A finales del siglo XVII se produce un replanteamiento de los criterios arquitectónicos llevados a cabo en los tiempos precedentes. El hastío del barroco y, en especial, de su ornamentación llevan a arquitectos y teóricos a buscar nuevas ideas que fundamenten la arquitectura sobre planteamientos diferentes. Éstos se buscan inicialmente a partir de criterios racionalistas que poco a poco, a lo largo del siglo XVIII, se irán matizando con otras justificaciones estéticas, técnicas y filosóficas. El clasicismo es el recurso tomado como base para la nueva creación pues en él se encuentran lo que se consideran los fundamentos constructivos y estéticos más sólidos donde apoyar la nueva arquitectura. Este nuevo desarrollo iniciado en Francia tiene su paralelo en Inglaterra, aunque con importantes matices en su fundamento que generan sólidas diferencias. Todo esto tiene por supuesto un notable impacto sobre la ornamentación arquitectónica, que se ve profundamente afectada al considerar estos nuevos planteamientos la importancia de su supeditación a los criterios constructivos globales del edificio, a los que a partir de ahora sólo debe acompañar sin empañar u ocultar lo que en este momento se considera más importante, es decir, el conjunto de elementos constructivos y la clara representación de su función. Hacia final de siglo, la actividad socio-política, con la revolución en Francia, hace entrar en juego otros elementos de tipo simbólico o social. El siglo XIX se inicia con una continuidad respecto al siglo anterior, en la que han perdido fuerza los valores iniciales que generaron la renovación, habiéndose establecido unas tipologías arquitectónicas que ya parecen inamovibles. Los descubrimientos arqueológicos respecto al color en la arquitectura clásica y los nuevos materiales y técnicas suponen una revolución que hará replantearse de nuevo los criterios estéticos y constructivos y que afectará de forma decisiva a la ornamentación. Es el nacimiento "oficial", hacia mitad del siglo, del eclecticismo arquitectónico que implica una mayor libertad, aunque aún relativa, en la estética arquitectónica. Será el modernismo de final de siglo el que traiga consigo una autentica revolución creativa que, aunque efímera, dejará la impronta de la renovación real, en todos los ámbitos, como sustento de la auténtica creación. En España el reflejo de la renovación del XIX se verá frenada por las dificultades en la aplicación de los nuevos materiales, dificultades concretadas en las corrientes encontradas en el seno del contexto arquitectónico así como en los problemas que una deficiente o insuficientemente desarrollada industria metalúrgica impone para una aplicación totalmente libre de los avances técnicos asociados. El Eclecticismo en España va especialmente ligado a recuperaciones historicistas más o menos afortunadas que frenan inicialmente un proceso creativo más libre y que acaban encorsetándose en el marco de criterios nacionalistas. La Academia asume y dirige los planteamientos del Eclecticismo como una ampliación del repertorio ornamental y constructivo, rompiendo con la hegemonía y exclusividad del clasicismo precedente. En Cartagena, Eclecticismo y Modernismo reflejan una serie de interesantes singularidades, desde el modelo clasicista y académico del último tercio del XIX en el caso del primero, que acabará incorporando elementos del nuevo estilo a comienzos del XIX hasta, en el caso del segundo, la asunción de un modelo de Modernismo ecléctico que incorpora referencias catalanas, levantinas y europeas que dan lugar a unas creaciones particularmente interesantes en el plano ornamental al tiempo que difuminan la separación entre ambas adscripciones arquitectónicas.
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