Desde hace algunos años, México enfrenta una difícil y compleja situación respecto a su condición latinoamericana. Por un lado, la acelerada norteamericanización de sus modelos culturales y el giro conservador de su poder político dominante se sustentan en una tendencia que desde 1994, con el Tratado de Libre Comercio firmado con Estados Unidos y Canadá, se quiere instaurar como definitiva: pensarnos y planear nuestro futuro a la sombra del imperio, lo que implicaría tomar distancia del nuevo ciclo de organización política y social que experimenta América Latina.
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