El trabajo se centra en el análisis de la evolución de la forma dramática y el papel desempeñado por la textualidad en el teatro de los últimos veinticinco años en el ámbito europeo, con el fin de entender de qué manera el texto puede servir ahora a un teatro que ha dirigido la búsqueda de nuevas formas lejos del drama. La hipótesis es que este cambio en la concepción del hecho teatral está vinculado a la necesidad de buscar nuevas formas de representación del mundo y nuevos lenguajes para interpretarlo; y que esta exigencia, a su vez, depende los cambios que se han producido en el mundo occidental en las últimas décadas. Europa es un ejemplo: desde la caída del muro de Berlín hasta la crisis financiera aún en curso, la conformación del espacio geográfico, político, social, identitario, ha ido mutando rápida y radicalmente. La forma dramática clásica, expresando la fe en una realidad coherente y orgánica, expresa una visión lógica del mundo que parece inadecuada para hablar de ciertas características del modus vivendi occidental actual. Como se explica en el primer capítulo, el drama clásico hereda del mythos aristotélico aquellos principios que garantizan la coherencia de la fabula, y que llegan hasta el drama moderno y el drama brechtiano. Estos principios son, básicamente: la unidad orgánica de la fabula como totalidad autónoma, separada de la realidad; la organización de los elementos de la fabula en una estructura dispositiva; la fabula como sistema de relaciones que funciona según principios de necesidad y versemblanza formal (causalidad, finalidad, cronología lineal). El drama, si quiere expresar la crisis de la coherencia lógica que se produce en la contemporaneidad, debe hacerlo renunciando a la coherencia que la fabula le garantizaba. Sin embargo, negando la coherencia de la fabula, el drama se desestructura a sí mismo, perdiendo gradualmente la prerrogativa de la dramaticidad. Así, paradójicamente, el drama que mejor expresa esta nueva visión del mundo será algo así como un drama “ya no dramático”. Las obras analizadas en los capítulos 3 y 4 (El chico de la última fila, de Juan Mayorga; Supermarket e Historias de familia, de Biljana Srbljanovi?; los Dramas fecales, de Werner Schwab; Attempts on Her Life, de Martin Crimp; Far Away, de Caryl Churchill; la producción entera de Sarah Kane) presentan una fabula cuya naturaleza ya no es totalmente lógica. Demuestran así una homología estructural entre una determinada manera de entender el mundo y su forma de representación; ese mundo ha perdido la fe en la lógica y esta pérdida se expresa en una fabula que pierde su característica de conjunto de leyes estables, su prerrogativa de estructura dispositiva y su posibilidad de garantizar la autonomía de la obra. Estos dramas “ya no totalmente dramáticos” nos dicen, por lo tanto, que la idea de una realidad comprensible es una ficción generada por una visión del mundo positivista, que nuestro sistema social, político y económico ha impuesto como hegemónica. Dichos dramas estimulan modalidades de recepción diferentes de la interpretación lógica, afirmando así la necesidad de una nueva modalidad, por parte del individuo, de experimentar la realidad en la que vive.
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