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Resumen de Los personajes femeninos en las novelas de Azorín

Jordi Bermejo Bermejo

  • INTRODUCCIÓN Nuestra primera aproximación a la mujer en la obra de José Martínez Ruiz Azorín, fue el trabajo presentado ante el Tribunal de Suficiencia Investigadora para la obtención del Diploma de Estudios Avanzados. Dada la valoración positiva que obtuvo del tribunal este trabajo, consideramos que supuso un primer paso en la revisión y el análisis de los personajes femeninos en Azorín desde una perspectiva más atenta a la estética del escritor para alejarse así de las explicaciones biográficas y la tendencia al «catálogo» que parecían haber dominado la gran mayoría de los estudios hasta el momento. Este «catálogo» se origina en Mujeres de Azorín de Ángel Cruz Rueda y ha sido continuado y ampliado posteriormente por otros. En este sentido, generalmente los críticos han partido de la catalogación de diversos tipos femeninos junto a la afirmación de un único tipo de mujer en Azorín: una mujer asexuada, bella, elegante, discreta y romántica; un tipo que, conjuntamente, se solía identificar con la madre del escritor llegando incluso hasta el extremo de una supuesta «incapacidad de integración copular» en Azorín, motivada por un complejo de Edipo no superado.

    En consecuencia, decidimos plantear la disección de los personajes femeninos atendiendo al marco de las obras en que se situaban, teniendo en cuenta su tono, el tema y su propia condición de personaje literario inserto en dicha obra. Un enfoque aparentemente obvio, pero que no parecía haberse tenido lo suficientemente en cuenta. Dada la extensión de la obra azoriniana consideramos, aconsejados por nuestro director de tesis Miguel Ángel Lozano Marco, ceñirnos exclusivamente a la novelística del escritor de Monóvar, ya que este nuevo enfoque nos permitía centrarnos de una manera más detenida en la novela de Azorín y permitiría un trabajo más detallado y minucioso del personaje femenino.

    DESARROLLO TEÓRICO En cuanto al desarrollo teórico de nuestra tesis, el primer capítulo supone una revisión de las principales aportaciones bibliográficas sobre la mujer, el amor y el erotismo en José Martínez Ruiz Azorín. A continuación, hemos expuesto los principales puntos respecto a la imagen de la mujer en el amplio marco del arte de Fin de Siglo, tanto en literatura como en pintura puesto que existe una conexión evidente entre dicha imagen y la que se proyecta en la novela azoriniana. El capítulo tercero constituye una aproximación a la estética del escritor, atendiendo especialmente a la raigambre simbolista de su escritura, la cual consideramos esencial para interpretar el papel, la función y la imagen de la mujer en la obra del escritor. Este capítulo se complementa con el cuarto, en el cual revisamos los estudios de referencia sobre la novela de Azorín, para establecer los rasgos que caracterizan el discurso novelístico del escritor durante su trayectoria. Los capítulos siguientes se dedican ya exclusivamente a la exégesis de los personajes femeninos, los cuales se hallan repartidos según las diversas etapas novelísticas del escritor.

    Como ya hemos dicho, para ir más allá de una generalización de la figura de la mujer en la obra de Azorín necesitamos situar a los personajes en su «hábitat» natural y entenderlos como lo que son: personajes de una obra literaria que responde a unos determinados planteamientos estéticos. Por tanto, era absolutamente necesario tratar el sentido y la forma de la novela azoriniana. Desde sus inicios en el género con Diario de un enfermo (1901), Azorín mantuvo una actitud renovadora y rupturista respecto a la novela, tratando de abrir nuevas vías que superaran la «falacia» del modelo de la novela realista decimonónica; un ímpetu reformador que compartió con otros escritores de la época como Valle Inclán, Unamuno o, incluso, Pío Baroja. Esta idea renovadora y reformista del género novelesco le acompañaría durante toda su trayectoria y debe ser el punto de partida para cualquier crítico que se acerque a su novelística. La heterodoxia de los parámetros estéticos sobre la novela de Azorín requiere un ejercicio crítico que acepte este punto de partida, y que entienda la novela como género abierto y en inagotable «crisis» ¿entiéndase el término crisis desde su sentido etimológico de cambio y oportunidad¿ y no limitado a supuestos criterios «tradicionales» que entienden la narración desde postulados realistas no valorando en su justa medida el atrevimiento y la dificultad que implica el carácter metaliterario de la novela azoriniana. Esta «apertura crítica», que debería ser un postulado a priori obvio, no ha sido la más frecuente a la hora de enjuiciar la novelística azoriniana, acusándola de falta de inventiva o tachándola de literatura repetitiva. De hecho, estas consideraciones negativas sobre su obra, se aprecian incluso en defensores como José María Martínez Cachero, quien enjuiciaba negativamente las obras finales del escritor. Asimismo, esta comprensión de la naturaleza renovadora, experimental y metaliteraria de la novela azoriniana debe ser una de las condiciones inamovibles a la hora de estudiar los personajes femeninos, en tanto que son elementos que participan en la novela de lo indeterminado que intenta componer Azorín.

    En cuanto a la clasificación de las novelas que hemos escogido para el análisis ordenado de los personajes femeninos, en el libro de José María Martínez Cachero Las novelas de Azorín observamos ya el esquema que, con pequeñas variaciones, se sigue en el resto de trabajos que abordan la totalidad de la narrativa azoriniana. En primer lugar, encontramos Diario de un enfermo, que Martínez Cachero analiza al margen de la que sería la segunda etapa que etiqueta como «La saga de Antonio Azorín». A continuación, el tercer grupo de novelas sería el de las recreaciones de El licenciado vidriera, Don Juan y Doña Inés, novelas analizadas en un capítulo titulado «El dolorido sentir», en las cuales el crítico aprecia la omnipresencia de una contemplación pura y amorosa. La cuarta etapa sería la de la experimentación surrealista de Félix Vargas, Superrealismo y Pueblo, en la que todavía se apreciaría el vigor creativo del escritor. Finalmente, las seis últimas novelas de Azorín quedarían incluidas en una etapa final de «Desasimiento, crepúsculo».

    Las variaciones que cabría incorporar, y que se desprenden de la lectura de los trabajos analizados en esta parte del trabajo, nos llevan a la siguiente propuesta de periodización de la novela de Azorín. Una primera etapa compuesta por Diario de un enfermo y la llamada saga de Antonio Azorín que abarcaría el período comprendido entre 1901 y 1904. La segunda y la tercera etapa serían las mismas que hemos apreciado en el esquema de Martínez Cachero, atendiendo así a las recreaciones literarias y a la experimentación surrealista respectivamente. La cuarta etapa estaría compuesta por las seis novelas escritas entre 1942 y 1944, aunque, a su vez estas seis novelas podrían agruparse en tres parejas (El escritor (1942) y El enfermo (1943), Capricho (1943) y La isla sin aurora (1944) y, finalmente, María Fontán (1944) y Salvadora de Olbena (1944)) atendiendo a su forma y contenido.

    CONCLUSIÓN Si un hecho se desprende de una lectura atenta y liberada de prejuicios del conjunto de la novela de José Martínez Ruiz Azorín, es la constante renovación a la que el escritor de Monóvar sometió al género buscando atrevidamente y sin tregua nuevos cauces expresivos, como demuestran los más de cuarenta años que median entre Diario de un enfermo (1901) y Salvadora de Olbena (1944). Algunos podrán discutirle, en algunas obras puntuales, si el resultado está más o menos logrado, pero lo que es incuestionable es la esencia innovadora y rupturista que define su discurso novelístico. Ese ímpetu reformulador de todo un género es el que caracteriza toda su obra desde el espíritu crítico y el lirismo simbolista de la primera etapa, pasando por la reelaboración de la tradición literaria en Tomás Rueda, Don Juan y Doña Inés, forzando el lenguaje y difuminando los límites entre la realidad interna y la externa en las novelas vanguardistas u ofreciendo un verdadero ejercicio de febril productividad y experimentación en las novelas de los años cuarenta.

    Sumergido el lector en este amplio espacio de la novela azoriniana, se antoja harto complejo admitir que sus personajes femeninos respondan a un catálogo fijo y especialmente a un único tipo idealizado, asexuado y de alusiones maternales. Dar por sentada esta cuestión implicaría obviar toda la evolución estética de su novela, cuestión sobre la que hemos insistido en nuestra tesis.

    Sus personajes femeninos constituyen una muestra significativa de la constante evolución del discurso novelístico del escritor. Dejando de lado una lectura de la mujer centrada en los rasgos principales más «repetidos» a lo largo de su obra, la «unicidad» del personaje femenino en Azorín no debería asociarse a un supuesto tipo o tipos más o menos prototípicos, sino que deriva de la asociación reiterada de los personajes a temas como el amor, la muerte, la soledad, el paso del tiempo o el sentido y la función del arte. Justamente la misma coherencia temática que atribuíamos al conjunto de sus novelas por encima de las diferencias formales; Azorín muestra una habilidad magistral para incidir reiteradamente en los temas que más le preocupan pero mediante fórmulas discursivas distintas. Sus mujeres son una prueba fidedigna del inagotable proceso de regeneración y cambio que experimenta su novela a lo largo de más de cuatro décadas, empezando por personajes secundarios que se subordinan al protagonista masculino en Diario de un enfermo o La voluntad y cuyas figuras guardan una relación directa con el imaginario simbolista y los tópicos finiseculares. A continuación, serán muestra del amor caritativo y piadoso y, casi de manera anecdótica en Tomás Rueda y con pleno protagonismo en Doña Inés, donde por vez primera otorga el protagonismo a una mujer; al mismo tiempo, en Don Juan le servirán como última tentación para el viejo y cansado libertino. En la etapa surrealista, especialmente en Felix Vargas, la mujer será una de las imágenes internas que afloran del subconsciente del creador, quedando así ligadas, como todo el texto, a la reflexión sobre el propio acto de creación; aunque en Pueblo volverá a proyectar una imagen conectada con la piedad y el amor expresados en las novelas de la segunda etapa pese a la permanencia de un lengua más experimental. Ya en los años cuarenta, quizás cabe entrever poca presencia de lo femenino en El escritor, El enfermo, Capricho y La isla sin aurora, aunque, nuevamente en Capricho la figura de la mujer se asocia con el tema metaliterario y el proceso de creación. Finalmente, sus dos últimas novelas se cierran con protagonismo femenino absoluto y, probablemente, Salvadora de Olbena se convierte en la mejor síntesis de todos sus esfuerzos sobre el género, presentando una obra donde se funden todos los temas recurrentes y básicos de su narrativa: el amor, la soledad, la muerte, el paso del tiempo, la reflexión metaliteraria y la combinación equilibrada entre una visión «realista» y una realidad ideal o transcendente.


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