realeza, miembros de la aristocracia y altas esferas y, por último, mujeres artistas. Diferenciarlas en estos tres grupos ha permitido comprobar cómo su condición social fue determinante en su caracterización como un personaje mitológico u otro. Es decir, las mujeres de la realeza, como una reina, no se vieron asimiladas a personajes mitológicos que destacasen por su mediocridad como sucedía con el carácter de una bacante. O en relación al grupo de artistas, en el cual la mayoría de ellas fueron actrices, se aprecia cómo suelen aparecer asimiladas a musas, personajes mitológicos que las permitían establecer una relación directa con la profesión que llevaban a cabo las propias modelos.
Es notable que dependiendo de su condición social, el esquema iconográfico variase adaptándose a cada una de ellas, aunque existiesen elementos comunes en todas las composiciones pictóricas. En concreto, para las asimilaciones mitológicas los artistas recurrieron a la representación de atributos iconográficos que se convirtieron en los elementos identificadores de cada una de las figuras que se representaban, pues de no ser por ellos sería de gran dificultad distinguir de qué personaje mitológico se trataba. De hecho, existen ejemplos de retratos mitológicos que no presentan atributos iconográficos o en los que no se hace referencia a ningún pasaje mitológico y que solo pueden reconocerse como tal porque el título que aparece en las fuentes conservadas especifica qué personaje mitológico es. Por otro lado, la forma de vestir fue un aspecto de especial importancia en estas composiciones, aspecto que se ha tenido en cuenta a la hora de analizar el Retrato Mitológico en cuestión pues otorga importante información sobre la condición del o de la modelo, y del propio personaje mitológico, utilizando de forma alternativa vestimentas propias de la Antigüedad clásica y vestimentas propias de la moda del siglo XVIII.
La realización del catálogo de retratos mitológicos ha sido esencial para llevar a cabo un análisis completo del significado de este tipo de obras y poder tener en cuenta todos los elementos que lo caracterizan. La pretensión de alcanzar los objetivos y de dar respuesta a aquellas preguntas que se planteaban en un primer momento ha permitido llevar a cabo este estudio a través de una visión historiográfica propia del siglo en el que se realiza, otorgando la importancia que requiere en los estudios históricos la visión de igualdad que no ha sido tenida en cuenta hasta el siglo XXI, de manera que las mujeres en la Historia han sido objeto de estudio de ínfima consideración. La importancia que posee la mujer en el Retrato Mitológico no ha pasado desapercibida y es fundamental para la comprensión de estas obras. Las mujeres aprovecharon ser protagonistas de estas obras para ser partícipes de las corrientes sociales del momento y, a través de ellas, gozar de un poco más de libertad gracias a las actitudes que mostraban, las posturas que ejercían, la manera de posar y la relación con el mundo de la Antigüedad tan apreciado en el momento. Tratar de ensalzar el protagonismo de la mujer en el desarrollo del Retrato Mitológico ha ocasionado que se opte por una metodología novedosa, acorde a los principios de igualdad que tanto se persiguen en nuestros tiempos.
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