El 22 de agosto de 1913, Rubén Darío llama a su casa al médico venezolano Diego Carbonell, entonces éste se percata que el poeta habla de manera excitada, bebe mucho, y además declara ser el «Anticristo de la América Central». Analizando las lecturas que lo habían empujado a beber (libros de Max Nordau y de Octave Mirbeau, noticias sobre masacres y sobre un parricidio), nos damos cuenta que Darío sufría una crisis espiritual: había perdido su fe en el progreso de la humanidad y en el sentido de la historia. Por otra parte, la referencia al Anticristo parece indicar una identificación con el filósofo alemán Friedrich Nietzsche.
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