De muchas otras maneras hubiera podido titular esta adenda. Decido hacerlo así porque es la que más me interesa, la que mejor responde a la intención primera del adendante, que no es otra que preguntar si estos problemas de educación para el desarrollo sostenible tienen solución en la forma como se plantean, por más conocimiento que se pretenda –¡ahora hablamos del conocimiento válido!– en una sociedad saturada de información y ávida, quizás más bien, de sentimiento por las cosas, empezando por la tierra. Otra manera de hacerlo hubiera sido hablar del oxímoron de la educación ambiental (y expresiones cercanas no siempre conceptualmente progresivas) tal como, con escasas excepciones, viene haciéndose desde hace ya medio siglo. Y, por extensión, de la inutilidad de una pedagogía empeñada en formas de pensar y hacer mundos para nuestro propio beneficio y dominio. Mundos posibles, desde luego, pero no parece que del todo buenos y sostenibles.
Buscaré, en el trayecto de la adenda, llegar aquí, aun tomando aquello como punto de partida, el sentimiento (la ausencia del sentimiento) por la tierra en los humanos del tercer milenio.
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