La presencia e importancia del contexto ha venido constituyendo un debate constante en la historiografía arquitectónica contemporánea. Relegado a una limitada serie de datos precisos de partida por la modernidad más ortodoxa —que prefería operar sobre códigos abstractos, derivados de principios universales racionales— su campo de actuación ha venido siendo ampliado en sucesivas revisiones a lo largo del siglo anterior hasta abarcar lugares tan difusos como el territorio, la historia o la memoria del lugar. Mas allá de la respuesta inmediata a un problema o programa específico, se impone el cuestionamiento y replanteamiento previo de este mismo problema bajo la mirada del Zeitgeist, el espíritu de la época. Pero, si la arquitectura esta vinculada a la expresión de la época y circunstancias que la producen ¿qué decir cuando esas mismas circunstancias conducen, hasta la imposición violenta, una determinada concepción, anclada en las peores pseudoteorías étnicas y en la rancia mitificación de un pasado ilusorio, en lo que se considera uno de los capítulos mas oscuros de la reciente historia europea El derrumbe de la República weimariana y el advenimiento del Tercer Reich supuso la interrupción de un periodo de investigación en el panorama arquitectónico moderno que había tenido precisamente en Alemania uno de los más activos campos de actuación. A la inicial proscripción de toda forma de disidencia política o diferencia étnica se le añade una interpretación cultural basada en una nostálgica e idealizada concepción de “sangre y tierra”, inicialmente sugerida y —a partir de 1937—, específica y normativamente impuesta, que cierra el debate y la praxis arquitectónica moderna, abocando a sus autores, como al resto de los intelectuales y creadores alemanes, ante el exilio o el silencio. En este panorama, Hans Scharoun constituye un caso absolutamente singular. Entre 1933 y 1945 se vuelca, casi obsesivamente, en la realización de una serie de casas unifamiliares, diseñando un total de ventiséis proyectos, de los que llegará a construir dieciocho, las últimas de fecha tan tardía como 1944, en un Berlín ya gravemente herido bajo las bombas y la guerra. Resulta paradójico, por cuanto la vivienda unifamiliar constituía una tipología que apenas había interesado a Hans Scharoun antes de 1933, ni le interesará después: solo había realizado dos casas anteriores a la llegada del NSDAP al poder, y solo realizará otras dos, tras la guerra; por otra parte, siempre eligió edificios residenciales colectivos para establecer su propia residencia. La dificultad de acceder a otros encargos ha venido ofreciéndose como explicación más usual — entre otros, por el propio interesado— obviando de hecho, la existencia de numerosos encargos más “oscuros”, como las numerosas residencias militares que construyó en Berlín y Bremerhaven en el citado periodo. Frente a estos últimos, la vivienda representa un campo de relativa libertad, que posibilita el establecimiento de una línea de investigación personal. A diferencia de la gran mayoría de sus compañeros de viaje, las proscripciones y directrices estilísticas no suponen necesariamente una limitación, sino que introducen, paradójicamente, una cierta catarsis, liberándolo de su anterior compromiso con la modernidad para emprender una búsqueda más personal e intuitiva, en la que las cuestiones de lenguaje pasan momentáneamente a un segundo plano. Las casas Schminke, Mattern, Baensch, Scharf, Moll, Möller, Mohrmann — por señalar tan solo las que el propio arquitecto citó posteriormente—1 trazan un camino de progresiva valoración de lo singular y específico —frente a lo universal y abstracto, preconizados desde el canon moderno— de atención al contexto, entendido este de una manera amplia, con el que se establece, no una dependencia estática de causalidad, sino una relación de mutua interdependencia, activa y variable en espacio y tiempo. Conceptos como heterogeneidad, ambigüedad o indeterminación, cuya presencia gravita en el debate arquitectónico especialmente a partir de la segunda mitad del siglo veinte, se introducen en estas casas, mas como una ampliación del repertorio moderno que como un cuestionamiento frontal a sus postulados. Lo que interesa de las casas de Hans Scharoun no es su mayor o menor calidad individual, los aciertos o errores específicos en cada caso, sino el proceso que las liga en una común trayectoria. Una trayectoria no lineal, sino densamente ramificada, con numerosas bifurcaciones, vías sin salida y reencuentros. Tal y como señaló Hugo Häring “Scharoun se movía totalmente en el campo de lo orgánico, en espacios tan multidimensionales como un árbol”.2 Mas allá del alcance de cada proyecto, la serie completa plantea una línea de investigación cuyas raíces se pueden ya rastrear en los dibujos utópicos de los primeros años veinte, y cuyas últimas ramificaciones se prolongan hasta la tardía segunda etapa del arquitecto: Toda la obra posterior a la guerra se asienta en el laboratorio privado de experiencias desarrollado en estas casas de los años treinta.
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