El tratamiento milenario de la guerra justa es parte de una reflexión sobre la justificación de la actividad gregaria más letal en el espectro de las opciones violentas de la especie humana. La guerra, entendida en sentido amplio como un conflicto armado a gran escala que enfrenta dos o más colectividades y se concreta mediante decisiones de entidades políticas, se asume como una calamidad; un quehacer organizado al que la humanidad aún no ha podido renunciar. En consecuencia, su carácter justo sólo es predicable si logra verificarse el sometimiento de la voluntad bélica de dirigentes políticos y militares a consolidadas exigencias normativas y pautas prudenciales con las que se ha buscado, históricamente, dos fines prácticos: limitar las posibilidades de irrupción de las contiendas y condenar las acciones desmedidas que resultan del furor de los combates.
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