El estudio pretende ahondar en el terreno en que la Arquitectura y la Música confluyen, entendidas como disciplinas artísticas, esto es, desde su capacidad creativa para expresar ideas o emociones con una finalidad estética. Es cierto que una y otra se desenvuelven en medios diferentes. El carácter estático de la Arquitectura resulta más evidente cuando se la compara con la Música: la arquitectura es una música congelada, decía Arthur Schopenhauer. Pero estas obvias diferencias no impiden rastrear entre las afinidades: a lo largo de la historia, filósofos, poetas, músicos y arquitectos se han pronunciado al respecto. Pero abordar las analogías músico-arquitectónicas de forma genérica, sin más limitaciones, resulta absolutamente inalcanzable, además de correr el riesgo de caer con demasiada facilidad en divagaciones o incluso de llegar a conclusiones sustentadas en meras opiniones. Es por ello que se ha querido acotar el objeto de estudio lo suficiente para poder tratarlo con la intensidad que se requiere. Por una parte, se ciñe a un período histórico que comprende las primeras décadas del siglo XX, momento extraordinariamente efervescente para las artes, abanderadas por las corrientes pictóricas de vanguardia. Por otro lado, se localiza en un espectro geográfico que gira en torno a dos ciudades germánicas, importantes centros de intercambio artístico y cultural: Berlín y Viena. Asimismo, se ha elegido un representante de cada disciplina como referente para el análisis comparativo de obras concretas: hablamos del arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohe (1886-1969) y del compositor vienés Anton Webern (1883-1945). Conviene aclarar que no es objetivo de la tesis el estudio exhaustivo de la producción de nuestros protagonistas, ya de por sí ampliamente tratada por los expertos en un sinfín de publicaciones desde mediados de los cincuenta respondiendo al prestigio universal de sus creaciones, sino sus afinidades paralelas; en definitiva, interesa no tanto la profundidad sino la transversalidad, no la línea recta, sino la oblicua. Afinidades ciertamente que se intuyen con más claridad en los dos protagonistas elegidos antes que en otros actores: la idea de abstracción, la voluntaria limitación de recursos, el cromatismo, la equidistante evolución de sus trayectorias creativas, etc... están lejos de ser simples coincidencias. Definido el ámbito, se suscitan al instante multitud de cruces de influencias en una y otra dirección. Kandinsky y Schoenberg entablan una relación que no resulta ajena a la irrupción de la abstracción en la pintura y en la música; tanto ellos como Paul Klee, que también era músico, se muestran activos alrededor del movimiento expresionista Der Blaue Reiter. Por su parte, Adolf Loos coquetea con diversas corrientes pictóricas y ofrece protección hacia la incomprendida música atonal que Arnold Schoenberg ¿quien también había tenido escarceos con la pintura¿ y sus discípulos Alban Berg y Anton Webern comienzan a componer; los tres formarían la llamada Segunda Escuela de Viena. Más tarde, Walter Gropius se convertía en el segundo marido de Alma Mahler, compositora y viuda del gran Gustav Mahler. A su vez, desde la Bauhaus, con quien no se lleva bien Loos, se canalizan las sinergias hacia la producción industrial y la arquitectura, a cuyo fin pondrá un mayor énfasis su último director, Mies van der Rohe. La conexión que lleva de Webern a Mies no representa, pues, un hilo directo. De hecho, no existe constancia de que se conocieran personalmente, ni de que revelasen algún tipo de admiración el uno por el otro. Tampoco se han encontrado declaraciones o comentarios en los que Mies exprese sus preferencias musicales, si es que realmente fuera aficionado a la música. Como tampoco se conocen manifestaciones de Webern acerca de aspectos relacionados con la arquitectura. Y es que ambos se consideraban ante todo profesionales, apasionados por su trabajo, pero no precisamente intelectuales. Serían otros quienes desempeñasen mejor esa polivalencia, acompañada de grandes dotes comunicativas, caso de Schoenberg, de Loos o de Le Corbusier. Lo que se pretende demostrar el trabajo, en definitiva, es cómo el sustrato filosófico y estético del momento, los avances científicos y tecnológicos, el ambiente cultural y artístico, en fin, el espíritu de la época en el mundo germánico, constituyen el caldo del cultivo que propicia la confluencia de planteamientos compositivos aún desde disciplinas artísticas a priori tan diferentes. Para llegar a dichas conclusiones se han desentrañado a partir del riguroso análisis de sus obras aquellos conceptos compartidos, como el ritmo y la armonía, ideas como la concentración y la esencialidad, metodologías como el dodecafonismo o el orden industrial, posturas como la libertad y el perfeccionismo, enfoques como la forma y la función... En última instancia el estudio no se propone sino indagar acerca de la visión de la Música desde la perspectiva del arquitecto, y viceversa, cómo se percibe la Arquitectura a los ojos de un músico o compositor.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados