Posada sobre la ladera de la villa de Cangas del Narcea, con la tensión de un trineo a punto de deslizar por la escarpada montaña, «La Cogolla» de José Gómez del Collado (1910-1995), aún hoy nos asombra por su expresión escultórica y constructiva, así como su íntima relación con el entorno. Tal vez su visión fuese aún más impactante 50 años atrás, cuando no estaba engullida por la trama urbana. Es inevitable no preguntarse por la extrañeza que suscitaría en los habitantes de esta villa asturiana. ¡Qué alarde! pensarían.
Sin necesidad de artificios estructurales, sólo con lucidez estructural y constructiva se nos presenta una obra muy interesante y digna de estudio; tanto por el proceso de proyecto empleado por Gómez del Collado manifiestamente plástico, como por el uso y empleo de los materiales. Arquitecto dado a realizar coloridos bocetos y collages, es en su casa-estudio donde quizás despliega su carácter más creativo, dada la libertad que representa construir para sí mismo.
Sobre dos muros paralelos de hormigón, a 45 grados, apoya una caja en voladizo. Uralita gris en cubierta, roja en fachada, fábrica de ladrillo barnizada en su interior� son los materiales usados; industriales pero humildes, y claramente propios de un arquitecto consciente del momento cultural de su época.
Definitivamente esta Casa Balancín tiene ese «no sé qué», del que hablaba Miguel Fisac, que nos lleva a pensar qué valientes eran estos arquitectos, que con muy poco, con la fuerza de una idea, con la intención plástica de la técnica, aún hoy, parece que hubiera sido ayer. Termino con una palabras del propio Gómez del Collado, que recordaba hace unos años su nieto Enrique Fernández: ¡No está mal para un pueblo! �
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