De forma tradicional, el Trasplante Hepático se ha asociado con grandes pérdidas de sangre perioperatorias derivado del delicado y complejo estado basal del sistema hemostático, las complejas alteraciones hemostáticas que acontecen durante el propio procedimiento y el traumatismo quirúrgico. En las últimas décadas se ha experimentado un descenso en el sangrado y en el empleo de hemoderivados durante el Trasplante Hepático y ya no es infrecuente la realización de THO sin la necesidad de transfusiones alogénicas, aunque esto debiera convertirse en la norma. Esta tendencia a la reducción transfusional se debe a varios factores como la selección más precoz de los pacientes a trasplantar, mejoras en la preservación de los injertos, mejoras en las técnicas quirúrgicas y mejoras en los cuidados anestésicos, así como un mejor entendimiento del sistema hemostático del paciente hepatópata y elaboración de protocolos transfusionales más restrictivos. Reducir los requerimientos transfusionales es esencial ya que estudios recientes han demostrado que las transfusiones, especialmente de plasma y plaquetas, se asocian con un descenso significativo de la supervivencia a un año y un ascenso de la morbilidad del paciente sometido a Trasplante Hepático, pero se ha puesto de manifiesto que existe una gran heterogeneidad interhospitalaria en cuanto a la tasa de enfermos transfundidos y el volumen medio transfundido y que no puede ser explicada exclusivamente por determinadas características preoperatorias del paciente y por las técnicas quirúrgicas sino que en gran parte se debe a diferencias en los cuidados anestésicos de cada institución, determinado principalmente por el manejo de los fluidos, los indicadores y criterios de transfusión empleados y la utilización de agentes farmacológicos pro-hemostáticos.
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