Desde hace siglos la filosofía se ha ocupado, entre otras, de reflexionar sobre el comportamiento humano. Así, Ética y moral, cada una desde su propio campo de estudio, han ocupado un protagonismo merecido a la hora de proponer y validar modelos de conducta humana.
Sin embargo en la actualidad, a la luz de los problemas y crisis mundiales, no parece oportuno considerar que todas las éticas sean pertinentes si, como así parece, lo que se desea es construir un planeta habitable en el que todas las personas, sin exclusiones, vivan dignamente de acuerdo a los mínimos definidos en la Carta Internacional de los Derechos Humanos.
En este sentido la ética burguesa, individual y androcéntrica, que se abrió paso no sólo gracias a pensadores de la Ilustración como por ejemplo Jean-Jaques ROUSSEAU, Immanuel KANT, o Adam SMITH sino también al castigo, el olvido o incluso la muerte de mujeres como Olimpia DE GOUGES, Mary WOLLSTONECRAFT o Flora TRISTÁN, ha justificado y sancionado un estilo de vida y un orden social, el liberal-patriarcal, que no sólo ha sido incapaz de satisfacer las expectativas de las diferentes clases sociales sino que, además, constituye el epicentro de la crisis civilizatoria y de valores a la que la humanidad, como conjunto, se enfrenta.
Es cierto que la humanidad, a lo largo de todo el siglo XX y el XXI ha asistido a importantes logros y avances, pero no lo es menos que ha sido incapaz de acabar con lacras como la discriminación y violencia contra el cincuenta por ciento de la población, las mujeres, que no ha sabido abandonar el uso de las armas y la guerra como el instrumento para superar las diferencias entre Estados o colectivos, y que, muy al contrario de lo que se podía esperar del progreso científico-tecnológico ha deteriorado, aún más, el entorno medioambiental y no ha sido suficiente para que millones de personas en todo el mundo dejen de vivir en condiciones de extrema pobreza. La Modernidad, en este sentido, desde la Ilustración, ha avanzado sobre cimientos de promesas incumplidas a la mayoría social o clases subalternas mientras, cada vez más, ha servido para favorecer el enriquecimiento de la minoría que representan la clase dominante.
Clase dominante que, si en el siglo XIX estaba representada por el icono clásico del burgués, hoy, en pleno siglo XXI, lo es por las grandes corporaciones o empresas transnacionales. De una manera u otra, lo cierto es que su poder, su capacidad para influir en las decisiones políticas para su propio interés, la acumulación de riqueza y su comportamiento sin escrúpulos han sido, permanentemente, elementos puestos en cuestión desde diversas instancias filosóficas, sociales y políticas. Tanto, que incluso desde las propias corrientes de pensamiento liberal se han realizado intentos por redefinir los modelos éticos liberales y por demandar, firmemente, la necesidad de dotar al capitalismo de un comportamiento más humano y ético.
Así, poner freno a injusticias como la desigualdad entre mujeres y hombres, la brecha entre las personas más ricas y las más pobres, el desequilibrio entre la humanidad y su entorno medioambiental, constituyeron, en la postrimería del siglo XX, algunos de los grandes retos a los que la globalización quiso hacer frente y a los que la humanidad sería convocada a partir del siglo XXI.
Ante el fervor y el entusiasmo de los grandes avances científico-tecnológicos parecía faltar, tan sólo, la voluntad política y el compromiso común de enfrentar éstos de manera decidida.
Construir este compromiso común fue la apuesta que, en 1999, el entonces Secretario General de la ONU, Kofi ANNAN, hizo durante la novena Asamblea Anual del Foro Económico Mundial. En Davos, donde participan las personas que dirigen el rumbo de la economía mundial, ANNAN llamó a la creación del United Nations-Global Compact_ (o Pacto Mundial como es conocido en España). Con esta iniciativa se perseguía involucrar a las empresas transnacionales en el impulso de una alianza mundial para compartir valores y principios de carácter ético en las áreas de los derechos humanos, las normas laborales y las prácticas ambientales, que dotaran al capitalismo global de un rostro más humano_. Sin duda este hito daría, desde ese momento, un nuevo impulso a la llamada Responsabilidad Social Corporativa (RSC): una manera de ser, de comportarse y de relacionarse las empresas con su entorno que comenzó a ser teorizada durante la década de los años cincuenta del siglo XX y que poco a poco fue tomando cuerpo mediante diversos estándares y directrices formuladas desde organismos internacionales como la OCDE y la OIT.
La propuesta del UN-Global Compact tomaría una dimensión aún más global y estratégica desde que, definitivamente, fuera presentada y aprobada, en marzo del año 2000, en el marco del Informe del Secretario General a la Asamblea General de las Naciones Unidas, antesala de lo que algunos meses después sería la Declaración del Milenio con la que las Naciones Unidas_ aprobaron los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio: 1) erradicar la pobreza extrema y el hambre; 2) lograr la enseñanza primaria universal; 3) promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer; 4) reducir la mortalidad infantil; 5) mejorar la salud materna; 6) combatir el VIH/ SIDA, el paludismo y otras enfermedades; 7) garantizar el sustento del medio ambiente; 8) fomentar una asociación mundial para el desarrollo_.
Lo cierto es que desde aquel momento, la RSC comenzó, esta vez desde un plano más práctico, a formar parte, no sólo de la praxis empresarial, sino también de los discursos y las propuestas políticas. La RSC, además, como consecuencia de sonados escándalos financieros y de prácticas corruptas, comenzó a ser percibida como un importante vector de transmisión de la llamada ética empresarial. El capitalismo y sus más importantes agentes, las empresas, precisaban no sólo de un «lavado de cara», sino de legitimar su sentido y su praxis. También a esto sería convocada la RSC.
Así, organismos de cooperación multilateral, organizaciones financieras internacionales, organizaciones supranacionales, gobiernos de naciones, asociaciones empresariales, corporaciones y un largo etcétera asumieron rápidamente la RSC como el nuevo paradigma capaz de humanizar y reformar el capitalismo.
Ejemplo de este gran boom de la RSC puede ser el impulso que desde la Comisión Europea se dio a la misma. En este sentido, tras la publicación en el año 2001 del Libro verde: Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas, la RSC fue tomando cada vez más protagonismo en las agendas públicas y privadas.
Diez años después de aquella publicación la propia Comisión Europea, definió la RSC como un “proceso destinado a integrar las preocupaciones sociales, medioambientales y éticas, el respeto de los derechos humanos y las preocupaciones de los consumidores en sus operaciones empresariales y su estrategia básica, a fin de: 1) maximizar la creación de valor compartido para sus propietarios/accionistas y para las demás partes interesadas y la sociedad en sentido amplio; 2) identificar, prevenir y atenuar sus posibles consecuencias adversas”_.
Con esta definición la Comisión Europea pretendía crear un modelo de empresa acorde con las nuevas políticas y estrategias comunitarias centradas en la competitividad y la sostenibilidad y que, más allá de su condición para generar rentabilidad y beneficio para sus accionistas, pudiera, a través de la creación de valor compartido, atender, además de las necesidades de mercado, las necesidades que demanda su entorno social.
Hoy, la RSC ha transcendido el ámbito empresarial. Ya no sólo se teorizan y proponen modelos de Responsabilidad Social Corporativa, sino que también son oídas voces que reclaman la idoneidad de definir modelos de responsabilidad social de la administración pública, del tercer sector, o de la Universidad.
El criterio de responsabilidad, sin duda, debe constituir cualquier referencia ética que se desee tomar como modelo para la conducta humana, mucho más si ésta es una referencia de mínimos comunes a cualquier ética de máximos. Esto lleva a considerar la siguiente idea: si el criterio de responsabilidad es ampliado hasta alcanzar una dimensión social o colectiva, difícilmente una ética individualista como la que trata de justificar el êthos del capitalismo, puede servir para fundamentar la responsabilidad social.
Casi diez años después del estallido de la crisis financiera global del año 2007, la RSC no ha cumplido con sus expectativas y el progreso científico-tecnológico esta al servicio de quien lo puede pagar. Hoy el capitalismo y dentro de éste su expresión más extrema, el neoliberalismo, representan la amenaza más grave para las sociedades democráticas, para la dignidad humana y para la supervivencia de la vida en el planeta.
Desde esta perspectiva, las propuestas destinadas a reformar o humanizar el capitalismo parecen, cuando menos, insuficientes. Dicho esto, resulta necesario avanzar sobre aquellas propuestas dirigidas a transformar la realidad, superar el sistema capitalista y definir un nuevo contrato social fundamentado sobre un modelo ético cosmopolita de mínimos que guíe la conducta, no de las empresas y del capital, sino de la humanidad en su conjunto. Un nuevo contrato social que definido por mujeres y hombres, en pie de igualdad, y desde el que respetar y cumplir lo dictado en la Carta Internacional de los Derechos Humanos sea una realidad, y en el que reconocer los derechos de la naturaleza sea una garantía para el sostenimiento de la vida en el planeta. Un nuevo contrato social que haga de la justicia social una realidad y no un anhelo.
A pesar de la urgencia, éste no es un propósito a corto plazo, es una tarea que más va a corresponder a la ciudadanía del futuro que a la presente. Sobre todo porque transitar desde la ética individualista —en la que muchas personas hemos sido educadas y en la que la ciudadanía se ejerce desde un sentido individual— hacia esa otra ética cosmopolita —donde, por contra, la ciudadanía adopta una dimensión colectiva o cosmopolita— va a depender en gran medida de la educación. Dicho esto, la educación superior o terciaria_ y, en su caso, las universidades por su misión y sus funciones, constituyen, dentro de los sistemas educativos, ámbitos de primer orden en la tarea de educar a la ciudadanía en valores y principios éticos.
Como se mencionó, tras la RSC surgió, entre otras, una fuerte corriente de opinión en torno a la Responsabilidad Social Universitaria (RSU). Aunque la responsabilidad social de la universidad, al igual que la propia responsabilidad social, no llega de nuevas a los debates académicos, la mercantilización de las relaciones humanas en general y de la universidad en particular de la que sido responsable el capitalismo, ha servido para que la RSU —que comparte una epistemología ética y jurídica con la RSC— sea útil para justificar y validar un determinado modelo de universidad, aquel que se corresponde con los objetivos del neoliberalismo.
Ante esto, y ante el poder de la educación como herramienta de transformación social más que de RSU, sería conveniente señalar el compromiso social de la universidad o, si así se prefiere y a fin de diferenciarlo del primero, la responsabilidad social de la universidad. Desde este compromiso social las universidades deben ejercer plenamente el derecho fundamental a su autonomía, asumiendo éste un sentido de responsabilidad. Desde esta «autonomía con responsabilidad» es desde donde se justifica la necesidad de forjar una nueva institucionalidad para la universidad, asentada sobre criterios los criterios de bien público, igualdad, pluralismo y diálogo. Al mismo tiempo, en cuanto a la función docente, la educación debe asumir un protagonismo equiparable al de la instrucción. Por último, resulta imprescindible también la recuperación del espíritu crítico y creativo preciso para la creación de un conocimiento capaz de cuestionar el pensamiento único en el que el mundo se ha instalado.
En el horizonte está el reto de construir una sociedad mejor, un reto en que el todas y todos tenemos el derecho y la responsabilidad de participar. Este reto puede parecer utópico, pero la utopía es un poderoso motor de transformación social, como Eduardo GALEANO la define, “ella está en el horizonte. Yo me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”_.
Contenido de la investigación Después de la introducción anterior, la hipótesis que cabe demostrar es: una ética social debe constituir el fundamento de la responsabilidad social o, en otras palabras, cualquier consideración en torno a la responsabilidad social debe partir de asumir unos principios y valores éticos. Derivada de esta, lo que se desea, además, defender es que la ética individualista, aquella que asume, entre otros, el egoísmo ético y el androcentrismo, no es apta ni para validar ni para justificar un comportamiento socialmente responsable capaz de dotar al capitalismo de un êthos más humano.
No se trata de humanizar el capitalismo y sus principales agentes, las empresas. Se trata, por contra, de superar un sistema y un orden social que, de inicio, discrimina al cincuenta por ciento de la población, las mujeres. Dicho esto, resulta oportuno ofrecer un modelo ético cosmopolita mínimo, formulado desde valores y principios sociales que, de manera insoslayable, partan de reconocer y visibilizar a la mitad de población mundial y que fundamente no sólo un comportamiento socialmente responsable de las personas, sino que haga realidad un orden social en el que justicia, igualdad y libertad no sean más que palabras sino metas alcanzables. En el propósito de alcanzar este orden social la educación juega un papel determinante. Así, la segunda de las hipótesis que se persigue constatar es que, actualmente, el modelo de Responsabilidad Social Universitaria resulta insuficiente para el fin propuesto.
Lo que ha venido en denominarse Responsabilidad Social Universitaria es un modelo de comportamiento universitario que responde a un sistema de educación superior y de universidad útiles, a su vez, para justificar un orden social asentado sobre valores y principios individualistas y androcéntricos. Esto no sólo genera una brecha entre la misión de la educación superior y los de la responsabilidad social, sino que, además, lleva a la propia RSU a justificar un modelo universitario que, cada vez más, se aleja de lo que también debería ser su vocación educativa y su compromiso con la construcción del concepto de ciudadanía.
Así, con el horizonte de alcanzar ese otro orden social posible, la universidad pública debería adoptar un comportamiento y una praxis socialmente responsable que: primero, parta de la transversalización de la perspectiva de género tanto en su ámbito de gestión como en sus funciones docentes e investigadora; segundo, asuma la educación para una ciudadanía global, también, como parte esencial de su función docente; y, por último, considere el resultado de su función investigadora como un bien común al servicio del desarrollo humano. Adoptar estas ideas constituiría el núcleo de lo que podría denominarse el compromiso de la universidad con la sociedad, compromiso del que se deriva una responsabilidad social de la universidad.
Demostrar estas hipótesis lleva a plantear los siguientes objetivos: 1. Describir el proceso histórico y las corrientes de pensamiento desde la que ha sido posible la definición de una ética individual y androcéntrica que justifica y valida la conducta individualista, egoísta y patriarcal que las personas asumen en el orden social hegemónico, el liberal.
2. Determinar de que manera esta ética liberal o burguesa pasa a fundamentar la Responsabilidad Social Corporativa y como esta, a su vez, es el resultado de la necesidad de ofrecer un marco de legitimación y confianza para el sistema capitalista.
3. Describir las corrientes de pensamiento y los procesos normativos internacionales que han dado como resultado la definición contemporánea de la Responsabilidad Social Corporativa como el nuevo marco ético para las empresas.
4. Ofrecer un modelo ético cosmopolita, alternativo a la ética individual y androcéntrica, que justifique y valide un nuevo contrato social donde la igual entre mujeres y hombres, el respeto a los Derechos Humanos y los Derechos de la naturaleza sean una garantía.
5. Realizar una crítica al modelo neoliberal de educación superior, proponiendo, al mismo tiempo, un modelo de universidad pública desde el que provocar un proceso de transformación social generador de un orden social fundado en la justicia social.
Ética, ética empresarial, Responsabilidad Social Corporativa, Responsabilidad Social Universitaria, educación superior, universidad pública, igualdad de género, constituyen líneas de investigación que han gozado de una extraordinaria atención en multitud de investigaciones científicas y tesis doctorales. En cuanto a estas últimas, según los datos publicados en la base de datos TESEO, en España, la responsabilidad social ha sido objeto de estudio hasta en 152 tesis doctorales. De ellas, 82 abordan directamente la Responsabilidad Social Corporativa y 8 la Responsabilidad Social Universitaria. La cifra disminuye a medida que se toman en consideración, de manera conjunta, por ejemplo, ética y responsabilidad social (4 tesis doctorales).
Sin embargo, la búsqueda en la misma base de datos revela que no ha sido realizada ninguna investigación que aborde la fundamentación ética de la responsabilidad social más allá de su dimensión empresarial y que, ni mucho menos, la responsabilidad social universitaria ha sido tratada de manera crítica, proponiendo, más que modelos de gestión y puesta en práctica de la misma, un modelo de universidad comprometida socialmente. Así, en el propio título de esta tesis doctoral se quiere expresar, no sólo las hipótesis que se plantean en la misma, sino, además, recoger el propio carácter innovador que representa en cuanto a las investigaciones ya realizadas.
Para lograr esto se partirá de realizar un oportuno recorrido histórico a través de las principales corrientes de pensamiento con objeto de determinar de que manera, desde la Ilustración, el uso de la Razón humana ha asumido una dimensión instrumental de acuerdo a la necesite de justificar una determinada conducta humana, en esto se ha empeñado, a su vez, la ética burguesa. Este análisis histórico de las principales corrientes de pensamiento permitirá, a su vez, determinar la manera en la que el criterio de responsabilidad ha sido definido e invocado para que los poderes públicos y/o privados asuman un compromiso ético de acuerdo a unos determinados retos sociales o individuales, comunes o particulares.
Esto obligará, al mismo tiempo, a fijar cuales fueron y cuáles son estos retos sociales e individuales, y valorar, en qué medida, los modelos éticos y las diferentes concepciones de responsabilidad pública o privada, social o individual, han justificado el comportamiento de las personas y de las instituciones en el fin de alcanzar los mismos.
Conclusión Por tanto, frente a la lógica y la ética liberal que han convertido en sujeto hegemónico y dominante al varón, blanco y propietario de riquezas, resulta necesario, con el fin de construir un orden social fundado en los principios y valores de la justicia social dotarnos de una ética que convierta a la humanidad, sin exclusiones, en el sujeto o grupo social hegemónico.
El propósito, por tanto, es reconstruir las relaciones humanas desde un nuevo consenso social fundado sobre valores éticos mínimos de carácter cosmopolita. A esto es a lo que quiero contribuir con la ética cosmopolita de mínimos que se asienta sobre cuatro pilares mínimos: los derechos humanos como referencia ética mínima; el valor del diálogo y la democracia; el respeto al pluralismo de proyectos humanos y cosmovisiones, sagradas y profanas; y la responsabilidad como principio regulador de la conducta humana.
Más allá de los aspectos definidos y presentados para este modelo ético en el apartado cuarto del capítulo tercero, la ética cosmopolita de mínimos constituirá, en si misma, una línea de investigación que abordar en el futuro.
Pero las mentes no cambian a golpe de decreto. Las ideas de transformación social que se abordan en esta tesis están más relacionadas con la conducta humana que con un conjunto de reformas legislativas. En otras palabras, somos las personas las que tenemos que cambiar los principios y valores que guían nuestra conducta para asumir una nueva ética que fundamente nuestra responsabilidad social en cuanto a la construcción colectiva de ese otro mundo posible asentado sobre los pilares de la ética cosmopolita de mínimos, la justicia social y el buen vivir.
Si existe una herramienta poderosa para lograr esto esa es la educación y, de manera particular como el objeto de estudio que ha ocupado esta tesis doctoral, la educación superior.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados