Durante el último cuarto del siglo XVIII y primero del XIX, coincidiendo con el magisterio musical en la catedral de Santiago de Compostela de Buono Chiodi (1770-1782) y Melchor López (1783-1822), se produjo en el entorno gallego una proliferación inusitada de música instrumental, dinamizada en el caso de Santiago por un pujante influjo de las nuevas corrientes foráneas que llegaban desde Italia y la corte madrileña, e incluso desde París, Londres, Lisboa o Porto. En este ambiente, la orquesta catedralicia compostelana alcanzó un enorme protagonismo, del que anteriormente no había disfrutado y como muy pocos casos llegaron a igualar en todo el ámbito hispánico. En el contexto coetáneo, en donde habitualmente la música realizada por las capillas eclesiásticas españolas construía todavía sus plantillas instrumentales a partir del esquema sin violas del trío barroco, sobresale particularmente la introducción y presencia habitual de este instrumento en la plantilla orquestal compostelana. A la viola, que recibió un impulso sorprendente e insospechado, se dedicaron múltiples esfuerzos por parte de músicos y Cabildo (obras copiadas y adquiridas que exigían la participación de hasta dos violas, dotación de instrumentos a los músicos de la capilla, presencia de instrumentistas especializados, etc.), que concluyó con su adopción definitiva para la práctica instrumental diaria.
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