El desarrollo de la tecnología médica de las últimas décadas, ha conducido a un gran aumento de las expectativas de vida y ha hecho posible que muchas enfermedades, antaño mortales, hoy puedan ser curadas. Sin embargo, aquellos pacientes incurables, que morirán después de un período de tiempo denominado "fase terminal de la enfermedad", con frecuencia quedan fuera del sistema, casi exclusivamente curativo, imperante en la medicina de hoy. Tiene también mucho que ver en este asunto la tanatofobia que inunda la sociedad moderna, conducta que provoca el ocultamiento y la casi generalizada institucionalización del moribundo. La mayoría de estos enfermos preferiría morir en su casa, como siempre sucedió, siempre que se le garanticen unos cuidados sanitarios óptimos (cuidados paliativos). El rechazo a la muerte imperante en la sociedad de hoy también ha provocado el aislamiento de los familiares que han perdido un ser querido, lo que está produciendo un incremento de las personas que tienen problemas en la elaboración del duelo. Como en el resto de los países latinos, existe la norma de ocultar a los enfermos la realidad de su diagnóstico y pronóstico, lo que añade dificultades, a veces serias, para el correcto acompañamiento a los pacientes en su última enfermedad. La atención a los familiares, antes y después de la muerte del enfermo, es de una importancia crucial. Muchas veces lo pasan peor que los propios enfermos. Junto con la comunicación y el soporte a los familiares, el control de los síntomas se considera prioritario en el cuidado del enfermo. El miedo a utilizar los analgésicos potentes hace que muchos enfermos no obtengan el correcto alivio del dolor. Todas las personas deberían tener derecho a una muerte digna y apacible y los profesionales de la salud tenemos algunas obligaciones en este sentido.
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