Las personas con discapacidad intelectual constituyen un grupo especialmente vulnerable a la aparición de enfermedades mentales, presentando tasas de prevalencia mayores que la población general. Hay estudios que muestran una prevalencia de un 40% de trastornos mentales en esta población (Osman, 2000; Taylor et al., 2004; Cooper et al., 2007; Emerson & Baines, 2011).
Un factor que contribuye a este aumento de enfermedades mentales es que esta población experimenta más eventos adversos en sus vidas, muchos de los cuales podrían ser considerados traumáticos (Martorell & Tsakanikos, 2008; Martorell et al., 2009). Por ejemplo, el riesgo de ser víctima de abuso sexual por parte de una persona con discapacidad intelectual es hasta diez veces mayor que el de las personas sin discapacidad (Horner-Johnson & Drum, 2006; Focht-New et al., 2008). Hasta un 80% de las personas con discapacidad van a experimentar alguna forma de abuso y maltrato a lo largo de sus vidas. En concreto, entre un 60% y un 80% de las mujeres con discapacidad intelectual y entre un 25% y 35% de los hombres con discapacidad intelectual (Sullivan & Knutson, 2000; Levy & Packman, 2004; Curry et al., 2009; Reid, 2018).
Por otra parte, esta población tiene una alta prevalencia de sufrir eventos que ya son considerados como traumáticos, tales como el bullying o intimidación (Young et al., 2012), y de ser víctimas de delitos incluyendo asalto físico, robo y formas de crimen de odio (Kebbell et al., 2001). Además, la literatura demuestra una asociación entre eventos vitales y problemas psiquiátricos en personas con discapacidad intelectual (Hastings et al., 2004; Tsakanikos et al., 2007) con la evidencia que los acontecimientos de la vida preceden a problemas psicológicos (Esbensen & Benson, 2006). Por lo tanto, es importante considerar que las personas con discapacidad intelectual pueden tener mayor vulnerabilidad a desarrollar sintomatología traumática pudiendo llegar a desarrollar un trastorno de estrés postraumático.
A pesar de la investigación que encontramos en la literatura, en lo que respecta a la posible presencia de sintomatología depresiva, de ansiedad y de trastorno de estrés postraumático en discapacidad intelectual asociada al trauma, los datos son muy heterogéneos. En parte debido a que la sintomatología que presentan las personas con discapacidad intelectual tras un evento traumático es muy diversa (McCarthy, 2001; Lovell, 2007; Peckham, 2007; Sinason, 2010) y en parte por la falta de herramientas de evaluación que hay dentro de esta población (Mevissen & de Jongh, 2010). Tras la vivencia de un evento traumático, los síntomas pueden aparecer de forma variable, siendo la sintomatología más común, la ansiedad generalizada manifestada con excesiva preocupación, falta de concentración, síntomas fisiológicos; la depresión caracterizada por anhedonia, autoestima negativa entre otros; y síntomas de reexperimentación, evitación y manifestaciones fisiológicas características del trastorno de estrés postraumático. Todo ello variando en su curso y duración de los síntomas, llegando a ser entre seis a un año, e incluso cronificándose algunos de los síntomas (Díaz et al., 2012).
La finalidad del estudio, será la validación a la población española con discapacidad intelectual de tres instrumentos de evaluación psicopatológica, de tal forma que podamos mejorar la detección de sintomatología asociada al trauma. Para ello, incluimos una escala de ansiedad, Escala Glasgow de Ansiedad para Personas con Discapacidad Intelectual (GAS-ID) (Mindham & Espie, 2003), una escala de depresión, Escala Glasgow de Depresión para Personas con Discapacidad Intelectual (GDS-LD) y su suplemento del cuidador principal (GDS-CS) (Cuthill et al., 2003), y, por último, una escala relativa a estrés postraumático, Escala del Impacto del Evento para Personas con Discapacidad Intelectual (IES-ID) (Hall et al., 2014).
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