El potencial económico de Cádiz durante el s. XVIII, por ser centro oficial del monopolio mercantil, hizo que numerosas personas de otras provincias y de otras naciones se instalaran en esta ciudad. Esta investigación abarca el estudio de las colonias británica e irlandesa residente en Cádiz entre 1773-1801. Algo más de la mitad de los procedentes de las Islas Britanicas que vivían en la ciudad gaditana en esas fechas tenían como ocupación profesiones relativas a la actividad mercantil: comerciantes, dependientes, aprendices, factores, negociantes, mercaderes, tratante, traficante, tendero. La gran mayoría de ellos procedía de Irlanda, y entre éstos destacaban los nacidos en Dublín y Waterford, ciudades donde la persecución religiosa había sido determinante, hecho que provocó la huida de éstos.
Las sociedades mercantiles que estos extranjeros establecieron se apoyaban en dos vínculos fundamentalmente: los nacionales y los familiares.
Las Islas Británicas tenían en España un mercado importantísimo para la venta de sus productos, que luego pasarían a América, y para el aprovisionamiento de materia prima que luego utilizaría en sus industrias, principalmente en la fabricación de tejidos. España requería, en cambio, productos elaborados. Cádiz fue el puerto principal en estas relaciones.
Entre los productos que arribaban a este puerto desde las Islas Británicas destacaban los paños de lana y lino fundamentalmente los primeros también quincalla, artículos de ferretería, relojería, pieles curtidas y sin curtir, y entre los alimentos el bacalao y la mantequilla. España enviaba a aquellas tierras además de la materia prima para la confección de tejidos vino, frutas, frutos secos, entre otros.
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