La vida cotidiana de las familias se plasma en usos del tiempo característicos de una socialización en función del género aún muy tradicional. No sólo las mujeres y las niñas siguen asumiendo mayor carga de trabajo familiar, encargándose más que los varones de las labores más pesadas y rutinarias, y de las tareas de cuidado de los miembros dependientes. Además, las madres disfrutan de menos tiempo de ocio y de peor calidad, en especial cuando ambos progenitores están empleados. Por fin, las madres trabajadoras tienden a sufrir consecuencias en su salud física y mental, experimentando más estrés e insatisfacción con sus parejas. Este aprendizaje sexista en la familia pone de relieve la insuficiencia de los actuales programas coeducativos, y plantea la necesidad de que la escuela se oriente no sólo a evitar el sexismo en las aulas, sino también a compensar el influjo de nuestra sociedad patriarcal.
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