Un gran número de análisis ha sido dedicado a los efectos de los diversos medios de comunicación sobre la forma de hacer política, poniendo en evidencia, entre otros aspectos, el creciente fenómeno de espectacularización del mismo, esto es, el hecho de que el voto político sufre de la influencia de las imágenes que dan de ellos mismos los distintos líderes políticos, de las formas simbólicas utilizadas por la política y de las reacciones emocionales producidas por la televisión en particular.
En la actualidad, parece ser más importante la gestión de las características mediáticas inmediatas, en la perspectiva de transformar esas capacidades en valor añadido a favor de una imagen política, a través del constante llamamiento a la visibilidad. Entramos en una sucesión desenfrenada de acontecimientos, por la necesidad de ganar tiempo y espacio en los medios de comunicación.
La estrategia es ahora visiblemente el protagonismo mediático, siendo capaz de penetrar en las rutinas de producción de valores de información y de su agenda: La guerra de audiencias en la televisión, sus tecnologías, especialmente el directo; la imposición de asesores políticos, que entre otros, provocan necesariamente efectos en cascada. El reconocimiento de esta situación, como el estudio del posicionamiento de sus responsables más directos, constituye materia de análisis, siempre que pensamos en verdad política.
Aquí se impone una cuestión esencial: la política ya no controla plenamente su propia realización como actividad necesariamente pública. La complejidad de la sociabilidad actual y el desarrollo de la comunicación mediática, portadora del virtual monopolio de la construcción de la dimensión pública de la actualidad, quitan de la política el control y el poder de realizarse como objeto público.
Obviamente, la relación entre comunicación y política no se limita a las conexiones antes permitidas por la dimensión pública. La lucha por el predominio de una determinada visión interpretativa de la realidad ocupa un espacio cada vez mayor en la política contemporánea. Si este conflicto de interpretaciones siempre ha sido permeable como componente de la actividad política, en la actualidad ha ganado de forma acelerada importancia. La diversidad de motivos para tal hecho, no impide que algunos de ellos se muestren cristalinos: la hegemonía como modo de realización dominante de la política; la sociabilidad actual y la dimensión pública derivada de la omnipresencia de los medios de comunicación. La pantalla surge, en la actualidad, como un nuevo y privilegiado espacio de discusión que debe ser ocupado por la política. Acostumbrada a operar en espacios geográficos, la política se ve, ahora, desafiada a actuar en un espacio virtual y por eso mismo, a asumir nuevas configuraciones. Para movimentarse mejor en estos nuevos espacios, la política ha tenido que adaptar su discurso a las "gramáticas" de la pantalla, comprendiendo sus exigencias y requisitos.
Inicialmente, la comunicación política se dedicó al estudio de la comunicación realizada por el gobierno para su electorado y, después, al intercambio de discursos políticos entre la mayoría y la oposición. Más tarde, el sector se alargó al estudio del rol de los medios de comunicación en la formación de la opinión pública y, finalmente, a la influencia de los sondeos sobre la vida política. Hoy, comprende el estudio del rol asignado a la comunicación en la vida política de forma amplia, integrando tanto los medios de comunicación, como los sondeos, el marketing político y la publicidad, y con un interés particular en los periodos electorales.
La comunicación política, en sentido amplio, abarca el análisis del rol de la comunicación en la vida política. Así, de estas hacen parte los medios de comunicación, los sondeos, el marketing político y la publicidad. No sería más que una prolongación del marketing político.
Con la libertad de expresión se vuelve más fácil la circulación de un gran número de opiniones variadas. No obstante, como son siempre los mismos medios a expresarse, esas opiniones no corresponden en su totalidad a las reflexiones de los ciudadanos. Aquello que se expresa no corresponde a la opinión construida y reflexionada. Se ve que las desigualdades de opiniones aún no existen en las sociedades (dichas) democráticas.
Con la supuesta libertad, la expresión sale valorizada al mismo tiempo que la opinión del ciudadano pasa al segundo plano. La comunicación política desempeña en este duelo expresión/opinión la función de árbitro una vez que le compete gestionar los flujos de las diferentes opiniones. La verdad es que sin opiniones no hay comunicación política, ya que las primeras son una condición fundamental para el funcionamiento de la segunda.
Podemos, actualmente, entender por comunicación política el "escenario" donde políticos, periodistas y opinión pública intentan, cada uno por sí, alcanzar el rol principal en la interminable "novela" que es la política.
Son estos los tres actores con legitimidad para expresarse en público sobre política. Al fin y al cabo, todos ellos son protagonistas que "contracenan", interactúan, volviendo posible el funcionamiento de la llamada democracia de masas.
Los periodistas no intervienen solamente en el contenido de los mensajes repercutidos, también los seleccionan (proceso del agenda-setting) en función de los criterios de importancia (los llamados news values) que solamente ellos determinan. Seleccionar correctamente un evento desempeña un rol determinante en la difusión de las ideas políticas.
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