El profundo impacto de la ciencia y la tecnología en los sistemas productivos, en los procesos de regionalización y globalización a nivel mundial y más ampliamente en la sociedad, ha generado, en mayor o menor medida, en todos los países, la puesta en crisis de la educación superior, traduciéndose tanto en reformas educativas como en procesos de evaluación y acreditación de las enseñanzas profesionales. En particular, en el ámbito de la formación de ingenieros, se hace evidente la caducidad o la resignificación de ciertos contenidos mientras el conocimiento, que sufre un crecimiento exponencial desde las últimas décadas, ha devenido en el recurso más esencial para el crecimiento económico, al incorporarse como innovación al proceso productivo.
Desde hace unos años, se percibe en Argentina (Punte, 1994) que la inserción de los engresados en el sistema socio - económico es ineficaz, que la simple necesidad de llevar a la práctica sus aprendizajes profesionales le exige al egresado cambios profundos de actitud. Se reclaman profesionales de la Ingeniería con una sólida formación básica, con capacidad de aprender a aprender, de colaborar y trabajar en grupo, de acceder autónomamente a la información, de diseñar y actualizar permanentemente su proyecto formativo.
Mientras tanto, a nivel internacional Berheim (1998), - consejero de UNESCO-, ha establecido consideraciones al respecto, reclamando a las escuelas de Ingeniería, reformular objetivos, contenidos y métodos, a fin de asegurar que, en su actividad, los futuros ingenieros sean actores responsables de un desarrollo sostenible para toda la humanidad.
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